Water POV: Cuando ambos hubieron desaparecido me atreví a salir de mi escondite. Lo había visto todo, desde que Papa evitó que ella se fuera hasta la despedida que tuvieron enfrente de su habitación. Yo mismo había pensado interceder para que ella no se fuera, realmente me gustaba, pero Papa se había adelantado. Ahora tenía la confirmación de que Papa tenía una favorita y el conocimiento es poder. Sonreí tras mi máscara y decidí volver a la Fiesta Carnal para divertirme un rato con alguna Hermana mientras pensaba cómo podría abordar a Yami, ésta vez atacaría sin piedad a esa pelirroja que llevaba obsesionándome desde que llegó a la Orden y lo haría antes de que Papa se la beneficiase.
Yami POV: Mi oportunidad para curiosear en la biblioteca llegó unos días después, la Hermana Marge me pidió que la ayudase otra vez con algunos pesados volúmenes de libros ya que ella estaba un poco tocada de un brazo así que accedí y la ayudé, aún nos llevó bastante tiempo colocar los pesados libros en su sitio pero logré aprovechar un momento en el que ella se despistó hablando con otra hermana y cogí la antigua llave de las puertas. Ella se acercó al escritorio, cerrando con llave los cajones y me sonrió antes de irse con la Hermana a pasear por ahí. ¡No te sientas culpable Yami, no haces nada malo!
Esa noche, cuando calculé que la mayoría de la Orden debería estar dormida, me aventuré hasta la biblioteca con paso sibilino y ligero. Vi a un par de Hermanas por ahí y a un Ghoul también pero ninguno reparó en mi presencia y no tuve problema para llegar a dónde quería. Me quedé parada frente a las puertas de la sección prohibida en la tenue luz que entraba por las vidrieras de las ventanas dudando durante medio segundo si debía hacerlo pero la curiosidad ganó el juego.
Abrí la pesada puerta silenciosamente, entrando en esa sección que parecía exactamente igual a la biblioteca normal pero los libros eran más antiguos e incluso había papiros y manuscritos. Deambulé durante un pequeño rato leyendo los nombres en algún idioma desconocido hasta que encontré un libro de piel con letras plateadas que llamó mi atención, el idioma parecía latín o algo así.
Lo cogí contra mi pecho, sentándome en una mesa alargada para ojearlo bajo la luz de una vela con atención. Parecía como un libro de magia negra aunque tenía muchas ilustraciones muy explícitas y sexuales, sinceramente me perdí entre sus páginas de tal forma que no me di cuenta del peligro hasta que ya estaba encima de mí.
- Estoy muy seguro de que tú no deberías estar aquí.- susurró una voz grave y oscura junto a mi oído.
Di un grito ahogado, levantándome como un resorte para encontrarme cara a cara con Papa, ¡oh, mierda! En ese momento si me pinchaban seguro que no sangraría. ¡La había cagado pero bien! ¡Podrían echarme por eso!
Me fijé en que Papa llevaba unos pantalones de traje negros y una camisa del mismo color, simple y tan jodidamente sexy que casi dolía. Aún en una situación tan comprometida no podía dejar que sentirme totalmente atraída por él.
- Papa, yo...- comencé a hablar precipitadamente pero con un gesto de su mano me paró en seco.
- No quiero excusas, Yami.- dijo tranquilamente, echando una mirada a lo que yo estaba leyendo antes de mirarme a mí.- Te he pillado en flagrante delito.
- Lo siento mucho Papa.- murmuré, mirando al suelo totalmente avergonzada. ¿Por qué éste hombre siempre me pillaba en mis peores momentos?
- Todavía no lo sientes.- respondió.
Me sorprendió tanto que elevé la mirada, su voz ocultaba una sonrisa, como una persona que sabe un secreto que le divertía y ocultaba.
- Lo vas a sentir ahora que yo mismo voy a castigarte...físicamente. Tanto por lo que me hiciste el otro día como por lo de hoy.- terminó la sentencia prácticamente en un susurro oscuro.
Jadeé en respuesta, sorprendida con lo que estaba oyendo y tragué saliva con fuerza antes de atreverme a abrir la boca.
- ¿E-el otro día?.- pregunté tartamudeando, comenzando a temblar de anticipación y excitada con la perspectiva. ¡Madre mía Yami, si te va a castigar!
- Sí... Provocarme, escapar de mí y, ahora, colarte aquí. Voy a azotarte ese trasero fisgón tuyo, Yami.- comentó Papa sentándose en el borde de la mesa, ante mi estupefacta mirada se palmeó las rodillas y extendió la mano hacia mí.- ¡Ven!
Reaccioné acercándome un dubitativo paso hasta estar dentro de su alcance, en ese momento, él me agarró del antebrazo con suavidad pero con firmeza para que acortase la distancia más rápido.
Notaba como ardía cada nervio de mi cuerpo mientras él me obligaba a doblar mi cuerpo sobre sus rodillas, dejando mi culo en pompa.
- No te muevas.- advirtió con suavidad cuando arqueé la espalda al notar como levantaba mi falda.
Mi cara debía estar como un tomate, asentí sin atreverme a hablar, su enguantada mano me rozó lentamente la zona y puso la piel de gallina a su paso.
Dejé de sentir el tacto de su guante un instante y, de repente, sentí el calor de su piel tocarme directamente, di un pequeño grito ahogado y contuve el aliento mientras me acariciaba provocándome escalofríos. Noté un tirón en mi bajo vientre, esa sensación desagradable que anulaba mi capacidad de raciocinio: la lujuria.
- Más te vale quedarte quieta. Quiero que cuentes los 10 azotes que te voy a dar Yami.- su voz estaba ronca.- ¿Entendido?
- Sí, Papa.- grazné, nerviosa.
¡Plas! Una ola de calor me recorrió justo desde donde había golpeado, había sido una palmada firme pero no dolorosa.
- Uno.- dije con voz temblorosa y, antes de dejarme respirar, dio dos azotes más.
- Dos, tres.- jadeé, los 3 habían sido en la misma cacha y ésta comenzaba a picar.
Su mano se paseó pausadamente por mi culo primero la zona recién azotada y luego la otra cacha donde... ¡Plas, plas!
- ¡Oh! Cuatro, cinco.- mi voz temblaba, los azotes eran siempre ligeros pero firmes, provocando picor. Mi cuerpo estaba casi en llamas, a punto de convertirme en lava.
Alternó cuatro cachetes rápidos entre las dos cachas, mi respiración estaba tan agitada que no me había dado cuenta de que Papa también respiraba pesadamente.
- ¡Seis, siete, ocho, nueve!.- conté, con voz ahogada, mi cuerpo ahora temblaba notablemente. ¡Quedaba uno!
¡PLAS! Este último azote había sido más fuerte y fue justo en mi entrepierna, provocándome un grito de sorpresa.
- ¡DIEZ!.- dije, casi gritando y suspiré jadeando, deseando ir a mi cuarto para esconderme.
Una ducha de agua helada me vendría de perlas, hice ademán de incorporarme pero el brazo de Papa me mantuvo sobre sus rodillas.
- Antes de levantarte, respóndeme a una cosa: ¿te has excitado con tu castigo?.- me preguntó Papa con una voz tan densa como la miel pero ronca, sin dejar de acariciar mi piel candente. No quería pensar qué parte anatómica de Papa me presionaba desde hace un rato mi costado izquierdo.
Negué con la cabeza, incapaz de hablar y Papa soltó una pequeña carcajada profunda que reverberó en mi cuerpo. Noté como su mano apartaba mi tanga y, sin previo aviso, introdujo dos dedos dentro de mi vagina.
- ¡AH!.- gemí de sorpresa y placer, arqueando mi espalda violentamente pero incapaz de moverme más. ¡Oh, madre mía! No me había dado cuenta de lo muy necesitada que estaba. No le había costado nada deslizar esos dedos dentro de mí y qué bien se sentían.
- Mentirosa.- susurró, comenzando a mover esos dedos en mi interior y cortocircuitando mi cerebro.- Sé que desde que llegaste a la Orden no has tenido sexo con nadie, ¿estoy en lo cierto?
- Sí, Papa.- logré responder jadeando.
- ¿Sí, qué?.- me presionó, sacando y metiendo esos dedos en mí.
- Tienes ra-razón.- tartamudeé intentando respirar.
- ¿Por qué no has tenido sexo?.- me preguntó, sacando los dedos de mi interior. Me sentí vacía al instante y mi deseo de más casi me sobrepasó.
- Porque....- comencé a decir, interrumpiéndome al notar como Papa me bajaba la cremallera del hábito. ¡Ay Satán!
- Porque....- me incitó a continuar, acariciándome la espalda y el costado derecho con suma delicadeza. Dejando un rastro ardiente por donde pasaban esos dedos en mi cuerpo.
- Porque yo... yo estaba... ¡ah!.- casi grité de la sorpresa al notar su lengua cálida y húmeda recorriendo mi columna.- Esperaba...
- Que yo te follase.- acabó él con voz ronca, no era una pregunta, era una afirmación.
Me incorporó, levantándose hasta estar cara a cara y puso sus manos en mis caderas girándome hasta que yo estuve contra la mesa, pegando su cuerpo al mío. ¡Oh, sí! ¡Ahora sí que notaba perfectamente cierta parte anatómica de Papa! Él bajó su cabeza para besar mi cuello y yo respondí lamiéndole el lóbulo de la oreja.
Papa gruñó, cogiéndome el trasero con ambas manos y me levantó para quedar sentada sobre la mesa. Yo abrí mis piernas, él aprovechó para colocarse entre ellas rozando reiteradamente con su entrepierna el centro de mi ser mientras sus manos me bajaban el hábito hasta la cintura, dejándole expuesto mi sujetador de encaje. Papa me admiró durante unos segundos antes de llevar su mano a mi pecho y acariciarme con su pulgar el pezón por encima de la tela.
- ¡Oh, Papa!.- gemí, sujetándome a él.
- ¿Hay alguien ahí?.- una voz femenina nos detuvo.
Papa miró hacia donde provenía la voz, levantó su mano a mis labios para silenciarme y se alejó un poco de mí. Los pasos de la Hermana que nos interrumpió se acercaban, Papa se separó más y se aclaró la garganta.
- Estoy yo.- dijo claramente con su acento falso notándose más que nunca.
- ¡Oh, Papa!.- murmuró la Hermana.- Yo necesitaba hablar contigo sobre la Luna de Sangre...
Ella se había parado en la esquina antes de vernos a los dos. Yo no quería que nos pillaran así que me bajé de la mesa sin que Papa lo notase y me deslicé escondida por una estantería a espaldas de la Hermana, salí por las puertas de la sección prohibida y llegué a mi cuarto a medio vestir y azorada.
Papa POV. Estaba dando un paseo nocturno por la biblioteca cuando me fijé que la puerta de la sección especial estaba entornada, curioso decidí acercarme sigilosamente para ver quien había entrado ya que estaba seguro que no era la Hermana Marge. Al cruzar una esquina la vi, de espaldas a mí y a la luz de una vela. Pelo rojo fuego.
Agradecí a Satán de que la gatita fuera tan curiosa, estando ahí solos los dos iba a poder tenerla por fin y ante esa perspectiva mi entrepierna cobró vida. Llevaba esperando una ocasión como esa desde hacía más de un mes.
- Estoy muy seguro de que tú no deberías estar aquí.- susurré a su oído.
Ella se levantó de golpe dando un pequeño grito, sus ojos estaban abiertos de par en par con una expresión entre la sorpresa, el miedo y la vergüenza.
- Papa, yo...- empezó a explicarse pero la detuve levantado mi mano.
- No quiero excusas, Yami.- comenté, acercándome a ver qué estaba ojeando ella. Libro de invocaciones Satánicas mediante el sexo. ¡Qué apropiado! La miré.- Te he pillado en flagrante delito.
- Lo siento mucho Papa.- susurró, bajando la mirada.
Claro que lo sentía, la había pillado en una situación comprometida donde no debía estar, debería castigarla... Ante ese pensamiento una sonrisa lobuna tiró de mis labios, sabía cómo castigarla y que ella lo disfrutase.
- Todavía no lo sientes.- respondí orgulloso de mí mismo.- Lo vas a sentir ahora que yo mismo voy a castigarte...físicamente. Tanto por lo que me hiciste el otro día como por lo de hoy.
Ella palideció notablemente, se quedó bloqueada un instante antes de hablar.
- ¿E-el otro día?.- preguntó tímidamente temblando un poco y temí asustarla pero sabía que ella era orgullosa y valiente. Unos cachetes no la echarían atrás.
- Sí... Provocarme, escapar de mí y, ahora, colarte aquí. Voy a azotarte ese trasero fisgón tuyo, Yami.- comenté mientras me sentaba en el borde de la mesa abriéndome de piernas y palmeándome una rodilla. Extendí mi mano hacia ella y ordené autoritariamente.- ¡Ven!
Ella se sonrojó, dando un pequeño paso hacia mí. Tenía tantas ganas de tocarla que no me pude contener, la agarré y la acerqué hasta que la tuve enfrente. La obligué suavemente a que se pusiera sobre mis rodillas, dejándome su culo al alcance y mi erección comenzó a ser muy molesta pero primero iba a acabar mi castigo antes de tomarla para calentarnos un poco ambos.
- No te muevas.- le advertí cuando noté como ella se tensaba mientras le levantaba la falda.
¡Qué buena vista! Ella llevaba un minúsculo tanga negro, con sus medias de rejilla y el liguero. Acaricié su piel ligeramente y observé como se ponía de gallina. ¡Maldita sea! Me llevé la mano a la boca, quitándome el incómodo guante de un tirón y, ésta vez, sentí su suave piel bajo mis dedos. El anciano Papa tenía razón: tenía un culo magnífico.
- Más te vale quedarte quieta. Quiero que cuentes los 10 azotes que te voy a dar Yami.- le dije, consciente de que yo ya estaba demasiado excitado.- ¿Entendido?
- Sí, Papa.- respondió ella nerviosamente.
Sonreí. ¡Plas! El sonido del cachete reverberó en la sala, no pretendía hacerle daño ni mucho menos pero tenía que notarlos.
- Uno.- contó con voz temblorosa. ¡Buena chica! Le propiné otros dos azotes más en la misma cacha.
- Dos, tres.- jadeó, elevando la voz pero sin apenas moverse.
Su piel estaba comenzando a tomar un tono sonrosado, estaba seguro de que esa zona ahora le hormigueaba. La acaricié suavemente, notando el calor que desprendía la parte azotaba y le acaricié la otra nalga antes de darle un par de golpes firmes. ¡Plas, plas!
- ¡Oh! Cuatro, cinco.- siguió contando, su voz cada vez más rota por el esfuerzo de contener el dolor y el placer.
Generalmente me gustaba llevar el juego con calma pero descubrí que, con ella, me estaba impacientando así que le di cuatro cachetes ligeros alternando entre ambas cachas. Tragué saliva, mi erección era ya demasiado molesta como para ignorarla.
- ¡Seis, siete, ocho, nueve!.- temblando como una hoja contó los azotes.
Inspiré por la nariz, saboreando el momento solamente quedaba uno más y sabía perfectamente dónde dárselo. ¡PLAS! Golpeé con algo más de fuerza justo en la parte baja de su trasero donde empezaba su entrepierna y ella soltó un pequeño grito sorpresa.
- ¡DIEZ!.- dijo en voz alta y suspiró aliviada porque el castigo hubiese llegado a su fin.
Ella hizo ademán de levantarse pero yo se lo impedí, todavía no había acabado con ella.
- Antes de levantarte, respóndeme a una cosa: ¿te has excitado con tu castigo?.- le pregunté distraídamente sin dejar de acariciar su suave piel para calmar el escozor que seguro que estaba sintiendo.
Ella negó con la cabeza rápidamente, no pude contener una pequeña carcajada, su orgullo podía más que la verdad de sus propias reacciones así que no me dejaba más opción que exponerla e ir al grano de una vez. Aparté su tanguita con mi meñique e introduje mi índice y corazón dentro de ella. ¡Estaba tan húmeda que no tenía resistencia alguna dentro de ella!
- ¡AH!.- gimió arqueándose pero sin moverse más.
¡Joder! Estaba tan duro que hasta me dolía pero no iba a parar hasta que ella admitiese su deseo por mí.
- Mentirosa.- susurré moviendo mis dedos en su cálido interior.- Desde que llegaste a la Orden no has tenido sexo, ¿estoy en lo cierto?
- Sí, Papa.- respondió entre jadeos. Sonreí como un lobo tras la máscara..
- ¿Sí, qué?.- le pregunté sin dejar de masturbarla. Notando que mi erección rompería mis pantalones si seguía así.
- Tienes ra-razón.- respondió con dificultad, respirando agitadamente.
- ¿Por qué no has tenido sexo?.- le pregunté, dejando de masturbarla porque estaba seguro de que iba a perder la cabeza si ella seguía gimiendo así y todavía no había admitido nada.
- Porque....- comenzó pero se interrumpió cuando le desabroché el hábito, dejando al descubierto más piel para mí.
- Porque....- incité acariciándole la suave piel de su espalda y su costado derecho. ¡Vamos, dilo de una vez! ¡Di que me deseas Yami!
- Porque yo... yo estaba... ¡ah!.- gritó al notar mi lengua recorriendo su columna.- Esperaba...
- Que yo te follase.- respondí por ella.
Necesitaba mirarla a la cara así que la incorporé para cambiar posiciones, sus pupilas estaban dilatadas por el deseo y sus mejillas sonrojadas enmarcadas por su despeinado pelo rojo le conferían la viva imagen del pecado y la lujuria. Ella asintió sin dejar de mirarme y no pude resistirme más.
Besé su cuello justo por encima de la clavícula y gruñí cuando su lengua juguetona me lamió la oreja. Mi autocontrol se estaba esfumando a pasos agigantados, la senté en la mesa y me colé entre sus piernas abiertas para mí.
Le bajé el hábito hasta la cintura, quedándome sin aliento al verla expuesta para mí, era jodidamente perfecta. Me deleité con las vistas un poco antes de reanudar el ataque, llevé mi mano a su pecho y pude notar su pezón erecto, así que comencé a acariciarlo con suavidad.
- ¡Oh, Papa!.- gimió como una gatita en celo, abrazándose a mí. Yo ya no aguantaba más, necesitaba hundirme en ella con tal urgencia que no me había dado cuenta de que estábamos haciendo bastante más ruido del que creía.
- ¿Hay alguien ahí?.- escuchamos una voz de mujer que nos detuvo.
¡MIERDA! Apreté la mandíbula mirando hacia la voz, levanté mi mano a sus labios y me alejé un poco de ella. Si era la Hermana Pecadora podría meternos en problemas por esto, los juegos sexuales eran para dormitorios o fiestas carnales, incluso alguna vez mi despacho pero si ella nos pillaba en la sección profana de la biblioteca iba a tener que responder ante el jodido Clero por mi conducta.
Los pasos se acercaban, crucé los dedos mentalmente separándome más de Yami y carraspeé para aclarar mi garganta.
- Estoy yo.- dije sonando autoritario, poniendo el falso acento italiano que me caracterizaba.
- ¡Oh, Papa!.- murmuró la Hermana, ahora más de cerca me di cuenta de que no era la Hermana Pecadora, suspiré aliviado.- Yo necesitaba hablar contigo sobre la Luna de Sangre...
Ella comenzó a disculparse, estaba a punto de interrumpirla cuando me di cuenta de que Yami había desaparecido, había logrado escaquearse de allí. Durante un segundo me sentí impotente pero después pensé que sería mejor así. La próxima vez, iba a atacarla en un lugar más privado. Finalmente volví a mi habitación, tentado entre satisfacerme yo mismo o darme una ducha fría. Me decidí por la jodida ducha fría para bajar el calentón y me acosté.
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La Orden del Grucifix
Fiksi PenggemarFanfiction. OC/ Papa Emeritus III. La historia nos narra como Yami, una chica espontánea y normal, se ve de repente en una mala situación. Al conocer al Papa Emeritus III y sus Nameless Ghouls todo su mundo se vuelve patas arriba.