Capítulo 4: El Dibujo

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Pasé por arriba del hombre ensangrentado con vidrios en su cara y salí corriendo de la habitación. Detrás de mí corrían los otros dos hombres mientras me disparaban con sus armas. Me agaché para esquivar las balas que se estampaban contra las paredes del pasillo sin piedad. La música comenzaba a escucharse más y más cerca, ya casi llegaba a la pista de baile. Sólo tenía que llegar y escabullirme entre la gente; sería fácil, no habían visto mi rostro completo aún y no les sería fácil encontrarme entre un montón de gente.

Logré llegar a donde había estado un rato antes con esa chica, sólo que ella ya no estaba allí. Continué corriendo, chocando con paredes y tratando de no tropezarme, porque un paso en falso y terminaba como colador. Tanta era mi desesperación que el pasillo se hacía eterno, mis pies resbalaban en el suelo y las paredes me mareaban. Sentí la mano de uno de los hombres sobre mi hombro, la agarré y logré derribarlo, continué huyendo. Finalmente, lo que nunca creí ver, las cortinas que separaban el balcón de la discoteca con el pasillo estaban frente a mí. Traspasé las cortinas, bajé las escaleras de la discoteca y me escabullí entre la gente. Me quedé bailando con unas chicas que me rodearon como si fuera una presa. Apenas si les presté atención a quiénes eran, ellas me protegían del campo de visión. Dirigí mi mirada al balcón, allí estaba uno de los hombres que me perseguía dando órdenes desde el micrófono que traía puesto al oído y mirando para abajo constantemente, hacia donde yo me encontraba. Una de las chicas me tomó el brazo para bailar más de cerca conmigo y la atraje hacia mí para que me cubriera. Comencé a darle vueltas para poder ver los alrededores. Ahí fue cuando encontré a otro de los guardaespaldas de las serpientes caminando entre la gente y observando de cerca a cada chico que fuera alto, flaco y de cabello oscuro. Solté a la chica con la que fingía bailar y salí desesperado de ahí antes de que el guardaespaldas me viera.

—¡Lee!—me sobresalté al sentir una mano fuerte sobre mi hombro. Al notar que sólo era Bill, mi desesperación disminuyó un poco—¿En qué rincones oscuros has estado metido? Mejor dicho ¿con quién?—sonrió travieso.

—¿Dónde está Lucas?—pregunté serio. Bill me miró como si le estuviera contando un chiste—Estoy ebrio, no me siento bien.

—Yo te veo bastante bien, no seas tan aburrido—replicó Bill rodeándome un hombro con el brazo.

Le quité el brazo de encima y me acerqué más a él.

—No Bill, no entiendes. Estoy muy ebrio—recalqué palabra por palabra.

Bill, a pesar de su estado de ebriedad, se dio cuenta de lo que hablaba y me miró un poco asustado.

—Apóyate en mi hombro y finge que te cuesta caminar—advirtió mientras me conducía a algún sitio.

Miraba disimuladamente a mis costados, había perdido de vista a los guardaespaldas. Luego de caminar un rato apoyado sobe Bill, llegamos a un estar con unos sillones. Lucas estaba allí besando a una chica. Bill lo agarró de la camiseta y Lucas volteó enojado.

—Nos vamos—le comunicó Bill.

—¿Qué...?

Lucas miró su reloj, eran apenas las tres de la mañana y no entendía por qué nos íbamos. Tuvimos que usar el código de peligro.

—Jackson se excedió con el alcohol—explicó Bill—Está muy mal.

Cuando inventamos el juego de la cacería de camellos nos dimos cuenta de que íbamos a necesitar códigos para comunicarnos entre nosotros si no queríamos que nos descubrieran. Dado que inventamos esta estupidez hacía cuatro años, sólo recordaba los que siempre usábamos. Cada código tenía su propio significado: una descompostura significaba que el camello estaba en el baño, una invitación a bailar significaba que la persona que buscábamos estaba en la pista de baile, la sirena era para cuando aparecía la Sede Central y en ese caso no queríamos que supieran que tres alumnos de la Academia andaban jugando a ser profesionales, en ese caso nos íbamos antes de que nos vieran. Y por último, el código de ebriedad, no tenía un significado preciso, lo usábamos para cuando estábamos en problemas o cuando las cosas se nos iban de las manos. Algo sí era claro en ese código: había que escapar.

JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora