Capítulo 4

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El Señor te protegerá; de todo mal protegerá tu vida. El Señor te cuidará en el hogar y en el camino desde ahora y para siempre.

Salmos 121:7-8

Los feligreses iban ingresando a la parroquia en fila y de manera ordenada, lentamente se iban poniendo en sus lugares para poder dar comienzo a la misa vespertina que se iba a llevar a cabo.

Ismael observaba todo discretamente desde el balcón donde se encontraba el organista, y lo hacía con cierta expresión de rareza, pues nunca había asistido a misa en su vida, y lo poco que conocía sobre esta ceremonia, era a través del algún pantallazo que alguna vez se había representado en alguna película.

El órgano comenzó a sonar, eso era indicio de que la misa estaba comenzando, y allí ingresaba él, el Padre Jeremías escoltado por la Hermana Teresa y uno de los novicios de la congregación. Los tres se pararon frente al altar que se encontraba debajo de la cruz de Jesucristo y procedieron hacer la genuflexión y enseguida procedieron a hacer la señal de la cruz.

Jeremías se dirigió hacia el altar y la religiosa junto al novicio procedieron a quedarse de pie al costado del mismo.

Luego de un breve silencio, Jeremías comenzó con su predicación de la tarde.

"En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Que la gracia, el amor, la paz, la bondad que trae el señor, esté con todos vosotros (y con tu espíritu).

Hoy celebramos como iglesia, la fiesta de la transfiguración del Señor.

Entreguemos nuestras intenciones. Con eterna gratitud al padre eterno y celestial, por regalarnos en su hijo Jesucristo... nuestra redención.

Y con la infinita confianza y la certeza de que serán escuchadas nuestras plegarias.

Para celebrar dignamente este santo sacrificio de la misma, pidamos perdón de nuestros pecados.

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, por eso ruego a Santa María siempre virgen, a los ángeles y a los Santos y a vosotros hermanos, que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor."

- Pfff... intercedan por mí ante Dios todo poderoso, a causa de los pensamientos pecaminosos que estoy teniendo en estos momentos, por pensar en el cuerpo que hay debajo de esa sotana!! No creo que eso se haya hecho a base de ostias y vino... se decía a sí mismo Ismael, mientras escuchaba de manera burlesca todo lo que Jeremías decía.

"Señor tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna..."

- ¡Oh sí!!... ten misericordia de mi alma pecaminosa y de los actos impuros que voy cometer esta noche en el baño del Padrecito... continuaba burlándose el joven y continuó prestando atención de la ceremonia religiosa que se estaba llevando a cabo, mientras seguía con mirada fija cada movimiento que Jeremías hacía en el altar.

Cuando la misa finalmente llegó a su fin, Ismael procedió a bajar rápidamente del balcón y se dirigió hacia el altar donde se encontraba Jeremías. La Hermana Teresa al ver llegar al joven, muy cálidamente se acerca a saludarlo, Ismael le correspondió el saludo con la misma cordialidad.

Teresa no dejaba de decirle lo lindo que era verlo nuevamente allí, a lo que Ismael le respondió que de ahora en más iba a verlo más seguido, debido a que se iba a quedar con el Padre Jeremías en su casa. La mujer puso cara de sorpresa, a la vez de expresar cierta incomodidad con lo que le acababan de decir. No le parecía adecuado que el joven se quedara en la Casa Parroquial, por lo que intentó sugerir de buscar un lugar dentro de la congregación para que Ismael pudiera quedarse.

El Monaguillo del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora