7 El pasado

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AVISO IMPORTANTE: CAPÍTULO NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES.

Ya quedaba poco, ahora menos, ya casi... 5... 4... 3... 2... 1... ¡YA!

Cuando los siameses cruzaron la puerta, Thomas corrió hacia allí y pasó por su lado, dejando a los hermanos en el interior. Rápidamente el muchacho cerró la puerta y le puso un viejo candado que ya no se cerraba pero funcionaría para que la puerta no se abriese. Anna y Alen se giraron y Thomas se alejó de la entrada de la puerta por precaución. A simple vista parecía que había funcionado, pero Thomas no estaba muy seguro.

Aún no se creía que hubiera funcionado. Ellos se quedaron mirándole, sin hacer nada. Thomas,  aunque sabía que sería inútil, intentó entablar una conversación con ellos. Ellos siguieron con la misma expresión mientras Thomas les preguntaba cosas, hasta que el niño les preguntó por su pasado. Cuando lo hizo, Anna y Alen se abalanzaron contra la puerta intentando atacar a Thomas. Se echó hacia atrás, fuera del alcance de los hermanos. Thomas se dió la vuelta, empezó a caminar hacia la puerta y cuando tenía la mano en el pomo, Alen habló a sus espaldas.

-- Espera... porfavor no nos dejes aquí... No queremos volver a estar encerrados, sólo queremos volver a casa.

Thomas se giró para mirarlos y vió las lágrimas que corrían por las mejillas de ambos. Anna se limpió los mocos en la manga de la camiseta y Alen le acarició el pelo en un intento de consolarla. A Thomas le conmovió el gesto de Alen y se acercó a la jaula.

-- ¿Y cómo se que si os suelto no me atacareis?

-- Nosotros no te haríamos eso. -- Contestó Anna, hablando por primera vez en un rato.

-- Mentira, me matariais como hicisteis con mi madre y mi tía. -- El simple hecho de recordarlas hizo que se le llenarán de lágrimas los ojos y apretó los puños de ira. -- Sois unos monstruos, os merecéis estar ahí encerrados.-- dicho esto, Thomas volvió a dirigirse a la puerta.

-- Nosotros nunca pedimos ser así. Nunca quisimos volvernos un ser monstruoso. Sabemos que has leído las cartas de Micaela, sabemos que sabes lo que pasa en la Sala,  sabemos que sabes que ninguno éramos deformes antes, que antes éramos normales. -- dijo lo que sonaba como la voz de Alen.

Thomas de dió la vuelta por segunda vez, esta vez encontrándose con el rostro serio de ambos niños, que le miraban fijamente dando un aire siniestro.

-- Eso ya lo sé, y quiero saber más. A lo mejor así puedo ayudaros a escapar de aquí. Pero...¿era necesario matar a toda aquella gente inocente?

-- Tex no se puede controlar, y nosotros...bueno nos volvimos un poco locos.-- contestó Anna.

-- ¿Por qué?-- Alen suspiró.

-- ¿Si te cuento nuestro pasado nos dejaras salir?-- preguntó el niño a lo que Thomas respondió con un asentimiento. -- Está bien, te lo contaré...

Años atrás, precisamente hace dos años, una pareja se mudó a un pueblo cerca del bosque junto con sus dos hijos, unos gemelos de 12 años

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Años atrás, precisamente hace dos años, una pareja se mudó a un pueblo cerca del bosque junto con sus dos hijos, unos gemelos de 12 años. Los niños empezarían el instituto aquel año, cuando terminara el verano, pero mientras tanto los niños jugaban todos los días en el bosque, desde que terminaban de comer hasta que empezaba a anochecer.

Un día, mientras jugaban al escondite, el hermano mayor no daba encontrado a su gemela y empezó a preocuparse. La buscó por todas partes, corriendo y gritando su nombre. Tuvo que darse más prisa ya que se estaba haciendo de noche y sus padres se preocuparian si no regresaban a casa para cenar.

Cuando estaba a punto de volver a casa y avisar a sus padres de que no encontraba a su hermana, la encontró. Estaba parada en frente de una carpa de circo y a su alrededor había luces de todos los colores. El niño corrió hacia su hermana e iba a decirle que volvieran a casa, pero el espectáculo que aparecía allí dentro los hizo entrar.

Nunca más supieron de los niños en el pueblo.

Pasó un año, un año en el que Anna y Alen estuvieron secuestrados por el circo. Mas no eran los únicos, había más niños junto a ellos y todas las noches se llevaban a uno, uno que jamás volvía. Los niños siempre estaban sentados en la misma esquina, abrazados el uno al otro. Anna siempre le pedía perdón a su hermano, le decía que si no se hubiera acercado al circo nada hubiera pasado.

Seguían pasando los días hasta que se llevaron a Anna, la cual se había aferrado a Alen y este a ella para que no se la llevaran. Aquella vez fue la primera en la que Alen recibió un castigo. Por la noche, mientras uno de sus compañeros le vendaba el brazo, escuchó los gritos de Anna, que de pronto cesaron.

Al día siguiente fué el día de Alen, el cual recibió una bofetada al resistirse. Mientras se lo llevaban por un pasillo hacia otra habitación, miró un segundo hacia atrás y vió a una chica que debía tener unos 14 años. Aquella niña que lo miraba con pena le transfirió algo de tranquilidad y esperó poder volver a verla alguna vez.

Llegaron a una sala toda blanca cubierta de sangre, pero eso no fué lo que más asustó a Alen, si no ver el cuerpo de su hermana, al cual le faltaban partes y tenía los ojos cerrados,  como si estuviera muerta. A su lado había una camilla vacía, para él. Las horas siguientes fueron insoportables, sentía dolor por todo su cuerpo y no pudo evitar gritar. Se centró en la chica de antes, que por alguna razón le tranquilizaba y de pronto todo se volvió negro.

Cuando Alen abrió los ojos lo primero que vió fué unas rejas. Sentía su cuerpo extraño, más pesado de lo habitual. Se sentó y vió que estaba encerrado en una jaula, en la jaula de al lado se encontraba la chica de antes, le hablaba pero él no podía oírla. No podía oír nada. Por acto reflejo miró a su izquierda y se encontró con el rostro de Anna.

Ahora eran siameses y su pesadilla no había echo más que empezar.

El circo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora