XVIII

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Diana por fin había despertado. Pero su hermana no, las posibilidades eran bajas. Después de ver a sus padres, Diana exigió verme a solas. Cuando salieron de la habitación del hospital, Burgos y Clara me miraron enojados, aquellas expresiones me recordaron el trato que teníamos.

Entré al cuarto donde Diana estaba hospitalizada, mentalizándome en no decir nada de la verdad que sabía.

—Sam, siento que el tiempo se detuvo, que esto es una pesadilla. ¿Sabes?, en mi mente no dejaba de llamarte, quería despertar y verte —dijo Diana al verme entrar.

Estaba recostada en la camilla, cubierta por las blancas sábanas. El sol que se filtraba por la ventana acariciaba su pálido y moreteado rostro. Miré su largo cabello caer en cascada desde la camilla. Me sentí sumamente dichoso de que ella estuviera viva, de volver a contemplar a mi musa.

—Tranquila, ya pasó. Todo va a estar bien. —Me acerqué a Diana, me moría de ganas de tenerla en mis brazos y consolarla, pero me contuve.

—Te hice sufrir mucho —afirmó con pesar.

—Eso no importa, lo que importa es que estás de regreso —comenté con falsa calma.

—¿Estás bien? —Diana giró su cabeza y miró hacia la ventana.

—Sí... lo estoy, ¿y tú? ¿Cómo te sientes?

—Sam... ¿Me sigues amando aunque esté rota? —preguntó tristemente. Giró de nuevo su cabeza y me miró con sus ojos llorosos.

—¿De qué hablas, Diana? Yo siempre te voy a amar, sin importar nada. Jamás lo dudes. —Me acerqué más y la abracé conteniéndome mucho.

Mis propias palabras me lastimaron, sabía la verdad, sabía que en un momento dado debía desaparecer de su vida.

—Sam... mi Samuel. Lo que más miedo me daba era no volverte a ver, no quería morir en manos de esos salvajes. Soñaba con estar a salvo en tus brazos. —Diana correspondió el abrazo con toda la fuerza que le fue posible. Y lloró desconsolada.

—Ya estás aquí, todo va a estar mejor. Descansa para que pronto puedas salir del hospital. —Acaricié su cabeza. Al tocarla me invadió la culpa, ella era mi hermana.

Antes de marcharme, Diana me pidió que tirara su guitarra, partituras y todo lo que le recordara que ya no tocaría más. Pensé en hablar del tema con Clara y Burgos, pero ellos se encontraban ocupados discutiendo y luego medio reconciliándose; atrapados en un ciclo doloroso.

Caminé cabizbajo y lentamente por los frívolos pasillos del hospital, odiaba los hospitales, me recordaban cosas malas. Y como si fuera un niño perdido, al estar solo en un pasillo, saqué el llanto que contuve al ver a Diana.

Me encargué de cumplir con la solicitud de Diana. Entré a su cuarto y miré lo intacto que se encontraba, el tiempo se detuvo al no estar ella. La única vida ahí eran las partículas de polvo que danzaban en el aire.

En la cama desordenada de Diana se encontraba su guitarra, las partituras y libretas con canciones que ella había escrito. También, encontré la pintura que había robado de mi cuarto tiempo atrás. Muchos recuerdos me vinieron a la mente, en especial cuando comía y hablaba con las gemelas. Dana nos platicaba de lo que leía y escribía, y Diana de las piezas musicales que más trabajo le costaba dominar. Reíamos, a veces discutíamos, otros días nos enojábamos, pero siempre terminábamos juntos, felices, compartiendo un pedazo de nuestras vidas. Los buenos momentos pasaron frente a mis ojos.

Todo este tiempo estuve conviviendo con mis hermanas, no lo sabía, pero una parte de mí así lo sentía. Volví a ver la pintura con mucha tristeza. Dana estaba en coma, ausente de la realidad, como en la pintura donde solo era un boceto. Tomé la pintura junto con las pertenencias que Diana ordenó tirar. Fui a mi habitación y, decidido, terminé la pintura. Quería con toda mi alma que Dana regresara a estar entre nosotros y volver a escuchar su dulce voz mientras hablaba de sus ilusiones.

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora