6 La Sala

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Por alguna razón que Thomas no comprendía, aquellas dos cartas fueron las últimas, así que abandonó la sala. Las siguientes salas no fueron tan perturbadoras como la primera, ni encontró información como en la segunda. Hasta que llegó a la quinta puerta. Thomas nada más acercarse a la puerta vio algo rojo en el pomo de la puerta, lo que hizo que sintiera más ganas aún de entrar. Cuando giró el pomo y entró se arrepintió de haber querido entrar.
Se encontraba en una sala blanca, con estanterías, mesas, luces y unas camillas del mismo color. Pero no acababa ahí,  ni mucho menos. Las paredes, el suelo, las camillas... tenían manchas de sangre seca. Thomas se giró a observar la puerta a sus espaldas y comprobó que también estaba manchada, pero también tenía manchas de manos con sangre. Thomas se movió un poco por la sala para mirar bien. Encima de las mesas había utensilios como cuchillos de todos los tamaños, jeringuillas, aguja e hilo, y cosas más macabras como una sierra. ¡¿PARA QUÉ QUERÍAN UNA SIERRA?! Al fondo de la habitación había cuerdas, como si alguien fuera a escapar de allí. Thomas volvió a sentir que temblaba del terror que sentía. Aquella sala no era normal, ¡no era normal! Se repetirá constantemente Thomas en su mente.
-- ¿Será ésta la sala que mencionaba Micaela en sus cartas?-- dijo Thomas pensando que lo pensaba.
Se giró en todas direcciones con miedo a que alguien lo hubiera escuchado. Al fondo de la sala, en un rincón escondido que Thomas no había visto cuando entró,  una silueta se movió.
-- ¿Q-quien a-anda a-ahí?-- preguntó el joven con voz temblorosa. No hubo respuesta, por lo que Thomas repitió, está vez procurando que no le temblara la voz. -- ¿Quién anda ahí?
Venciendo al miedo, el joven moreno se acercó poco a poco hacia el rincón.  Se sorprendió al ver que la silueta que estaba allí se trataba de Micaela, que estaba amordazada y sus mano estaban atadas a una de las cuerdas que habían atadas a la pared.  Thomas se apresuró a quitarle la venda de la boca y soltarle las manos. Cuando  la volvió a mirar a la cara vió que la joven tenía una nueva herida en su mejilla.
--Micaela, ¿que haces aquí?
-- Él me trajo. Menos mal que has venido. -- contestó Micaela con lágrimas en los ojos.
-- Leí las cartas, las que empezaste a escribir hace dos años.
-- ¿A sí? Espero que te fueran de utilidad.
-- Si, pero voy a seguir investigando. Ven vamonos de aquí.
-- No, yo me quedo aquí. -- Thomas se quedó mirando a Micaela,  la cual sonrió. -- Si el director vuelve y no estoy sabrá que has venido.
-- Pero no quiero que te haga más daño.
-- Thomas, yo ya estoy acostumbrada.  Vuelve a ponerme las cuerdas y la venda y sal de aquí.
Thomas hizo lo que le pedía y salió de la Sala. Nada más salir y dar un par de pasos hacia la siguiente habitación sintió una voz a sus espaldas que decía:
-- Mira, Alen, al parecer sigue vivo.
Thomas miró para atrás y vió a Anna y a Alen.
-- Tienes razón, Anna, habrá que hacer algo con él, ¿no?
Ahora, en vez de ver lástima en los ojos de él y lo que podría ser felicidad en los de ella, vió locura en los de ella y, quien sabe, puede que aún algo de cordura en los de él, pero si había algo era muy poco. Thomas sabía que con "hacer algo" se referían a matarlo, por lo que se apresuró a llegar a la siguiente habitación.  A sus espaldas notaba que los siameses lo seguían. Entró y cerró la puerta con la esperanza de así ganar algo de tiempo. No pudo ver lo que había en la sala de lo apurado que iba, sólo sabía que en el centro había una jaula.
Cuando la puerta se abrió, dejando ver la silueta de los hermanos, Thomas se encontraba dentro de la jaula, que era bastante amplia. Se le había ocurrido un plan, era arriesgado pero era lo único que se le ocurría.
-- Eso a sido muy tonto por tu parte, niño. -- dijo Alen.
-- ¿Quieres morir rápido o ser deforme antes? -- preguntó Anna.
Thomas no dijo nada mientras observaba que Anna y Alen se acercaban a la entrada de la jaula. Tenía que esperar al momento correcto o moriría de verdad...

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