Capítulo siete: Cita.

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El despertador junto a su cama sonó suavemente. Harry sacó una mano de debajo de las cobijas y lo desactivó con un pequeño golpe. Animadamente se destapó por completo, ignorando el frío del otoño que pronto se transformaría en invierno, demasiado entusiasmado como para dejar que una pequeñez como esa lo afectara. El frío del colchón donde no había estado acostado le hizo tiritar por la diferencia de temperaturas. Harry no se preocupó demasiado, después de todo, si todo salía bien ese día, jamás tendría que pasar la noche en un colchón heladoo y vacío nuevamente.

Se levantó de la cama con un salto, había pedido el fin de semana libre a cambio de trabajar a tiempo completo las siguientes dos semanas. Su padre no había estado muy contento, tenían entre manos el asunto de los traficantes de Omegas pero para Harry era importante ese día y James lo había comprendido. Sirius había sido un asunto completamente diferente.

Desde que había llegado de improviso al apartamento de Harry, el día en que se topó accidentalmente con Malfoy en celo y lo había llevado con él, su padrino no le había hecho ninguna pregunta, pero las miradas decían mucho más que cualquier palabra que Sirius quisiera soltar. Canuto parecía confundido, enojado y ofendido. Harry sabía lo mucho que su padrino detestaba a los Malfoy, especialmente a Lucius de quien realmente sospechaba había sido simpatizante de Voldemort antes de que cayera. Los tenía en muy baja estima y cuando Harry le confesó a toda su familia que Draco era su predestinado, aunque no dijo nada, pudo ver en su mirada la negación.

Cuando Harry había llegado a la oficina el primer día después de que los Malfoy aceptaran tomarlo en cuenta para el cortejo de su hijo, se había encontrado con James y Sirius trabajando en los archivos del caso del tráfico de Omegas. Harry había pedido su fin de semana libre, James le había puesto condiciones, pero Sirius se había resistido, intentando convencer a su padre al poner el trabajo de por medio.

Harry sabía que su padrino lo aceptaría tarde o temprano, que Draco y él estaban hechos el uno para el otro y que Harry ya no podía vivir sin él. O al menos eso esperaba. Si Sirius seguía con esa actitud pasivo-agresiva, Harry tendría que tomar a su Omega e irse lejos, a un lugar tranquilo donde los dos juntos pudieran criar a sus cachorros. Pero primero, Harry tenía que recuperar a su Omega costase lo que costase.

Tomó una ducha larga, tallando a conciencia cada parte de su cuerpo y limpiando a profundidad su siempre desastroso cabello. No sentía mucha confianza de su aspecto físico, siempre había sido más delgado y bajito que un Alfa promedio, incluso Malfoy siendo un Omega estaba de su estatura, pero el entrenamiento con los aurores le había ayudado a ganar masa muscular y sus fuertes brazos y abdomen marcado eran algo que hasta él podía notar y que usaría como ventaja. Incluso había pasado los últimos días en que había dejado de espiar a Malfoy durante sus citas con otros Alfa para entrenarse y además, para ultimar los detalles de su tan ansiada cita.

Al salir del baño, Harry se colocó un conjunto cómodo para hacer algunas compras antes de tener que arreglarse para el evento de esa tarde. Había prometido cuidar de Teddy hasta el mediodía así que estaba seguro de que Remus no tardaría en llegar con su ahijado. Ambos irían al callejón Diagon.

Salió de su habitación y se dirigió a la cocina para preparar un desayuno que Teddy pudiera consumir sin que Remus los reprendiera a ambos. El clima estaba frío así que, con un poco de ayuda de magia no verbal y sin varita, acondicionó el clima interior hasta que estuvo agradable. La chimenea crepitó y de ella salió Remus con Teddy en brazos con tanta energía que parecía que en cualquier momento rebotaría por toda la habitación, como una pelota de goma.

—Listo, hemos llegado —dijo Remus para calmar la ansiedad de su hijo.

Teddy se liberó del agarre de su padre con habilidad y con sus pequeños pies salió disparado hacia la cocina donde Harry se aseguró de colocar una barrera que lo hacía regresar a la sala cada que cruzaba la puerta, como seguridad. Teddy intentó entrar a la cocina al menos cinco veces, sus pisaditas resonando en el piso de madera. Harry pensó que era tan obstinado como Sirius.

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