TRECE

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Salí del local y paré un taxi, minutos después se puso en marcha y yo me dejé caer sobre el asiento de atrás e intenté poner en orden mis ideas. Probablemente aquello era una pérdida de tiempo, ya que lo más probable era que no estuviera en casa, pero aún así, me bajé en Melville Street y entré en el edificio de apartamentos. Subí en el ascensor y toqué el timbre del apartamento número ocho. Esperé.

—Alain—saludó Adrien en cuanto me abrió la puerta y me miró confuso—. No te esperaba.

—Después de lo que hizo Steig no me extraña que no quieras volver a verme—apunté casi con melancolía.

—No eso para nada—rebatió él—. Quiero decir, tú padre da miedo, pero no pensaba alejarme de ti. No al menos que tú quieras. No te esperaba por que pensé que estarías en tu fiesta de graduación.

Me encogí de hombros y sin saber como comenzar a decir todo aquello que sentía por dentro.

—Estaba—aventuré—. Pero no quería estar allí, los sitios llenos de gente no son lo mío.

—Entiendo—el chico se hizo a un lado y me ofreció pasar con una indirecta.

—Perdona si te molesto—me crucé de brazos antes de pasar dentro.

—No—dijo con asombro mientras se pasaba las manos por el pelo—. No pasa nada, ¿estás bien?

—No—el chico cerró la puerta y me llevó hasta el centró del estudio, me senté en el sofá y él lo hizo a mi lado. Llevaba unos pantalones de chándal y una camiseta básica de color verde. Tenía el pelo despeinado e iba descalzo—. Desde que me propusiste...

— ¿Ser mi sumiso?—terminó él enarcando una ceja curioso por mi comportamiento y viendo que yo no era capaz de decir la palabra.

—Sí—desvié la mirada avergonzado—. Dios, mi padre te mataría si se enterase de esto.

—Bueno—receló él con algo de diversión, como si esa posibilidad le hiciera mucha gracia—yo no voy a contárselo.

Le miré indeciso unos minutos y suspiré sin saber como continuar con aquello. Estaba temblando y me agarré las manos para que no se notara. De ser otra mi personalidad, una personalidad como la de Lip, habría entrado gritando por la puerta: "Sí, recibiré tus ordenes, azótame si es lo que quieres, pedazo de tío bueno", para mi mala suerte, yo no era así.

—Desde que me lo propusiste—retomé yo—. No he dejado de darle vueltas.

— ¿He de entender que si estás aquí es por que estás interesado?—Adrien adelantó su cuerpo un poco para observar mi expresión con más fijeza.

—No lo sé—me pasé la manos por la cabeza. Estaba hecho un auténtico lío.

— ¿Qué es lo que te preocupa?

—Que me hagas daño—solté como un niño asustado.

—Bueno...—dudó—el dolor es relativo. Nunca te dañaría de un modo que no pudieras soportar. Eres tú quien decide tú umbral de dolor, no yo.

— ¿Yo?—era tan inexperto en los temas sexuales que aquello me quedaba gigantesco.

—En el juego sado se suele utilizar una palabra que el sumiso suele utilizar cuando quiere que el juego acabe.

Me quedé consternado por su explicación, él lo notó en mi cara y me puso una mano sobre el muslo y me miró con ternura. Me sonrió un poco y yo ladeé la cabeza y la apoyé sobre el respaldo del sofá.

— ¿Y se acabaría si yo utilizara esa palabra?—pregunté sin saber si quería saber algo más.

Alcé la mirada y me atreví a mirarle.

CRÓNICAS STEIG "LIBRO UNO"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora