Capítulo Trece

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"Siempre me vas a querer. Yo represento para ti todos los pecados que nunca has tenido el coraje de cometer." - Óscar Wilde

  El sonido de actividad en la habitación era obvio. Escuchaba pasos y golpes en grandes cantidades. Por lo que no me sorprendió la gran cantidad de personas que encontré en la sala de entrenamiento. Lo primero que note fue que la mayoría del ruido provenía de los pequeños Cazadores. Los cinco se encontraban en la sala. Sostenían palos de madera mientras imitaban los movimientos de un monje que se encontraba frente a ellos. En un rincón de la habitación se encontraba Kaila. Lanzaba algunas dagas a uno de los blancos. Todas atinando en el centro.

Sentados en el suelo, a su lado, se encontraba Maximus y Darían. Me acerqué a estos. Darían aún tenía aspecto de estar agotado. Me inline frente a él.

- "¿Como sigues?"

- "Como nuevo." Contesto con una sonrisa.

- "Más te vale." Sacudí su cabello con gentileza antes de ponerme en pie. "¿Tú qué haces tirado en suelo?" Le pregunte a Maximus quien me arrojó un trozo de la tarta que comía como respuesta. "Gruñón." Le dije aunque sonreía.

- "¡Amira, vamos!" Kaila había abandonado el lanzar las dagas y sostenía dos palos de madera.

Tome el que ofrecía. Nos alejamos de los chicos.

- "¿Segura? No quiero herir tus sentimientos." Le dije bromeando.

Todos habíamos comenzado a entrenar a la misma edad. Teníamos el mismo nivel de habilidad de combate. Nunca lográbamos derrumbar al otro.

- "Ten cuidado con tu brazo." Me dijo ignorando mi broma.

  Había olvidado por completo la herida en mi brazo. Al parecer solo lucharía con mi brazo derecho por un tiempo. Como es los viejos tiempos. Cuando el sonido de los golpes comenzó a viajar por el espacio sentí como los ojos de todos en la habitación se posaban sobre nosotras. Kaila me guiñó un ojo, al parecer notando que nos observábamos. El golpe final llegó minutos después. Esquive uno de los golpes de Kaila, inclinándome para que el pedazo de madera no me golpeara. Luego de un giro mi arma termino a centímetros del cuello de la chica.

  Solo pensé haber ganado por algunos segundos. Antes de percatarme de que su palo de madera se encontraba exactamente igual que el mío. A centímetros de distancia de mi cuello. Ambas sonreímos antes de bajarlos. Me faltaban un poco el aliento. Darían, siendo el, comenzó a aplaudir y silbar. Note que el otro grupo de Cazadores nos observaba. Los niño con la boca abierta mientras que la niña sonreía de oreja a oreja.

Cambie el palo de madera a mi otra mano. Lanzando golpes al aire. A pesar de que no golpeaba nada, algo de dolor recorría mi brazo herido.

- "¿Dónde está Nathaniel?" Preguntó Maximus al fin poniéndose en pie.

- "A salido al pueblo." Conteste aún lanzando golpes.

- "Bueno espero que regrese pronto. Los médicos revisarían a Darían una vez más y tú también deberías ir. Si lo autorizan partiremos mañana temprano."

- "¿A casa?" Escuche a Kaila preguntarle.

- "Así es."

  El resto del día se fue en un abrir y cerrar de ojos. Los médicos revisaron a Darían y nos indicaron que podría viajar. Solo tendríamos que hacer más paradas para que este pudiera descansar. Por mi parte, luego de superar el estado avanzado en el que se encontraba, me indicaron que debería cambiar las vendas diariamente. La noche no tardó en llegar. Me encontraba sentada sobre el marco de la ventana, esperando a que el sueño llegara, cuando alguien golpeó la puerta casi inaudible mente. Ajuste la mi bata justo a tiempo.

Segundos después alguien abrió la puerta y asomó la cabeza. El cabello de Nathaniel se encontraba alborotado por lo que asumí fue el viento pues no había regresado en todo el día.

- "¿Puedo pasar?" Me pregunto a lo que asentí.

- "¿Dónde has estado? Pensé que habías olvidado el camino."

El solo sonrió. Se recostó del lado opuesto del marco.

- "Te dije que haría unas compras." Me pasó el pequeño frasco de tinta que le había encargado cuando se despidió en la mañana luego de nuestra conversación en el tejado. Había llegado a pensar que se había tardado tanto en regresar porque se encontraba molesto conmigo. "Además, necesitaba algo especial."

- "¿Porque?" Le pregunte rodeándome con mis brazos por el frío aire que entraba por la ventana.

- "Es tu cumpleaños, Amira."

- "No es mi..." Pero justo cuando lo decía note que tenía razón. Aún así, no era extraño que lo hubiese olvidado. Normalmente, en nuestro hogar nuestros cumpleaños se celebraban al final de la semana como si fueran uno. La celebración solo se trataba de recibir el pastel que, Thomas, el cocinero más antiguo del Templo nos preparaba.

- "Este año es uno especial, serán dieciocho. Creo que es uno importante para los humanos." Extrajo un pequeño saco de su bolsillo. Derramó el contenido sobre su palma.

  Se trataba de tres collares idénticos. Hilos de cuero trenzado de los cuales colgaba una piedra blanca en forma de diamante. Sobre estos había uno que resaltaba. La piedra de este era violeta con rayos azules y rojos. Era realmente hermoso. Colocó al ultimo sobre su pierna mientras devolvía al resto al saco que colocó en su bolsillo. Levantó al último collar, dejando que colgara de sus dedos. Su otra mano fue a su camisa mostrando a la piedra que colgaba de su cuello y reconocía muy bien.

- "Creí que se parecían." Me dijo.

Se acercó sin decir algo más. La proximidad de su cuerpo causó que el aliento escapara de mis pulmones. Aún si hubiera querido alejarme no lo habría logrado pues el marco de la ventana se presionaba contra mi espalda. Pasó el collar sobre mi cabeza, levantando mi cabello en el proceso hasta que la piedra descansaba sobre mi pecho.

- "Se supone que te proteja. Al menos eso dijo la anciana." Soltó una débil risa pero era obvio que la cercanía también lo afectaba igual que a mí.

Mantenía mis ojos sobre la piedra que colgaba de su cuello pues temía que mis ojos se encontrarán con los suyos. Aún más que eso, temía que si levantaba él rostro sus labios se encontrarían con los míos.

- "Espero que así sea, en caso de que algún día no esté ahí para hacerlo." Sus manos fueron a mis mejillas, apartó el cabello de mi rostro y solo entonces lo mire en realidad.

A esa distancia era verdaderamente capaz de apreciar los distintos colores oscuros que conformaban el verde de sus ojos en los que me encontraba atrapada. Lo marrón que era su cabello. La rigidez de su mandíbula. El tono bronceado de su piel. El olor a Pinos que aún tan lejos de casa parecía viajar con el. Era  hermoso. No movía ni un músculo. No respiraba pues temía que si lo hacía el momento acabaría. Me permitía memorizar cada detalle.

Mis ojos se encontraban clavados en los suyos. Me observaba con tal intensidad que me sorprendía. Entonces sus ojos fueron a mis labios y los latidos de mi corazón parecieron perder el control. Trago visiblemente pero no se movió. Ninguno lo hizo. Si lo hubiéramos hecho cruzaríamos una línea por la cual nunca podríamos regresar. Entonces el momento que solo transcurrió por segundos, pero me pareció una hermosa eternidad llego a su fin. Sus labios fueron a mi frente. Colocando un beso en ella. El calor que emitían sus dedos y labios sobre mi piel parecía querer consumirme.

- "Feliz Cumpleaños, Amira."

Entonces el frío remplazo a la cercanía y sin esperar a que tan siquiera le agradeciera, se marchó.

Un Cruel DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora