Capítulo Nueve

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El obtener respuestas del monstruos, cuyo nombre resultó ser Miller, no fue una tarea para nada fácil. Pregunta tras pregunta este solo se dedicaba a gruñir, amenazar, insultar y dejar muy en claro que sus colmillos se encontraban listos para atravesar piel y tejido. Terminamos optando por utilizar la fuerza o más bien...la tortura.

Ahora, quizás piensen que eso nos acercaba más al área de los malos que de los buenos. Pero quiero dejar en claro que a pesar de el nivel de los métodos que utilizáramos jamás alcanzaríamos la maldad de aquellas bestias. Había visto suceder cosas, a sus manos que me causarían pesadillas por el resto de mi vida. Dejándome con la evidente pregunta. ¿Porque existían un ser con tanta maldad?

Comenzaron vertiendo grandes cantidades de agua bendita sobre el. En sus brazos y piernas. Cada gota dejando piel carcomida, ampollada y en carne viva. Era algo horrible que ver. Aún más era algo horrible que causar, incluso a alguien como Miller. Era la parte que más odiaba de nuestra labor. Debíamos encontrar las respuestas para proteger la seguridad de los humanos sin importar la forma. A pesar de su resistencia el Vampiro terminó cediendo, aparentemente alcanzando el límite de dolor que podía soportar.

- "¿Hay más Vampiros adentro?" Le preguntó Maximus nuevamente.

Este dejó la cabeza caer. Había abandonado los intentos de intimidarnos.

- "No...al menos por el momento." Contesto manteniendo la cabeza abajo.

- "¿Cómo es que entraron?" Ante su falta de respuesta Maximus colocó su daga contra el mentón de este, forzándolo a verlo a los ojos. "Escucha, ya has soportado bastante pero aún tenemos mucho más de donde eso vino. Ahórrate el dolor y contesta."

- "Hay un área desprotegida en las afueras. Por ahí entramos. Uno por día...para no llamar la atención."

- "Bueno, ciertamente fallaron en esa parte." Le dijo Darían desde su posición cerca de la puerta del local.

- "¿Dónde?" Maximus se mantuvo enfocado en su tarea.

- "Cerca, no será difícil de encontrar. Lo sentirán."

- "El nido. ¿Dónde se encuentra?"

- "No tenemos uno."

- "No me mientas, Vampiro."

- "Norte, dos o tres kilómetros."

Luego de su respuesta Maximus se puso en pie. Devolviendo la daga a su cinturón mientras su otra mano iba al mango de su espada, Bellum.

- "Gracias por tu cooperación, Miller. Pero sabes lo que sigue."

Entonces comenzó a reír. Se sacudió en la silla causando que todas nuestras manos se preparan para empuñar nuestras espadas. Lo hizo con tal brusquedad que la piel no tardó en comenzar a humear ante la presión contra las sogas mojadas. Sus colmillos se encontraban completamente expuestos nuevamente.

- "Pueden intentar asesinarlos. Pero jamás serán capaces. ¡Somos cientos! Harán un festín sobre sus malditos cuerpos. !Disfrutaran hasta la ultima gota de su sangre, Cazadores!"

Maximus solo sonrió pero no era el tipo de sonrisa a la que estaba acostumbrada. No había nada de felicidad o diversión en su expresión si no todo lo contrario. Era oscura y temeraria.

- "Gracias por los números." Con eso, sin esperar un segundos más, Maximus introdujo a su espada en el pecho del Vampiro. Justo en su corazón. Su espada emitió un pequeño golpe de luz y Miller dejó de moverse por completo.

Cuando se giró, la determinación en el rostro del chico que consideraba mi hermano, era evidente.

- "Kaila, tú regresaras al Templo. Trae contigo algunos Monjes. Deberán encargarse del cuerpo y de restaurar la protección. Darían, Nathaniel, Amira y yo nos encargaremos del nido."

- "Pero, Maximus, ha dicho que se trata de cientos." Le dijo la chica.

- "Necesitamos restablecer la protección lo antes posible." Fue la única respuesta del chico antes de dirigirse a la salida. Evidentemente se encontraba sumergido en un modo para alcanzar su meta de proteger.

Lo seguimos pues no había tiempo que perder. Nathaniel se detuvo junto a Kaila para abrazarla en forma de despedida.

- "No te preocupes." Le dijo mientras se alejaba. No sin antes sacudir su cabello. Lo que era una costumbre entre los chicos para molestarnos pero se había convertido en un gesto de afección.

Darían la abrazo brevemente antes de pellizcar sus mejillas ganándose un pequeño empujón.

- "Podrás vivir sin mi hermoso rostro por algunas horas, cariño." Se alejó riendo.

Me despedí de ella con un abrazo. Sin la necesidad de palabras para entender sus pensamientos y que ella entendiera los míos. Todo saldría bien. No tenía que preocuparse. Pero quizás, no había tenido la razón.

El encontrar a la entrada de los Vampiros no fue una tarea difícil pues Miller había teñido razón, lo sentiríamos. Cada vez que se pasaba por alguna de las áreas del campo de protección una sensación invadía tu cuerpo. Solo podía compararla con el sumergirse en agua. Sentías como si tu cuerpo estuviera entrando en otra dimensión por solo algunos segundos. Una presión se colocaba sobre tu pecho y oídos. Todo se desaparecía luego de dar un paso. Solo basto cruzar por él área para identificarla.

Entonces verdaderamente comenzó la cacería.

Las afueras del pueblo de Gnillaf eran unas amplias y vacías por lo que encontrar a la cueva no fue tarea dicil. Era una alta hora de la tarde cuando la notamos. Nos acercamos a ella lo suficiente para observar pero no ser escuchados. Se trataba de una estructura rocosa que se alzaba. A travez de la entrada, por la que descenderíamos, solo éramos capaces de ver oscuridad. Tal cual conectados, sin palabra alguna todos desmontamos nuestros caballos. Los atamos a una gran roca antes de comenzar a caminar lentamente. Solo una vez frente a la entrada nos detuvimos.

Nos encontrábamos uno al lado del otro. La mano de Nathaniel encontró a la mía, entrelazando nuestros dedos y dándome un pequeño apretón antes de soltarla. Podía sentir el calor de esta atravesar la tela de los guantes que ambos portábamos. Nuestros ojos se encontraron y ambos asentimos.

- "Cuídense." Nos dijo Maximus con los ojos al frente.

Nadie más dijo nada. Pues no era la primera, ni sería la última vez, en que escuchábamos eso. Cada uno sabia que tenía la obligación de regresar por sus compañeros. Entonces, sin rastro de nervios o temor, todos extrajimos las espadas que nos mantendrían con vida y nos adentramos en la oscuridad. Caminamos por varios minutos, únicamente guiados por la luz emitida por nuestras espadas, limitando el sonido de nuestros pasos a uno casi inaudible. El lugar al igual que la mayoría de los nidos de Vampiros no daba indicio alguno de vida.

Estos no necesitaban de mucho para conllevar sus vidas. Las cuevas eran solo lugares en los que podían reunirse y alimentarse pues los reinos se encontraban protegidos. Lo único que en realidad necesitaban para sobrevivir era evitarnos. Además era el lugar perfecto para intentar satisfacer su sed insaciable por la sangre. Era un acto que disfrutaban al máximo. Aún peor, disfrutaban cada segundo por el que sus víctimas se resistían. Cada segundo por el cual lloraban, gritaban y temblaban de miedo. No eran un animal que cazaba por el instinto de supervivencia. Ellos cazaban por el deseo de infringir temor y dolor.

En algún punto, el suelo dejó de bajar y se convirtió en uno plano. Entonces él área se expandió mucho más hasta que al fin los escuchamos. Lo primero que alcanzó mi oídos fue el sonido de pasos. Luego las risas. Entonces algo más. Algo que me tomo algunos segundos identificar. Un sonido que congelaría la sangre en mis venas. Nos acercábamos cada vez más y más cuando al fin lo identifique. Se trataba de gemidos. Similares a los de un animal herido que se encontraba atrapado en una trampa. Similares a los de un animal que fallecía lentamente. La única diferencia era que los sonidos provenían de humanos.

Un Cruel DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora