Papa Emeritus II y el beso

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    La habitación era enorme, gigantesca en realidad, ricamente decorada con mobiliario antiguo y, al lado de la ventana, estaba la gran cama de Papa, el cual ya estaba despierto y mirándome ceñudo.
- Llegas tarde.- dijo con voz áspera y débil.- Y tú eres nueva, ¿verdad?
- Sí, Papa.- respondí, haciéndole una reverencia.
- Acércate.- ordenó, haciendo un gesto con la mano.
Di unos cuantos pasos hasta estar cerca de la cama, mirando al anciano que había en la cama y, de repente, lo reconocí. Tuve que tirar de toda mi fuerza de voluntad para no decir nada, di otro paso más y estuve segura. Ese señor era el que trajeron al Hospital con shock anafiláctico, recordaba perfectamente esa noche. ¡Joder! ¿Qué probabilidades había? Las casualidades así no existen... Me parecía todo tan irreal que no me había dado cuenta de que el anciano Papa me observaba fijamente, algo expectante.
- ¿Cómo te llamas?.- me preguntó, sacándome de mis pensamientos.
- Soy la Hermana Yami, Papa.- respondí respetuosamente.- Perdone pero no sé muy bien qué debo hacer todavía.
El anciano sonrió, era muy apuesto para su edad y tenía un brillo espabilado en la mirada que lo hacía muy atractivo.
- Bueno, no te preocupes.- comentó quitándole importancia.- Necesito que me ayudes a incorporarme y me traigas ese andador para poder ir al baño.
- Sí, Papa.- respondí, ayudándole a moverse por la cama hasta estar sentado al borde, le acerqué el andador y, con una mano bajo el brazo, nos encaminamos al baño. También había otra puerta en la habitación, podría ser un armario o algo así.
- Cuando termine te llamaré para que me ayudes.- me informó Papa entornando la puerta.
Tardó unos 10 minutos, en los cuales estuve estirando las sábanas de la cama y ahuecando las almohadas. Entré en el baño y me lo encontré desnudo, dejándome cohibida en el sitio.
Ante la expresión de mi cara él echó una carcajada rasposa, hasta yo misma me di un bofetón mental porque estaba acostumbrada a la desnudez pero no me lo había esperado. Simplemente me cogió con la guardia baja.
- No pongas esa cara mujer.- comentó entre risas.- No muerdo... muy fuerte.
Dicho esto me guiñó un ojo, tuve que sonreír a pesar de todo porque esa frase ya la había soltado yo algunas veces, él me hizo un gesto para que me acercase.
- Cierra la puerta, anda.- dijo, dejando el andador y sentándose sobre la tapa del wc.- Y abre el grifo de la ducha.
Hice lo que me ordenó mientras le decía que me había confirmado el día anterior, él se sorprendió y comentó que no solían dejar su cuidado a alguien tan "novato" pero que eso significaba que yo debía de ser buena.
- Tengo experiencia médica.- comenté encogiéndome de hombros, Papa asintió y señaló un armario.
- Coge de ahí la afeitadora eléctrica.- ordenó sonriente, se pasó la mano por la barbilla.- Con ésta barba no podría seducirte si quisiera.
Yo le respondí con una carcajada, cogiendo la afeitadora negando con la cabeza y usándola por su cara con suavidad mientras la bañera se llenaba de agua caliente. Noté como se formaba un vínculo de complicidad entre el anciano y yo.
- Eres bonita.- comentó mirándome cuando acabé.
- Gracias Papa, usted tampoco está nada mal.- respondí, guiñándole yo el ojo ésta vez y él sonrió orgulloso.
- ¿No me acompañarás en la ducha?.- preguntó con brillo pícaro en la mirada.
- Solamente si es estrictamente necesario.- respondí arqueando una ceja y poniendo un mohín.
- Tenía que intentarlo.- se encogió de hombros y lo ayudé a meterse en la bañera.- Cuando acabe te volveré a llamar, creo que mi desayuno debería estar al caer.
Me di la vuelta, sobresaltándome cuando me dio una palmada en el trasero y me giré, entrecerrando los ojos.
- Primer aviso.- dije, intentando no reírme.
Salí del baño, pensando en que ese anciano picarón era un pervertido ligón, bastante parecido al actual Papa pero con unos cuantos años más. ¡Otra vez pensando en él! Suspiré sonoramente y un toc-toc en la puerta me llamó la atención, la abrí y me encontré a Sara, que se sorprendió al verme.
- ¡Yami! ¿Qué haces...?.- comenzó a preguntar pero se calló mirando a la puerta del baño.
- Esta mañana yo cuidaré de Papa Emeritus II. Es majete.- comenté sonriendo.
- ¿Es esa mi querida Sara a quien escucho?.- preguntó Papa desde el baño y Sara sonrió, entrando en el baño y dándole un pico a Papa.
Estaba claro que los conceptos de intimidad y privacidad no se llevaban en la Orden. Papa se le quejó de que hacía mucho tiempo que no la veía y ella le prometió venir a verlo más tarde, se excusó y volvió a mi lado.
- ¿Nos vemos luego?.- me preguntó, poniendo el puño cerrado a mi alcance para un bro fist.
- Claro.- respondí, dándole un leve golpe con mi puño al suyo.
- Cuando quieras...- informó Papa, cerrando el grifo de la ducha y poniéndose un albornoz para secarse.
Le ayudé a secarse completamente y a vestirse; una vez acicalado, volvimos a la cama y desayunó sentado en ella, conmigo a su lado para ayudarle pelándole la fruta.
Cuando hubo desayunado, yo aparté la bandeja y la dejé a un lado para ayudarlo a acostarse otra vez, tuve que subirme a la cama para ponerlo cómodamente y, en un momento, su mano quedó apoyada en mi culo, me quedé quieta y lo miré con cara de pocos amigos.
- ¡Vaya, tienes un culo magnífico!.- fue todo lo que el anciano bribón atinó a decir.
- ¡Segundo aviso! Si no sacas esa mano de ahí se la ofrendaré a Satán.- le regañé.
Él retiró la mano riéndose pero escuché otra risa más en la habitación, miré por encima de mi hombro y, cómo no, el Papa Emeritus III estaba ahí; parecía estar a medio vestir ya que llevaba solamente la sotana sin la capa o la mitra, él se acercó hasta estar a los pies de la cama y el anciano Papa lo miró sonriendo.
- Es una buena gatita, ¿eh?.- le preguntó a Papa III y me guiñó un ojo.
- Eso parece.- respondió éste.
- ¿Eso parece? ¿Acaso no has intentado nada con ella todavía?.- preguntó, mirándome sorprendido.- Sé que es nueva pero yo la habría asaltado el primer día.
Sonreí sinceramente al anciano pero no me pasó desapercibido que Papa III cerraba los puños, ¿enfadado otra vez? ¡Madre mía! Pues ésta vez yo no iba a arrepentirme, lo iba a enfadar más.
- ¡Oh! Sí que lo ha intentado pero yo no caigo a sus encantos.- comenté al segundo Papa, acariciándole la barbilla y dándole un ligero pico en los labios yo también.- ¿Necesitas algo más Papa?
- No, puedes irte.- dijo el anciano, sonriendo como un niño en Navidad.
Asentí, levantándome de la cama y haciéndole una ligera reverencia a Papa Emeritus III, comencé a caminar hacia la puerta pero él dio un paso hacia mí, cortándome el camino.
- ¿Para mí no hay beso?.- preguntó, mirándome tan fijamente que noté la boca seca al momento. ¡Oh, vaya! ¿Quería que lo besase? Me estaba devolviendo mi propia jugada.
Ante mi inmovilidad él dio otros dos pasos hasta situarse enfrente de mí, tragué saliva y me mordí el labio nerviosamente, puso su mano en mi antebrazo y la deslizó hasta detrás de mi cintura para acercarme a él. Su aroma a incienso me rodeó.
En éste punto mi respiración y ritmo cardiaco eran acelerados pero nada comparado a cuando él bajó ligeramente la cabeza y su máscara entró en contacto con mis labios. Cerré los ojos, disfrutando del contacto y, ante su insistente lengua, abrí mis labios para que él explorase mi boca con deliberada lentitud y parsimonia, yo le correspondí al beso de la misma forma dejando que su beso me convirtiese en un objeto incandescente.
- No os cortéis por mí, ¿eh?.- dijo el anciano Papa, rompiendo el momento, lo cual agradecí ya que mis instintos primarios habían estado a punto de tomar el control.
- Lo siento Papa.- murmuré mirando al suelo, soltándome del abrazo del hombre que me había convertido en una antorcha y salí de allí corriendo.
Cerré las pesadas puertas a mi espalda, apoyándome en ellas para recuperar la respiración y mi cordura. Me llevé una mano al Grucifix, cogiéndolo con fuerza contra mí y luché por controlarme.
- ¡Yami! ¡Yami! ¡Espabila!.- alguien me sacudía por los hombros, parpadeé y me fijé que era Omega.
- ¿Omega?.- pregunté confusa mirando en derredor, estaba ante las puertas de la habitación del anciano Papa y... ¡buf! Al recordar el beso con Papa Emeritus III me sentí enrojecer.
- Sí, Omega, ¿estás aquí?.- me preguntó él, sujetándome por los hombros.
Asentí, ligeramente confundida todavía, ¿tuve una crisis de ausencia? Por la expresión de terror en los ojos de Omega eso parecía, le sonreí ligeramente y le di un golpecito en la máscara, justo en la frente.
- Perdona grandullón, estaba off.- comenté, centrándome completamente.
- ¿Off?.- preguntó Omega, parecía ligeramente enfadado y repitió.- ¿Off?
- Sí, off, tranquilo.- me encogí de hombros y me solté de su agarre. Todavía no había olvidado como él había cogido a Carol el día anterior, pero no era el momento de hablarlo.- Tengo cosas que hacer.

La Orden del GrucifixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora