Capítulo 1

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Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará. Hará que tu justicia resplandezca como el alba; tu justa causa, como el sol de mediodía.

Salmos 37:5-6

Era una fría mañana de domingo, la misa estaba comenzando a llegar a su fin. El Padre Jeremías estaba comenzando con la comunión de los feligreses allí presentes, quienes ordenadamente hacían fila para recibir la ostia bendecida junto al vino cuidadosamente servido por Pascual, su monaguillo, en un elegante pero sobrio cáliz de plata en representación del cuerpo y sangre de Cristo.

Una vez que los feligreses ya tenían completado esta parte del rito y habían recibido a Cristo en su forma de alimento eucarístico, el padre Jeremías procedió a decir:

"Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén"

Luego que los feligreses repitieran "Amén" al unísono, el padre Jeremías comenzó a recitar la oración final para ir dando por concluida la misa del día de la fecha.

Los feligreses tomaron sus biblias y comenzaron a entonar en conjunto la siguiente oración:

"Dios te salve María

Llena eres de gracia

El Señor es contigo;

Bendita tú eres

Entre todas las mujeres,

Y bendito es el fruto

De tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,

Ruega por nosotros, pecadores,

Ahora y en la hora

De nuestra muerte. Amén."

Una vez que todos cerraron sus biblias se comenzó con el ritual de despedida, un ritual que esta vez iba a ser especial, pues se trataba de una cálida y emotiva despedida de Pascual, su joven monaguillo. El muchacho finalmente había llegado a los dieciocho años de edad, por lo que su labor como monaguillo de la parroquia ya había llegado a su fin. Pascual de ahora en más iba a dedicarse a ser seminarista y había obtenido una beca para hacer el seminario en México, una noticia que Jeremías se encargó de comunicar a todos los feligreses con gran orgullo y provocando la emoción de los mismos.

Pascual era sin lugar a dudas un buen discípulo del Padre Jeremías, iba en camino a convertirse en un joven e intachable cura como él, de excelentes valores y conducta humilde. Desde niño, que el joven monaguillo había sido apadrinado por Jeremías y por la parroquia de su congregación, siguiendo fielmente los preceptos católicos y manteniendo intacta su fe católica a pesar de las tentaciones que la adolescencia le había presentado, las cuales más de una vez pudieron desviarlo de su camino. Jeremías sin duda se veía reflejado en el joven Pascual, como era él en sus años de juventud y parte de su niñez cuando se había acercado por primera vez al camino del señor.

A diferencia de Pascual, un joven que provenía de una buena familia de feligreses y con valores católicos intachables, el joven cura había tenido una infancia bastante solitaria. Su madre Eva, una joven inmigrante que había llegado sola al país con su pequeño bebé, huyendo de la violencia de su marido, había fallecido a causa de un accidente cuando el hombre era apenas un niño.

El Monaguillo del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora