XXVIII: -La Chica del Metro-

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¡Muy buenos días, tardes, noches! Donde quiera que se encuentren y mi lean. Ya sea desde algún punto de la geografía mexicana, alguna isla caribeña, la patagonia Argentina, en algún restaurante gourmet español... O hasta la mismísima Australia, ¡No importa! Pues si están aquí es prueba de que nos une un mismo fin, las letras y el arte.

De antemano me disculpo por demorarme en actualizar —no prometo hacerlo más seguido, pero haber que puedo hacer—, pero es que tengo tantas ideas desordenadas en mi cabeza que no sabía con cual continuar. ¿Les ha pasado?

Bueno, el día de hoy —y ya sin tanto choro—, les quiero compartir una anécdota personal, esas que pasan por "casualidad", como dirían muchos, una situación que me ocurrió hace ya algunos años, mientras viajaba en metro, en el Distrito Fed... Perdón, CDMX.

¡Qué tal, soy Cathal! Y esto que te brindo hoy, se llama:

—La Chica del Metro—

Era un día común y corriente en la capital mexicana. Me encontraba vacacionando con mi familia. Ese día mi hermana y yo salimos por nuestra cuenta a recorrer el centro histórico de la capital mientras nuestros padres paseaban por su cuenta.

Nuestro medio de transporte predilecto, cada que viajabamos a la capital mexicana, siempre había sido el metro, o subterráneo; quizá porque en nuestra ciudad natal no existe —y dudo que alguna vez exista— este tipo de transporte.

Pero bueno, me desvié un poco del relato... Veníamos de tomar la ruta que conducía de Ciudad de los Deportes hacia nuestro destino, el Zócalo. Para quienes conocen la capital sabrán que es una distancia algo retirada; en fin, tras hacer los transbordos necesarios, por fin subimos al tren que nos llevaría a nuestro destino.

Fue ahí, cuando la ví.

Una mujer que lucía enigmática, sus ojos marrón oscuros brindaban una mirada profunda y penetrante, sus labios eran gruesos y sugerentes, una pequeña, pero notable nariz decoraba el centro de su rostro. Sus facciones no eran delicadas, pero tampoco toscas, tenía una simetría perfecta y una belleza inusual que me cautivó desde el primer instante.

Recuerdo mirar a mis costados de forma disimulada, pues pensé que quizá observaba a otro; pero no, me veía a mí, ¿Cómo lo sé? Pues a mi costado derecho las dos siguientes butacas iban vacías; y a mi zurda, mi hermana iba concentrada en su celular e inmersa en el universo musical de su iPod con la mirada gacha, moviéndola rítmicamente al compás de la música.

—Me debe estar mirando a mí —dije para mis adentros.

Así que, fiel a mi costumbre retadora, le dedique la misma atención.

Por espacio de poco más de cuatro estaciones, o paradas, del metro, la vi fijamente sin apartar mi vista de ella, pensando que quizá la intimidaría... Pero no fue así.

Al observarla con detenimiento, pude recorrer su anatomía, la cuál fue una sorpresa aún más favorable para mí, tenía un físico muy bien trabajado y todo muy bien colocado en su sitio; no dejaba de mirarme como si yo fuese algo que jamás hubiese visto en este mundo, comencé a sentirme intimidado.

Sin embargo, no aparté la vista y continué el reto visual.

En un momento, pensé dedicarle una sonrisa, pero mi rostro no respondió.

—¿Qué me pasa? —recuerdo haber pensado —¿Por qué no puedo hacerlo?

Acto seguido, comencé a experimentar un incremento exponencial en la temperatura corporal. Mis mejillas se sentían calientes, mis orejas también, me agité un poco, tragué saliva... Estaba abochornado.

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