Beteado por la preciosa Sthefynice
Capítulo 2: Te vi llorar.
Al principio, convivir con completos desconocidos y dos extraterrestres de costumbres extravagantes, fue duro. Keith se consoló con tener, al menos, la familiaridad de Shiro de su parte. Buscó mantenerse distante para conservar la tensa tranquilidad que normalmente rodeaba al castillo y que lo mantenía anímicamente estable. Entrenaba la mayor parte del tiempo, y de vez en cuando asistía a las comidas, luego de los entrenamientos grupales, manteniéndose en silencio, siempre al margen. Era la mejor forma de conservar la seguridad, callado, sin dar más problemas de lo necesario.
Evitó las charlas apasionadas de Hunk, el parloteo incesante de Coran, la curiosidad de Pidge e, incluso, la vaga interacción que Allura buscaba establecer de vez en cuando. Todos supusieron que aquella actitud era común en él, incluso Lance se mantuvo al margen de su aislamiento, no dedicando mayor tiempo en él más que para establecer los límites de una supuesta rivalidad de la que Keith nunca había estado al tanto.
Todos lo aceptaron, encogiéndose de hombros porque, como Pidge decía, Keith era uno de esos chicos solitarios y cascarrabias el cual era mejor dejar sólo.
Todos...excepto Shiro.
El hombre lo sentó un día, luego de una discusión particularmente fuerte con Lance, durante un entrenamiento grupal.
—Pensé que habíamos solucionado esto—Shiro mantuvo el ceño fruncido, los hombros tensos con su clásica pose de padre estricto pesando en su mirada. Se estaba refiriendo claramente a los progresos que había hecho con su terapeuta, para aquel tiempo había logrado congeniar al menos con un grupo limitado de personas, y mantener su ansiedad sobre ser rechazado socialmente a raya.
¿Cómo decirle a Shiro que había lanzado todo eso a la basura luego de escapar de Garrison, y pasar casi dos años enteros aislado en una cabaña?
Buscando mantener el control de sus nervios, también se cruzó de brazos, harto del tema incluso antes de empezar.
—Te fuiste dos años y medio, Shiro. Muchas cosas cambian en ese tiempo.
Directo a la herida, Shiro respingó, sorprendido de que un tema tan sensible como su secuestro fuese tocado, pero la sorpresa en su rostro se transformó directamente a una autentica expresión de disgusto. Keith lo lamentó, no quiso hacerlo, pero las palabras salían con tanta rapidez de sus labios. Se sintió atrapado y confundido, ¿qué debía decir ahora? ¿Debía atacar? ¿Callarse y aceptar de buen grado la amonestación que seguro vendría?
Lo cierto era que Shiro estaba enojado, lo miraba con ojos estrechos y ohnodefinitivamentehabíahechoalgomalmalmalmuyMUYMAL...
—Keith, cálmate—la suave voz paciente de Shiro se oía lejana. Un toque fantasmal le sostuvo con firmeza antes de sacudirlo—, este es tu lugar, estás en control. Estás conmigo.
Los suaves dedos hicieron círculos sobre sus hombros, el sonido de los dedos robóticos contra sus oídos hipersensibles.
Keith parpadeó, la orilla de los ojos le picaban, ¿él había...?
Shiro espero sólo un minuto para que la respiración del menor se calmara antes de entonar, con palabras cuidadas: —¿Cuándo paraste de ir a terapia?
Keith negó, frustrado. Algo empapaba sus mejillas y rechazaba el simple pensamiento de que tal vez, fuesen lágrimas.
—No me mientas, Keith. Te crié, sé cuándo mientes.
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Excepto a Ti
Fiksi PenggemarEl sufrimiento de su padre y una dura infancia por culpa de una madre ausente, volvieron a Keith un firme creyente de la inexistencia del amor. Construyó grandes barreras a su alrededor, y se aisló, presto a no ser herido o rechazado, presto a evita...