Capitulo doce: Confusión.

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La nieve caía lentamente del otro lado de la ventana. La brisa de invierno —gélida como en pocos años se había experimentado— soplaba, silbando entre las ramas de los árboles ya secos por el impetuoso clima. Arriba en el cielo, las nubes oscuras cubrían todas las estrellas y la luna. No había ni una chispa de luz en el exterior y aun así, Draco pensaba que el paisaje era hermoso. Sólo las siluetas de las plantas y árboles de su jardín, el viento cantándole una canción y la nieve, brillante y perfecta descendiendo lentamente.

Levantó su mano derecha con cuidado, largos y pálidos dedos a punto de apoyarse sobre el bulto en su vientre y deteniéndose a medio camino. Demasiada culpa, demasiados sentimientos. Draco no podía lidiar con todo ello. ¿Su bebé le perdonaría pensar en otro hombre que no fuera su padre? ¿Su bebé le permitiría pensar en otro Alfa?

Porque eso era justo lo que estaba ocurriendo. No podía dejar de pensar en Harry Potter.

Durante su estancia en la clínica, o lo que él había creído que lo era, Draco se había sentido sumamente confundido respecto a todo. No entendía como había llegado allí en primer lugar ni porqué estaba internado, nadie le había explicado nada, ni sobre su estancia, ni sobre las extrañas pociones que le hacían beber cada que él no actuaba como ellos deseaban, como se suponía que un Omega debía reaccionar y Draco con el tiempo comprendió, o le hicieron comprender, que era por su propio bien.

Cuando toda la incertidumbre y la confusión se trasformó en tranquilidad y buena disposición, las dosis de las pociones bajaron considerablemente y Draco poco a poco aprendía a comportarse como todos le habían dicho toda su vida que debía hacerlo y encerrado, en su enorme y lujosa habitación, el deseo de ser un Omega sumiso servicial creció dentro de él y esa nueva forma de pensar fue recompensada con nuevas libertades como pasear por el resto de la casa o salir por unos cuantos minutos a los jardines. Siempre supervisado por uno de esos hombres que al principio le habían hecho sentir inseguro.

Pero a veces, estar recluido en una clínica a la mitad de la nada podía ser realmente solitario y aterrador. Por supuesto, en aquel lugar Draco no era el único Omega, habían muchos otros como él, podía escucharlos llorar en las noches, sobre a todo a los recién llegados, aquellos que no comprendían que todo lo que la gente de esa lugar quería era hacerlos felices, encontrarles un buen Alfa que los amaría y los protegería, un Alfa al cual servir porque, ¿para qué otra cosa existían los Omegas de todas formas?

Era esa soledad la que a veces le hacía recordar; era el silencio el que traía a su memoria las imágenes de una vida que no sentía como suya y que de todas formas se encontraba almacenada dentro de su cabeza. Una infancia en una familia feliz, de cuyos recuerdos sólo había podido rescatar los rostros de sus padres, e incluso esos, con el tiempo fueron desvaneciéndose hasta convertirse en manchas borrosas e indistinguibles acompañadas con voces que parecían provenir del fondo del mar.

Draco no podía recordar su infancia o su adolescencia, pero extrañamente, la falta de estos recuerdos no lo tenían demasiado preocupado, se encontraba demasiado concentrado en convertirse en un buen Omega para su Alfa que era al único al que realmente podía recordar; el cómo se habían conocido en cuarto año, el Baile de Navidad al que habían ido juntos, las cartas que habían intercambiado cuando tuvieron que separarse y su feliz reencuentro cuando Draco estuvo en edad para desposarse y ser marcado.

Y eso le había parecido perfecto en ese momento.

Sí, los días habían sido solitarios, las noches lo habían sido más, pero a veces, cuando Viktor lo visitaba en la clínica y le hacía el amor hasta el amanecer, toda esa soledad y toda esa añoranza de no-sé-qué a la que Draco no podía darle ni un nombre ni un rostro, desaparecía. Al menos durante la mayor parte del tiempo.

Nobody'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora