VIII

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La época de lluvias estaba en su apogeo, todos los días estuvieron nublados y plomizos. Solía pasar las noches contemplando la lluvia caer desde la ventana de mi cuarto, sumergido en mis pensamientos. A veces me llegaba el melodioso cántico de Diana con su guitarra, solía componer canciones de rupturas. Por otro lado, Dana se perdía en los libros. Su mundo cambió gracias a ellos. Comenzó a ganar peso y las cortadas en sus muñecas fueron disminuyendo y cicatrizando. En algunos días tenía crisis, no lo había superado del todo, pero leer y escribir le salvó la vida. Dana encontró una manera de expresar su dolor creando y no destruyéndose. De Burgos no había ni una sombra. Su viaje de conferencias se alargó demasiado. Clara la pasaba mal con su embarazo, muy mal, no podía beber y tenía muchos malestares propios de su estado.

Aburrido de ver la lluvia, estudié partituras y practiqué en el violín, expandiendo la dominación de más piezas musicales. Mientras practicaba concentrado, Diana entró en mi habitación, Antoni la había contactado por mensajes de su celular para buscarme.

—Antoni de tu clase me pregunta si te conozco. —Alzó su reciente adquisición, su nuevo teléfono, y me mostró el mensaje.

—Qué raro, no le hablé de ustedes. ¿Cómo habrá conseguido tu número? —No leí el mensaje y no solté el violín.

—De seguro alguien nos vio juntos. ¿Qué le digo? —preguntó un tanto inquieta.

Diana estaba en pijama, tenía su largo cabello recogido en dos trenzas. Me pareció que estaba algo alterada.

—No sé, me da igual.

—Le responderé que no te conozco ni me interesa hacerlo. Samuel, ya consíguete un celular, pareces salido de una cueva, todo primitivo —regañó.

—Mucha información en un celular. Además, no tengo a nadie con quién comunicarme.

Recordé que mi madre solía enviarme mensajes de texto antes de que saliera de la escuela para recogerme, siempre me preguntaba dónde estaba y qué hacía. El día que ella murió dejé de utilizar el celular. Como nadie me llamaba, no le encontré uso.

Un trueno cayó cerca de la mansión, Diana pegó un grito y la luz se fue. La oscuridad en mi habitación fue velozmente derrotada por la iluminación del celular de Diana.

—Ay, no, se fue la luz. Esta casa vieja de por sí me da miedo... La otra vez estaba fumando marihuana y pude ver cómo un fantasma me acosaba con la mirada. Se parecía a ti. Desde ese día no volví a fumar... marihuana —platicó afligida.

—Pronto regresará la luz, creo. —Dejé mi violín en la cama y salí de la habitación. Diana se fue detrás de mí, alumbrando el camino con la linterna de su celular.

—Samuel el primitivo, el profesor de ciencias ya no le da clases a mi grupo, pasé a otro semestre y su materia ya no la llevaré. ¿Por casualidad él te ha hablado de mí? —preguntó curiosa.

—No —mentí. Recordé la carta que no le di.

—Me olvidó... Fue tan fácil, de seguro ya está detrás de otra estudiante. —Cruzó sus brazos y caminó lentamente.

—Eso no lo sé, Diana. Él está casado y tiene una familia, solo juega con las estudiantes que se dejan.

Subí un peldaño de las escaleras. Mi intención era acompañar a Diana en su habitación, ya que era muy miedosa.

—Él me dijo que tenía problemas con su esposa, hasta me comentó que la dejaría, y cuando yo tuviera edad... —Calló de repente y dejó de subir los escalones—. Mentiroso, en la cafetería, él estaba tan feliz —dijo con un tono de voz amargo.

—Diana, está claro que te mintió para aprovecharse de ti. Seguramente te dijo que eras muy madura para tu edad y que en el amor no importaba la diferencia de edad.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó asombrada.

—Es un cliché. No entiendo qué le veías a ese señor mañoso.

—Me hacía sentir especial... —habló en un hilo de voz—. Y me gustaba su suave cabello, enterrar mis dedos, acariciar su piel y sentir sus fuertes brazos protegerme. Me gustaban tantas cosas de él... —contó con cierta tristeza en su voz—. Lo extraño, especialmente en las noches frías y oscuras. Él me abrazaba en la oscuridad y me decía que no le temiera. La oscuridad me recuerda a él. Es imposible que lo entiendan, tú y los que me juzgan, nunca sentirán lo que yo. Él es mayor, maduro y sabe lo que quiere. —Diana platicó con mucha confianza.

Entonces, al escuchar a Diana, supe que detrás de su faceta ruda había una persona buscando amor.

—Tienes razón, no lo entiendo. Lo veo diferente, a él como un lobo y sus alumnas como ovejas confundidas. Te recomiendo que no asocies personas con cosas y eventos —le sugerí desganado.

—Cuando miro el jardín de noche, me acuerdo de ti —reveló y volvió a subir escalones—. Estabas ahí, firme, con un violín en manos, entregándote a él. El viento soplaba de manera armoniosa y arrastraba consigo el aroma de las rosas, fue muy emotivo todo. Ese día me inspiraste y no lo olvidaré.

—No fui yo, fue el violín —dije avergonzado—. En general, el arte y la música inspiran, es su propósito principal, según yo. —Retomé la subida de los peldaños.

Las escaleras eran largas, me parecieron infinitas en la oscuridad.

—Mamá habló con nosotras, nos dijo que te tratáramos mejor. Y nos hizo jurar que no te veríamos como un posible candidato —confesó.

—Conmigo también habló de lo mismo —dije.

—¿No sientes nada por nosotras? —preguntó muy seria, sin dejar de ver el camino.

—Son como las hermanas molestas que no tuvo mi madre. —No pude evitar sonreír.

—¿Te gusta alguien del colegio?

—Preguntas mucho. —Dejé de avanzar—. Diana, no tengo cabeza para esas cosas. No sé si te has dado cuenta, pero apenas tengo tiempo para estudiar, practicar o pintar. Además, no tengo nada. No tengo familia, no tengo hogar, no tengo ningún futuro que ofrecerle a alguien, sería tonto de mi parte intentar enamorarme y formalizar algo, cuando ni yo mismo soy algo definido. Y menos hablar de nuestras edades, no estamos para eso, aún no —dije casi regañando.

—No pensé en eso —comentó en voz baja—. Pero... para enamorarte no necesitas ser alguien en la vida, tampoco un adulto, a veces solo es pasión y buscar dar afecto y cariño... Ja, sí, y recibirlo —dijo y guardó silencio por un momento, como si acomodara sus ideas—. Además, una cosa es amar y otra es acostarse con alguien por un momento de placer.

—Eso sería como usar a las personas por placer —expresé firmemente.

—No es utilizar, es algo de acuerdo mutuo. Ambos obtienen placer. —Diana subió escalones hasta estar en el mismo peldaño que yo—. Es algo que das y recibes, no es que seas como el profesor, que hagas promesas falsas.

—Entiendo tu punto, pero no haría eso... Usar a las personas.

—Eres un mojigato, Samuel. A este paso, nunca nadie te amará. —Dejó de subir escalones—. En cambio yo, disfrutaré mucho de mi juventud como me plazca, sin preocuparme por lo que piensen los demás... Y cuando me aburra, formaré una familia, una real, con niños adorables y un esposo apuesto —murmuró.

Me quedé callado y continué subiendo. Diana no sabía que yo temía hacerme ilusiones con los demás, a crear lazos irrompibles. La muerte de mi madre me había marcado más de lo que creí. Temía querer a alguien y saber que esa persona moriría algún día.

Me pareció que Diana se quedó triste. Pensando en cómo decir las cosas que creía, giré sobre mí cuando llegué al último escalón. Miré a Diana donde estaba parada con el celular en manos, le confesé la verdad: mi temor. La marca que dejó la muerte de mi madre en mí, la que no me permitía encariñarme con la vida.

Los ojos de Diana brillaron intensamente, fueron una luz más en la oscuridad. Intentó decirme algo, pero la luz regresó y nos encontramos con Dana, que estaba detrás de un pilar de los escalones. Escuchó todo.

—¡Ah! Creí que eran fantasmas, ya estaba lista para atacarlos. —Dana sostenía una zapatilla de tacón alto como arma.

—¿Fumaste marihuana, hermana? —preguntó Diana en un tono burlón. 

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora