Capitulo 7

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« Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre » 1 Timoteo 6:11

La mujer sollozaba boca abajo, amarrada en aquella vieja cama. Ni siquiera las mordazas podían contener sus altos chillidos y los amarres no contenían sus sacudidas intentando inútilmente liberarse mientras veía, con lágrimas en los ojos, como afilaba los cuchillos lentamente.

Para ser una proxeneta llena de seguridad por todas partes, Octavia Baviera había sido una presa fácil. Un poco de dinero y algo de seducción había sido suficiente para arrastrarla a su guarida bajo el suelo de Roma, en uno de los rincones más recónditos de las catacumbas laberínticas que se erigían orgullosas bajo la ciudad. Un día había encontrado el acceso a ellas a través de una simple casualidad y hasta ahora había sido de gran utilidad.

Debía ser bastante cauteloso, un paso en falso era suficiente para perderse por siempre entre sus eternas paredes e incontables cadáveres. Aunque si era sincero, él ya se sentía bastante perdido por sí mismo. La vida había perdido todo color para convertirse en una eterna negrura. Negrura que solo cambiaba para ser teñida por el rojo de la sangre.

Levanto a la mujer por los cabellos sin ninguna delicadeza, puesto que no lo merecía. Una mujer que secuestra niñas y niños con el único objetivo de ofrecerlas a obispos adinerados para orgias secretas no merecía ningún buen trato. La mujer grito de dolor al ser arrastrada por la dura piedra, dejando pequeños rastros de sangre en el camino.

La lanzo con brusquedad al suelo, escuchando otro sollozo. Agachándose a su lado, deshizo la mordaza — ¡¿Qué vas a hacerme?! ¡Déjame ir, maldito demonio!— lloriqueo la mujer cuando la tela libero su cavidad bucal, mirando el cuchillo afilado que el hombre de aspecto fantasmal mantenía en su mano con una bestial firmeza. Él no contesto en ese momento.

Tampoco lo hizo cuando la mujer empezó a gritar en el momento que empezó a abrir su estómago lentamente, como si de un pedazo de carne se tratara. Tampoco reacciono al ver la sangre brotar a borbotones, dejando sus intestinos al descubierto, ni mucho menos lo hizo cuando metió la mano en la hendidura sacándolos y mostrándoselos a la mujer segundos antes de que la vida abandonara definitivamente su cuerpo.

Únicamente lo hizo cuando se levantó cubierto de sangre y se colocó de rodillas, lejos del cuerpo inerte. Llorando desconsoladamente por todo lo que había perdido en esta vida. Desde su amor, hasta la dignidad...

Y la piedad.

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