11

4.1K 259 10
                                    

PDV Ella

Frustrada. Eso me resumía perfectamente. Desde que salí de la habitación a principios de semana, había dejado de recordar los sueños. Se esfumaban en cuanto abría los ojos. Aún así, sabía que había soñado con él, la sonrisa que tenía dibujada cuando despertaba, aún cuándo los recuerdos del sueño habían desaparecido, lo delataba. No podía existir otra razón para aquella sonrisa. 

Pero la impotencia estaba clavada en mí. No poder recordar lo que hablábamos, cómo sonreía. Sus ojos a través de sus pestañas cuando dirigía brevemente su mirada hacia mí mientras dibujaba. Todo eso lo había visto antes. Pero ahora no sabía si se había vuelto a repetir. Michael... Él era lo único bueno de estar en esta situación. Era cerrar los ojos, verle, y olvidarlo todo. Su recuerdo era lo que hacía más llevadero el día que llegaba, aplastante sobre mí. Echaba de menos algo que no existía. Algo que no tenía. 

Suspiré. Estoy enloqueciendo, dije mientras retiraba las sábanas de encima de mis piernas y me dirigía al baño cojeando. Mi pelo era un desastre, y tenía hasta las cejas despeinadas. Inspiré profundamente y dejé escapar el aire segundos más tarde con fiereza, a través de la nariz. Cerré la puerta del baño, y me metí en la ducha. Hacía días que ya no tenía las vías puestas, y comía con bastante "normalidad", pero los cardenales no habían desaparecido. Una mancha oscura teñía el dorso de mi mano derecha, y todo el antebrazo. Y era mejor no mirar hacia abajo. La cadera estaba salpicada por manchas moradas con motas marrones, mis piernas tenían heridas aún sin curar, y contrastando con mi pálida piel, estaban los moratones. Las hemorragias internas se expandían por mi cuerpo como los pétalos de una flor, daba la impresión que cada vez eran más amplios, y que acabarían por teñir entera mi piel. 

Terminé de ducharme y envolví mi cabello en una toalla blanca con olor a hospital. Las enfermeras ya habían retirado los horribles pijamas del hospital y las batas, así que me tocaba vestirme con mis propios pijamas. Según me contó mi madre, corrió a comprarme varios pijamas "bonitos". Pero no me fiaré nunca más del gusto de mi madre. Me había traído pantalones de pijama anchos, uno rosa, otro celeste y el último, morado. Genial, a conjunto con mi cuerpo. Escogí los pantalones celestes y una camiseta algo ajustada, gris de manga larga y cuello bajo, con tres botones desde el final de este hasta la mitad del pecho. Cuando terminé de vestirme, ya tenía el pelo seco, así que lo cepillé con cuidado, y agité la parte frontal con mi mano para no dejarlo aplastado contra mi cabeza. Enfundé mis pies en las zapatillas y bajé a desayunar a la cafetería. A los más sanos nos dejaban hacerlo por nuestra cuenta, y además pasearse en pijama era bastante cómodo. Era como estar de vacaciones en un hotel de lujo, pero sin las vacaciones, sin el lujo, y sin el hotel. Ah, y con dolores. Elegí una mesa al fondo de todo, junto un cristal que daba al pasillo. Dejé la bandeja, y apoyé la muleta en la silla. Arranqué una pata a mi croissant, y abrí el yogur. Las pastillas se deslizaron por mi garganta junto al zumo de naranja. Justo cuando dejaba la taza en la mesa, unos golpecitos en el cristal me sobresaltaron. Me giré y al otro lado del vinilo translúcido vi al chico que siempre me hacía compañía. Como se había empeñado en que no dijéramos nuestros nombres, siempre que me refería a él debía describirlo mínimamente. Le saludé con una sonrisa y él se incorporó de nuevo, y antes de echar a andar, gesticuló una pregunta. "¿Puedo acompañarte?" la que decliné sarcásticamente. Lo entendió al vuelo, así que sonrió, y después de unos minutos lo vi venir hacia mí, con una bandeja ocupada por su desayuno y su muleta. La apoyó de la misma manera que la mía y después de darle un mordisco a su manzana, me regaló unos buenos días adornados con una sonrisa. Comimos sin hablar mucho, mirándonos sin que el otro lo supiera, comentando cómo había transcurrido la mañana hasta ahora.
-¿Tú también tienes la marca hospitalaria, no? -dijo, señalando el dorso de su propia mano, por el cual se desplegaba un color marronoso.
-Sí... Pero no sólo en la mano -los dos subimos un poco la manga que cubría nuestros respectivos cardenales y comparamos. 
-Parezco un árbol de navidad con tantos topos -dijo con humor.
-Mis piernas parecen transplantadas de un alien, no te quejes. -reímos. Entonces entró en la cafetería una enfermera, blandiendo una cajita pequeña que sonaba al ritmo de su mano.
-¿El señor Clifford? -dijo leyendo la etiqueta de la cajita. Repitió su llamada. Mi acompañante levantó el brazo izquierdo, mientras se giraba y apoyaba el derecho en el respaldo de la silla.
-Aquí. -inquirió con la boca llena. La enfermera se acercó a él y le tendió las cajita.
-Ha olvidado sus pastillas.
-Iba a tomármelas ahora al subir. -mintió, cogiendo lo que la enfermera le tendía. Tardó medio segundo en abrirla y tomar su contenido, sin agua.
-Eso esperaba. -rodó los ojos y se fue, meneando su pelo recogido en un coletero.
-¿Clifford? -dije en tono de pregunta.
-Mi apellido. Sí. -chasqueó la lengua. El juego se había fastidiado.
-¿Cómo el... 
-No lo digas.
-Pero el...
-Cállate.
-Los dibujos -cortó mi frase con una risa vergonzosa.
-No te atrevas.
-Clifford el gran perro rojo -reí.
-Tú lo has querido -me quitó el último trozo de croissant que quedaba en mi plato
-¡Eh! -exclamé con las cejas levantadas y con finjido enfado
-Venganza. -rió al terminarse mi desayuno.
-Más bien abuso. -me crucé de brazos
-Me debes tu apellido. -sonrió

______________________________

Aquí tenéis el capítulo de hoy<3

Espero que os guste, y que sigáis leyéndola si así es, y que lleguen nuevas lectoras también :) He hecho el horario (está en el capítulo anterior, al final) Publicaré Martes, Jueves y Sábados. Quizás algún Domingo/Lunes para no dejar la fanfic abandonada por dos días, pero no es seguro. ¡Hasta el siguiente!
Muchas gracias a todas.  <3

Amnesia. (Michael Clifford)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora