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«Warrington» anote en una hoja limpia de mi cuaderno.

Como siempre las condiciones eran las mismas. Hombre, de entre veinte a veinticinco años, infértil. Recordé al hombre de quien era esta casa. Podría ser el, parecía de unos veintidós pero tenía una hija, definitivamente eso no lo hacía infértil. Tome el lápiz y escribí «Chico de los rulos» y lo tache, descartándolo por completo. Era mi primer sujeto fuera de sospecha.

Odiaba esto. Prácticamente no tener vida, viajar y viajar, buscar y buscar. Con el temor constante de que en cualquier momento comenzaría a escupir sangre y moriría.

Podría haber elegido el camino fácil. Seguir con mi vida y esperar el momento repentino de mi muerte. Pero yo no me rendía fácilmente, yo iba a luchar, estaba convencida de que lo iba a encontrar.

Guarde el cuaderno en uno de los cajones del escritorio y me acosté en la cama decidida a dormir cómoda y tranquila por hoy.

Pero mi mente no me dejaba descansar. En mi cabeza rondaba la idea de morir aquí, por alguna razón. ¿Ese chico tendrá amigos de su edad? Algún chico de por aquí tiene que tener las características que necesito, y en esos casos tenían que pasar a otro plano de evaluación. La marca.

El enredón azul oscuro de la cama picaba en mis manos, estaba hecho de algún tipo de lana barata que era pinchaba, lo subí hasta mis hombros cubriéndome, la noche pasada había dormido en la calle, cualquier cosa era la gloria ahora.

Mis ojos pesaban horriblemente. Lo último que escuche fue como ululaba un búho por los alrededores, y mis ojos se cerraron.

Entre a la sala donde el único sonido era la vieja televisión que emitía un programa matutino para niños, Sky estaba atenta a esta, y el chico, o bien su padre, preparaba el desayuno en la pequeña cocina. Al mirar la comida mi estomago rugió, recordándome que hace casi un día que no comía nada.

Me había puesto los jeans del día anterior, y del anterior y del anterior a ese, anoche los había lavado solamente con agua y los había dejado secar en mi ventana. Llevaba mi única sudadera, azul y ancha, si me afeitara la cabeza no se notaria que era mujer. En mis pies estaban las mismas converse negras de siempre.

Anoche había lavado mi cabello y por la humedad de este pueblo y también porque mi cabello no es el más perfecto de todos, se había esponjado, elevando hasta mis hombros mis rizos desordenados.

Debía ser un asco y el chico me miraba por eso.

¿Chico o señor? Era obvio que estaba en los veinte y pocos, pero tenía una hija, ¿seguía siendo chico para mí o tenía que tratarlo como a una persona adulta?

—Buenos días —murmure algo incomoda.

—Buenos días —se limito a repetir mi frase y volvió su mirada a los panes con mantequilla que estaba preparando.

Mire a Sky, era una linda niña rubia ceniza de ojos verdes.

Sentí la mirada del chico sobre mí y quite avergonzada la mirada de su hija rápidamente, lo hice tan rápido que todo me dio vueltas. Me afirme en una silla y apreté los ojos, esto me pasaba por no comer ¿pero cómo iba a comer si ya casi no tenia con que pagar la comida o donde encontrarla?

— ¿Estás bien? —me pregunto la niña que de pronto estaba a mi lado.

Intente decirle que sí, pero estaba demasiado mareada como para pensar en otra cosa que no fuera comida, necesitaba comer con urgencia.

—Toma —sorpresivamente me tendió su pan con mantequilla, como si leyera mi mente y entendiera que era eso lo que necesitaba.

Era el gesto más dulce que había visto en una niña pequeña, pero era la comida de ella, yo no la podía tomar.

Nhor | h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora