Capítulo Siete

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   La sala de entrenamiento era al igual que todo lo demás, una réplica de la que solía visitar todos los días. Distintas armas colgaban de las paredes. Cubriendo el suelo se encontraban algunos colchones y dispersos por él área, muñecos de madera que servían como blancos para lo que necesitarás practicar. Me detuve de golpe, justo en la entrada, cuando identifique de donde provenía el sonido. Justo en el centro de la habitación, dándome la espalda, se encontraba Nathaniel.

   Este sostenía un palo de madera con el cual golpeaba a uno de los muñecos. Lo primero que note fue la falta de una camisa en su cuerpo. Lanzaba golpes con tal rapidez que una persona normal no habría sido capaz de verlos. Los músculos en su espalda se contraían cada vez que conectaba uno.

- "¿No deberías estar preparándote para la cena?" Le dije lo primero que cruzó por mi mente.

El se detuvo a medio golpe antes de girarse. Una capa de sudor cubría a su pecho. Detalle que intentaba no notar. Dejando mis ojos enfocados en su rostro. Me sonrió mientras apartaba él cabello mojado de sus ojos.

- "No veo que tú lo estés haciendo, Amira." Recogió del suelo una camisa de tela blanca. Colocándosela pero dejando los botones abiertos. "De hecho pareces estar espiándome."

- "¿Espiándote? Dioses, con un ego tan grande como te mueves tan rápido."

Soltó una carcajada antes de acercarse a una de las paredes. Me lanzo uno de los palos sin tomar en consideración que si no lo hubiera atrapado me habría golpeado directamente en la cara.

- "Úneteme."

Negué con la cabeza pero antes de que pudiera hablar el lo hizo.

- "¿Vamos, acaso me temes?"

Mi verdadera razón había sido que pronto sería hora de la cena pero gracias a su comentario la olvide. Me acerqué a él y sin palabra alguna lance el primer golpe. Ambos palos conectaron uno con otro. El sonido del fuerte impacto se esparció por la habitación y justo así se sintió como si hubiera vuelto a casa. Ambos lanzábamos, bloqueábamos y esquivábamos golpes que nunca atinaban en el blanco pues nos movíamos demasiado rápido.

Cuando al fin nos detuvimos mi corazón palpitaba con rapidez por el esfuerzo. Me encontraba algo fuera de aliento.

- "Bien, quizás no fuera temor."

Un movimiento en la habitación capto mi atención. Me giré justo a tiempo para ver a la niña escondiéndose tras uno de los muñecos. Nathaniel también pareció notarla pues dejo de hablar. Tras el repentino silencio la pequeña entendió que había sido atrapada. Se asomó lentamente.

- "¿Son los Cazadores, cierto?" Nos dijo mientras se acercaba.

- "Así es, yo soy Amira." Le conteste. Al notar la falta de respuesta del chico a mi lado mi codo chocó contra su costado.

- "Ah, Nathaniel." Dijo al fin.

- "Yo...mi nombre es Naomi."

- "¿Eres una Cazadora cierto?" Le pregunte haciendo la evidente conexión con su presencia en el Templo y su edad.

Ella asintió tímidamente.

- "Aún no e comenzado a cazar pero...creo que lo soy."

- "¿Donde están tus compañeros?"

Antes esto bajo la cabeza.

- "Yo...no lo sé. No les agrada pasar tiempo conmigo. Solo los veo cuando entrenamos."

Antes esto Nathaniel me lanzo una mirada y yo a él. De vuelta en casa, siempre habíamos sido un grupo unido. De hecho era difícil encontrar a uno de nosotros sin el resto. Solo entonces me di cuenta de lo mucho que apreciaba las relaciones que tenía con mis compañeros. No pude evitar sentir lástima por la pequeña.

- "La forma en que pelean es asombrosa. Nunca había visto a nadie moverse así de rápido." El sonido de una campana en la lejanía le llamo la atención. "Ya casi es hora de la cena." Nos dijo antes de girarse y desaparecer por el corredor deprisa.

- "¿Porque crees que los Cazadores nacen con tan poco tiempo de distinta?" Le pregunte a Nathaniel mientras seguía la dirección de la niña.

- "Probablemente porque no vivimos durante mucho tiempo."

Minutos después nos encontrábamos en una de las salas de estar, esperando a que el Monje comenzará a hablar. Darían se encontraba sentado a mi lado en uno de los sofás mientras que Maximus, observaba al monje desde el otro. Kaila y Nathaniel se encontraban recostados de distintas paredes. Mientras esperábamos sus palabras seguían resonando en mi cabeza llegando a una sola conclusión. Tenía razón. Después de todo el turno de convertirnos en Cazadores activos nos llegó a la edad de quince lo que significaba que nuestros predecesores abrían tenido veinticinco años. Éramos un grupo de personas que nunca llegaba a experimentar la vejes.

- "Confió en que se les halla informado del problema." Comenzó el anciano al fin. "El número de desapariciones en nuestros pueblo es uno alarmante." El Monje camino hacia un mapa que se encontraba clavado a la pared. En el se encontraba ilustrada él área habitada del reino de Gnillaf. Señaló a una de las fronteras en él área norte. "La mayoría de las personas fueron vistas por última vez en esta área. Es por eso que tememos que halla una debilidad en las bendiciones que les estés permitiendo la entrada a Vampiros. Puede incluso que estén caminando entre nuestra gente."

- "¿Existen muchos locales en él área? ¿Tabernas o hospedajes?" Le pregunte al hombre. "Si están adentro necesitarán un lugar donde ocultarse que los mantenga cerca de la salida."

Lo considero durante algunos segundos.

- "No muchos creo, aunque a decir verdad no es una área que halla frecuentado mucho. Tiene muy mala fama, verán. La mayoría de los delitos que juzgamos provienen del área. Por esa razón nos tardamos tanto en sospechar que las desapariciones pudieran estar siendo causadas por Vampiros."

Maximus se puso en pie. Al parecer ya había adquirido suficiente Información.

- "Muy bien, mañana temprano partiremos. Espero que para la noche le podamos brindar respuestas."

Con eso se marchó de la habitación. Yo no tarde en seguirlo, pues si teníamos éxito terminaríamos rastreando un nido de Vampiros que tendríamos que vaciar. De más estaba decir que no sería para nada una bonita experiencia.

Un Cruel DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora