Segundo despertar

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Me despierto con un mal sabor de boca inexplicable. ¿Soy feliz? me pregunto. Siento como si el sueño no fuera tan irreal como aparenta, de una forma u otra todos buscamos ser felices y evitar el dolor o el sufrimiento. Supongo que nos da miedo y es bastante comprensible, ¿quién quiere estar mal? Pero a la vez me pregunto, ¿por qué ver el dolor como algo anormal? ¿No somos al final seres vulnerables y emocionales? ¿Por qué no poder gestionar ese dolor sin creer que nos desviamos del camino? ¿Por qué ponerle a todo un filtro que esconda la realidad de las cosas?

Voy al instituto, de nuevo estoy pensando en el sueño y me pregunto de nuevo ¿soy feliz? No lo sé, me respondo. Pero este estado no es que se pueda llamar felicidad tampoco. Llego pronto a clase de Matemáticas y el profesor entra con una sonrisa y, nos informa que trae la corrección de los exámenes. Empiezo a ponerme nerviosa, ya que recuerdo la dificultad que tuve para resolver los problemas. Reconozco que esta asignatura siempre ha sido mi punto débil, pero aún he ido aprobando como he podido curso tras curso. Entonces, el profesor se acerca y me entrega el examen diciéndome que me espera en su despacho al terminar la clase. Supongo que intentará consolarme por la nota tan baja que he sacado, francamente, es de las peores. Le miro y asiento con la cabeza cabizbaja.

Transcurre el tiempo y finalmente me acerco a su despacho. Pico la puerta.

- Entra – me dice el profesor.

- Hola... – saludo tímidamente – Supongo que querrá hablarme del examen.

- No exactamente. Si te he citado es porque últimamente he notado que estás en las nubes. Te noto ausente. Así que quería preguntarte si hay algo que quieras comentarme o algo que te preocupa. – me dijo el profesor haciéndome señas para que me sentara.

Me senté y me puse a pensar si debía contarle o no, pues más que ser algo personal en realidad ni yo misma sabía lo que me pasaba. A pesar de no entenderlo bien, decidí que era mejor compartirlo que guardármelo para mí misma.

- Lo cierto es que hay una pregunta que lleva tiempo rondando en mi cabeza y no logro encontrar ninguna respuesta.

- Y cuál es tu pregunta? - me dijo el profesor preocupado.

- Hace unos días tuve un sueño un poco extraño, que me dejó con mal sabor de boca... – le empecé a contar todo el sueño – ... y desde entonces no puedo parar de preguntarme si soy realmente feliz, pues tampoco sé realmente qué es la felicidad. ¿Usted lo sabe profesor? – le pregunté mirándole a los ojos.

- Vaya, no esperaba que alguien de tu edad se hiciera este tipo de preguntas. Normalmente, los problemas a tu edad giran entorno a problemas más concretos, como el miedo al primer día de instituto o a la selectividad, y no tan existenciales – dice el profesor mientras agacha la cabeza. Parecía que estuviera pensando arduamente, intentando encontrar una respuesta, y eso me indujo a pensar que los adultos tampoco saben si son felices. De repente, me miró y empezó a hablar de nuevo –. Luna, la felicidad se encuentra en cada uno de nosotros, está bien por ello que te lo preguntes a tí misma. Puede que sea pronto aún para poder contestarla, por eso no puedes responderla, ya que eres muy joven y te queda mucho camino por recorrer. Así que no te preocupes, sé paciente y disfruta de las cosas que te da la vida, que es el momento de hacerlo. La verdad, aunque ya sea un adulto, tampoco puedo decir que sea feliz exactamente, el mundo adulto es complicado y hay muchas preocupaciones. Pero eso tampoco me deja triste, pues sé que tengo a gente que me quiere a mi lado y a unos alumnos maravillosos que ayudo siempre que lo necesitan. Mi consejo es: enamórate, haz muchas locuras, proponte metas, estudia mucho y cuida de la gente que te quiere, como ellos lo hacen contigo. Todo ello te ayudará a entenderte mejor, a encontrarte a tí misma y a conducirte por el camino que te hará realmente feliz. Además, ten paciencia y no te desesperes por no saber lo que te gusta o quieres hacer, todo llegará en su debido tiempo. Ah! y sobretodo da las gracias.

- Gracias, profesor. - le dije con una sonrisa, pues entendí que lo que me faltaba realmente era a alguien con el que hablar y que me ayudara a encontrar respuestas. Es decir, necesitaba a alguien que fuera mi brújula y me ayudase a encontrar mi camino. El profesor fue mi primera brújula y se lo agradecía de verdad por ello.

La noche es eternaWhere stories live. Discover now