Capitulo 3

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Había conocido a su único amor en un pequeño campo de flores a las afueras de Roma, recuerda estar solo, recuerda llorar y verla aparecer. « ¿Por qué llora un Ángel? » Pregunto con inocencia una pequeña niña castaña, mirándolo con sus enormes ojos marrones. « No soy un Ángel » había contestado enojado, limpiándose las lágrimas. « ¡Claro que si lo eres! Tienes apariencia de haber caído del cielo... »

Las lágrimas del Padre Sotelo caían como cascadas, al igual que las suyas aquel día. La sangre escurría de su estómago y de sus piernas formando un charco carmesí en el suelo de la basílica de Santa Pudenciana, lugar donde estaba asignado a dar la santa misa o mejor dicho, a mentirles a los fieles que buscaban la palabra de cristo.

Porque el hombre robusto que permanecía amarrado frente al altar atraía a las chicas pobres a sus aposentos, prometiéndoles ayuda para al final acabar prostituyéndolas a los sacerdotes corruptos que contaminaban la casa de Dios.

Un grito de dolor rasgo la garganta del desdichado cuando clavo el cuchillo en su brazo izquierdo, abriendo lentamente la piel, clamo auxilio, rezo con desespero y maldijo su alma hasta que el milagro de la vida finalmente abandono su desdichado cuerpo. — Eres un demonio— habían sido sus últimas palabras. Y esta vez, debía admitir que estaba de acuerdo.

Era un demonio y de los peores que pudieron pisar esta tierra.

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