Capítulo 8

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Lo miré de reojo mientras caminábamos por la feria. Él miraba extrañado y curioso. Parecía un niño. Era tan tierno. Y al mismo tiempo tenía algo tan siniestro y excitante. Frunció el ceño cuando vió a un gran grupo de niños jugando y corriendo. Lo miré de forma divertida.

- ¿Pasa algo? - Le pregunté. Se giró a verme.

- Si, nunca he estado con tanta gente en un mismo lugar - Dijo mirando a su alrededor.

- Eres muy antisocial para ser el Diablo - Dije con sinceridad.

- ¿Ah sí? - Preguntó mirándome.

- Si - Asentí sin dejar de reír. Él también lo hizo. Es tan devastador cuando sonríe.

- ¿Y qué haremos? - Preguntó. Me giré a verlo.

- Jugaremos un poco - Dije y tomé su mano para arrastrarlo hasta uno de los juegos.

- Buen día, ¿Desean jugar? - Nos preguntó el hombre del lugar.

- Si. Dos fichas, por favor - Dije. Me paso 6 pelotas.

Tenía que tirar la mayor cantidad posible de botellas, para ganar un oso. Miré a Chris, estaba bastante serio. Un poco más de lo normal. Parecía que algo le molestaba o dolía, en realidad no sé con exactitud. En un acto fallido me encontré colocando mi mano en su nuca. La arrastré hasta su cabello y acaricié su cuero cabelludo.

- ¿Qué sucede? - Le pregunté. Corrió su mirada a la mía.

- Me gusta que acaricies mi cabello - Admitió sonriendo. Dejé de hacerlo y tragué saliva.

- Déjame enseñarte como se hace esto Christopher - Le dije. Río por lo bajo.

Tiré la primera pelota y falle. Soltó una risa. Lancé la segunda y volví a fallar. Volvió a reír. Tomé la última que me quedaba. La tiré. ¡Mierda, falle! Chris reía de manera divertida, y pude notar como el hombre de la tienda también estaba tentado a reírse.

- Oh preciosa, no pensé en reírme tanto - Dijo mientras tallaba sus ojos.

- Veamos si tú puedes hacerlo - Le dije y me acerqué a su oído - Señor Diablo.

Le di las otras tres pelotas. Se acercó más al estante. Lanzó la primera pelota. Varias botellas cayeron. Le miré sorprendida. Lanzó la segunda y más botellas cayeron. Solo quedaba una botella. Se giró a verme.

- Así es como se hace, preciosa - Dijo y lanzó la pelota sin dejar de mirarme. La última botella cayó. Giré sorprendida ante el sonido.

- Felicitaciones, ha ganado el premio mayor -Le dijo el hombre. Le alcanzó un oso enorme y peludo. Era extremadamente lindo.

- Toma preciosa, para ti - Me lo dio. Tomé el oso y miré a Christopher.

- Es muy lindo - Dije bobamente. La última vez que me habían regalado un peluche tenía 14 años. Y era del tamaño de mi mano.

- Como tú - Dijo, haciendo que mordiera levemente mi labio inferior.

- ¿Quieres comer algodón de azúcar? - Le pregunté.

- No es de mi agrado - Dijo. Lo miré divertida.

- Bueno, lo tendrá que ser - Le desafié.

Seguimos caminando hasta encontrar un puesto de manzanas acarameladas, palomitas de maíz, caramelos, chupetines y algodones de azúcar. Compré el más grande y mullido de todos. Me acerqué hasta él.

- Vamos, come un poco - Le dije. Me miró fijamente alzando una ceja.

- De verdad preciosa, no es de mi agrado - Dijo sin dejar de mirar el colorido dulce que tenía entre mis manos.

- ¿Lo has probado? -Cuestioné. Levantó la mirada, dejándola sobre mis ojos.

- No, pero algo que es rosa y se te pega en las manos como chicle no debe ser nada agradable -Dijo con una mueca de asco. Solté una risa divertida

- Oh vaya, eres peor que un niño. Pruébalo, juro que te gustara - Asentí.

Me miró sin estar muy seguro. Tomó un pequeño pedazo con la punta de los dedos. De verdad parecía un niño al cual estabas obligando a comer verduras. Lo levantó lentamente hasta su boca y lo comió con cierto asco. Yo solo lo miraba.

- ¿Y? - pregunté.

- Es asqueroso - Dijo frunciendo el ceño.

- ¡No seas mentiroso! - Le dije tomando un pedazo de algodón y llevándolo a mi boca.

- ¡Yo no miento! - Dijo como si eso fuera lo más verdadero que hubiera dicho en su vida.

- Si claro, y yo soy Scarlett Johansson - Dije. Él rió con ganas.

- Ay, preciosa eres tan graciosa - Me dijo. Tomé otro poco de algodón y lo metí en mi boca.

- Y tú eres tan extraño - Dije sonriendo.

Volvimos a caminar. Y sin darme cuenta las horas fueron pasando. La noche se hizo presente en Los Ángeles, fue bastante rápido. Era tan extraño todo esto, esa extraña sensación al estar con él. Hay momentos en los que se me olvida y pienso que es un hombre normal, común y corriente. Pero cuando recuerdo que, y quien es, se me eriza la piel. Este hombre, que ni siquiera es un hombre, solo ha venido a mí con la intención de llevarse mi alma. Nada más que eso. Y eso llegó al centro de mi pecho, haciendo un pequeño agujero allí.

- ¿Tienes hambre? - Preguntó cuando llegamos al departamento. Fijé mi vista en él.

- No, estoy que exploto - Dije la verdad. Se quitó el saco y ese deseo ardiente hacia él me consumió.

- Y sí. Si te la pasaste comiendo porquerías - Dijo con sarcasmo.

- ¡Ay, aja! ¿Ahora eres mi padre? - Le pregunté cerrando la puerta.

- No, gracias a Dios - Dijo. Lo golpee levemente en el brazo. El teléfono comenzó a sonar, solo corrí hasta el.

- ¿Hola? - Dije apenas contesté.

- Tiene un mensaje de voz, ¿desea escucharlo? - Escuché la fría voz de la operadora. Fruncí el ceño - Para escuchar su mensaje presione 1.

- Caitlin, soy Sophie. Parece que no estás en casa, linda. ¿Dónde y con quien estarás? ¡Ay ya me lo imagino! Bueno, pero después me cuentas sobre eso. Solo llamo para decirte que esta noche tampoco voy a casa. Joel está más ardiente que nunca y no voy a dejarlo en estas condiciones solo. Nos vemos mañana cariño, te quiero.

Dejé el teléfono y reí por lo bajo. De verdad está loca. Negando divertida con la cabeza volví hacía la sala. Mi querido invitado estaba sin camisa. Todo el aire salió de mi cuerpo. Mis piernas temblaron levemente. Ese pantalón negro se amoldaba bien a sus masculinas piernas y cada músculo de su estómago parecía estar hecho de roca y carne fibrosa. Mordí mi labio al imaginarlo sobre mí, su peso calentando mi cuerpo. Sus fuertes manos sosteniendo las mías mientras estábamos íntimamente unidos. Sacudí mi cabeza después de tragar saliva.

- Voy a tomar un poco de aire - Avisé y salí de ahí antes de volverme loca.

Subí hasta el último piso de mi edificio. Entre a la abandonada terraza. Este lugar está más desierto que el desierto de Sahara. Miré hacia el cielo. Era azul oscuro y por la luz de la ciudad apenas se veían las estrellas. La luna estaba blanca y casi redonda. Una linda noche.

Ni frio, ni calor. Ni viento, ni humedad. Nada. Me senté en el suelo y saqué un cigarrillo. No había fumado en todo el día, algo muy raro en mí. Ahora necesitaba uno con desesperación. Lo prendí y aspiré ese envenenado humo que lograba calmarme un grado. Suspiré levemente, me puse de pie y me acerqué hasta las rejas de la terraza. La gente se veía pequeña, la ciudad ruidosa.

- Es tan misterioso todo, ¿Verdad? - Me sobresalté ante su profunda voz en mi oído. Me giré a verlo. Estaba tan cerca que solo debía estirarme y podría besarlo.

- ¿Qué... que haces aquí? - Pregunté nerviosa.

FIRE - Christopher Vélez -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora