— ¿Te preocupa algo?, estás distraído—oí las palabras de Elena al otro lado de la mesa, pero no le presté atención, tenía la cabeza en otra parte.
Había pasado la tarde más aburrida de mi vida, pese a estar en compañía de la chica, supongo que mi cabeza estaba muy lejos de mi cuerpo, que estaba sentado sobre el mostrador de la librería donde trabajaba la chica. Después de cerrar la tienda, ambos, habíamos subido en mi coche y nos habíamos dirigido hacia el restaurante del "Fairmont", una vez allí me había quedado prendado de la oscuridad de la calle, mirando por la ventana. No podía dejar de pensar en Alain. ¿Pensaría también mi hermano que yo le manejaba?, esperaba que no.
—Ey—Eleana chasqueó los dedos ante mi cara y yo la miré—. ¿No me has oído?
—Perdona—sonreí un poco y volví a la mesa—. Tengo la cabeza en otra parte.
— ¿Estás bien?, tienes mala cara—advirtió ella mientras me miraba con cierta preocupación y algo de recelo—. ¿Ha pasado algo?
—No—mentí—. Es solo que he discutido con Alain y no me gusta discutir con él.
— ¿Y ha sido por algo grave?—insistió la chica para que le contara algo y así evitar que mi mente volara de allí y la volviera a dejar sola entre tanta gente elegante y cursi.
—No demasiado—aventuré rezando por que de verdad mi travesura no tuviera consecuencias demasiado graves entre Alain y yo—. Pero ahora no quiero hablar de eso. Dime, ¿que estabas diciendo?
La chica se atusó el pelo y sonrió un momento sin quitar la cara de resquemor al mirarme. Le había dicho que quería cambiar de tema y ella lo había aceptado de no muy buen grado, pero aún así lo hicimos.
—Emm—dudó ella—. Decía que este sitió parece un poco pijo.
—Lo es—reí yo con una cara de fingido entusiasmo y ella rió conmigo, quería que pensara que el rumbo de la cena había cambiado de ser lacio a ser divertido y gracioso. Yo normalmente lo era, pero aquel día estaba algo mohíno.
El camarero llegó interrumpiendo la escasa conversación y ambos levantamos la cabeza para mirarle.
—Me encantaría que probaras el "Ribera del Duero", es un vino suave y exquisito de origen español, que pide Steig siempre que venimos aquí—dije yo—. Pero, por desgracia no somos mayores de edad y no van a servirnos alcohol, así que yo quiero agua si gas y con una rodaja de lima, ¿Y tú...?
Elena levantó una ceja con diversión.
—Lo mismo—titubeó ella a toda prisa y con algo de incomodidad, era evidente que no estaba acostumbrada a ir a sitios como aquel.
—Estupendo—sonrió el camarero mientras nos quitaba las cartas de la bebida—. Enseguida vuelvo para tomarles nota de su cena.
—Gracias—asentí yo de mala gana.
El camarero se fue y Elena y yo nos miramos durante un momento en silencio hasta que yo alargué la mano y le toqué la base de la clavícula.
—Me encanta que lleves puesto mi colgante—aventuré complacido y sin poder evitar esta vez una sonrisa sincera.
—Es precioso—ella levantó una ceja como si la avergonzara que le mostrara mi afecto en público—. ¿Y por qué?
—Bueno, es sin duda una demostración—pasé un dedo sobre el borde de una de las copas de una manera pícara y juguetona.
— ¿Una demostración de qué?—incesó la chica con atención.
—De que eres mía—la miré fijamente con decisión y con algo de insolencia en mi voz, pero sobre todo con seguridad. A las chicas le gustaba que los chicos tuviéramos seguridad.
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CRÓNICAS STEIG "LIBRO UNO"
Teen FictionLAS AVENTURAS DE LOS STEIG CONTINUAN CON SUS HIJOS