The Cold Stranger

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Un infierno ardiente e incontrolable estalló en sus pulmones mientras se quedaba sin aliento. Sus dedos se apretaron a los costados del cuenco en el que estaba siendo empujado su rostro. Gritó mientras el dolor atravesaba su cuerpo ante la repetida falta de aire, estaba tenso, luchando por mantenerse erguido, contra el control del enemigo que trataba de sumergirlo una vez más. Ya había perdido la cuenta del número de veces que lo habían hecho, sólo hoy.

Hoy, ayer, el día anterior...

Había perdido la cuenta de cuántos días había sido su juguete favorito en la mazmorra, cuántas torturas diferentes habían impuesto sobre él.

Sintió una agonía ardiente en el pecho con cada respiración jadeante, como si las gruesas e implacables garras que se clavaban a sus costados le fueran rasgando también las costillas. Gritó, apretando su mandíbula luchando contra el deseo de lloriquear, gruñendo en su lugar, tratando de conservar lo que quedaba de su orgullo, lo que quedaba de su vida.

Detrás de él, el monstruo que lo sostenía en sus garras rió entre dientes.

- Tú eras un muchacho guapo y orgulloso. Puro. -gruñó la criatura-. Ahora mirate... -Las garras en sus costados se alejaron de repente y Draco soltó un grito ahogado. La sangre salpicó su frente y se estremeció, sin atreverse a mirar hacia abajo. Él sabía que cuatro grandes marcas de garras habían sido talladas en sus costados, iguales a las cicatrices rojas en su pecho.

Un destello de luz, un recuerdo de su "vieja vida" lo alcanzó. Era un niño sentado en las rodillas de su madre, observándola trenzar su hermoso cabello.- Los Malfoy son belleza y perfección, Draco, -murmuró con amor.- Eso es lo que somos. Eso es todo lo que somos. -Se estremeció ante las palabras de su madre. Ya no era hermoso, ya no era perfecto, y todos los mortífagos que lo torturaron sabían que eso le dolía más que cualquier herida o tormento.

Significaba que ya no era un Malfoy. No era el hijo de su madre, ni el heredero de su padre.

De repente, aquellas garras sangrientas se apoderaron de sus hebras rubias llenas de suciedad y lo empujaron, sin previo aviso, en el cuenco de piedra una vez más. Inhaló la vil agua, se ahogó en ella hasta que su cabeza se inundó con agonía y se sintió a la deriva. Entonces, justo cuando la prometedora oscuridad de la inconciencia lo alcanzaba, esas garras tiraron de su cabeza hacia atrás, hacia la realidad. Una y otra vez.

- Pensaste que eras demasiado bueno como para dejar que el Señor Tenebroso ensuciara tu precioso cuerpo, ¿eh? -Le gruñó en la oreja, pasando una garra en la mejilla derecha de Draco, justo donde terminaba la ceja. La presionó amenazadoramente. Draco se estremeció.- No mi rostro. -se estremeció, preguntándose cómo su madre, si alguna vez salieran de esto, alguna vez sería capaz de mirarlo si arruinaban la única cosa buena que le quedaba.

Era vanidoso, arrogante y orgulloso, y sus torturadores (éste, Fenrir Greyback en particular) se complacían en quitárselo todo. Una capa de piel a la vez.

- ¿No lo entiendes, muchacho? -Greyback ladró, presionando la garra para que Draco volviera a tensar la mandíbula evitando que salieran los gritos ante el destello de dolor.- Los pequeños maricones como tú no le dicen que no al Señor Tenebroso, a menos que sean lo suficientemente fuertes como para retarlo. ¡O tener a alguien más fuerte para esconderse detrás!

Draco tartamudeó al fin. Días, semanas, meses, no sabía cuánto tiempo había sufrido esto, pero se estaba desmoronando, rompiéndose a medida que la garra dejaba un limpio y sangriento corte en su cara.- ¡NO! -Gritó, viéndose patético, débil, pero no le importaba.- ¡DETENTE! ¡Haré lo que quieras! ¡¡¡Sólo detente!!!

Sus ojos brillaron con agonía mientras las lágrimas rodaban por su mejilla herida, la sal alcanzando el corte haciéndolo arder. Volvió a llorar, al ver al prisionero que había estado encadenado a la pared desde ayer. Habían prohibido que fuera tocado por alguien más que no fuera el Señor Tenebroso, y Draco había estado...demasiado ocupado antes de caer en cuenta de él, pero ahora lo hizo. Y podía saborear la mezcla de desesperación con sangre en su garganta.

...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora