Capítulo 26: El Restaurante

262 28 6
                                    

Esperé escondido en mi casa hasta la noche. Trataba de actuar normal para que mamá no se preocupara, ni siquiera tenía idea de que la casa estaba rodeada de espías. Cuando ella se fue a su turno en la noche la despedí con un abrazo.

—¿Y este abrazo?—preguntó risueña.

Traté de sonreír para ocultar el miedo que sentía por dentro. Probablemente no vuelva a casa. Si iba esta noche era porque sabía que las serpientes querían asesinarme y prefería que cuando lo hicieran fuese lejos de mi casa, cosa que si lo hacían mi mamá no estaría presente y no la tocarían a ella.

—Te quiero—le dije. Ella seguía mirándome como si todo esto le pareciera extraño, pero luego me miró con ternura y me dio un beso en la cabeza.

—Yo te quiero más—dijo ella. Fue como una puntada en el corazón—¿Está todo bien, hijo?

Quería llorar como niño y pedirle que no me dejara solo, pero no podía involucrarla en toda esta basura. Como respuesta, asentí con mi cabeza.

—Mañana es mi día libre ¿Qué te parece si vamos a cenar?—me preguntó sonriente.

—Sí—sonreí.

En ese segundo me hice prometer que esta noche tenía que sobrevivir, tenía que hacerlo por ella, no podía perderme también a mí.

Apenas mi mamá salió por la puerta salí corriendo a mi habitación. Me coloqué mi chaqueta y abrí el cajón de la cómoda. Allí guardaba algunos armamentos espía que sacaba de la Academia. Yo no lo llamaría robar. Conseguía todos esos juguetes en un depósito donde guardaban repuestos, materiales o cualquier cosa que pudiese servir en algún momento. Más que nada era un acumuladero de basura. Un día husmeaba y me encontré con una caja de cosas perdidas. Estaba llena de cuchillos, micrófonos espía, un reloj inteligente y un montón de juguetes espía como polvo paralizante o anillos que daban descargas eléctricas. Creo que la mitad de esos juguetes pertenecían a Bill. Así que sólo tomé las cosas que me servían para defenderme, nunca se me dieron esos juguetes. De todas formas ya no pertenecían a nadie, hay demasiadas personas en la Academia como para encontrar a su dueño. Mi vista se posó sobre la repisa y otra vez apareció la cadenita con la cruz frente a mis ojos. Me perseguía. Natalie me la había dado creyendo que me protegería. Tomé la cadena y me la puse al cuello, escondiéndola debajo de la ropa. Creo que nunca sabré qué fue lo que hizo que la usara; pero luego de esa noche no me la volví a sacar.

Salí por la ventana para no ser visto por los espías y me escabullí por el patio de la vecina de atrás. Preferí no ir con la moto a la ciudad. Allí hay cámaras, policías y mucho tráfico, no era como andar aquí en el vecindario. Salí a la calle de atrás donde me esperaba el auto de Bill. Me subí al asiento del copiloto y le pedí que arrancara antes de que nos vieran.

—¿A dónde vamos?—preguntó.

—A la ciudad—contesté mirando hacia todas partes. Bill me miró incrédulo y bajó la velocidad.

—Más te vale que sea algo importante porque si choco el auto, tú pagarás los daños—se quejó.

El auto de Bill era en realidad de sus padres y no le permitían llevarlo a la ciudad. Aunque yo también tenía prohibido ir a la ciudad solo, pero me hacía mis escapadas de vez en cuando.

—Te prometo que es muy importante.

Bill me dejó donde le pedí que me dejara, frente al Big Ben. Patrick no se veía por aquí.

—Necesito pedirte un último favor—le dije a Bill antes de bajarme del auto—Busca a los demás y espérenme afuera de la Academia, donde siempre. Los veré ahí en un par de horas. Que vayan preparados, iremos a una misión. Y no se les ocurra llevar a Tim.

JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora