XV

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Era fin de semana. Yacía tirado en el césped del jardín. Con los dedos sentí la humedad del pasto y con mi rostro el frío que arrastraba el aire. Contemplaba las nubes que cabalgaban lentamente por el cielo, les busqué formas: unas me parecieron gatos esponjosos y otras serpientes desintegrándose en el cielo que les dio vida. Mi intención era matar el tiempo y liberarme de tantos sentimientos encontrados. Quería volver a ser el mismo de antes. Sin embargo, como un disco rayado, en mis recuerdos se manifestaba mi momento con Diana y la confesión de Antoni. Diana me estuvo evadiendo desde que la vi con el profesor, supuse que no deseaba que le reclamara nada. Tampoco quería hacerlo, ella también me podía reclamar por estar con Antoni.

En aquel fin de semana habían dado de alta a Clara. Cuando regresó, lo primero que hizo fue buscarme. Escuché su andar en el césped del jardín, imitó a una gacela sigilosa. Su silueta terminó cubriéndome el paso de los rayos del sol y la vista del cielo.

—Samuel, lo entendí todo. Los dioses me han castigado por ser mala madre, no puedo tener más hijos —soltó aquello de repente, muy afligida.

Dejé mi lugar en el suelo, sacudí mi ropa para quitarme el césped y miré a la triste mujer que se encontraba frente a mí. Clara lucía un largo vestido negro, su extensa cabellera resaltaba en la oscuridad de la tela, al igual que su piel de leche. Tenía una complexión débil, parecía resucitada, estaba pálida, con los ojos vidriosos y los labios resecos.

—Clara, los dioses no castigan. —Negué con la cabeza—. No pienses en eso, las cosas pasan para aprender, para que nos volvamos más fuertes y las superemos.

—Podría ser, pero sé que no soy la mejor madre. Mi Dana no me perdona y a Diana no le importo. —Calló de golpe, me miró fijamente en un silencio que me pareció un tanto incómodo—. Quiero adoptarte —rompió el silencio—, ya te lo había dicho. Te voy a dar mi apellido, mi herencia, todo. Sam, te considero mi hijo, por eso, perdóname, he sido mala, nunca debí darte trabajo de sirviente. Eras un niño desamparado, y yo... fui muy cruel contigo, poco comprensible. Gracias por cuidar de tus hermanas, eres muy buen niño —habló con una honestidad que me dejó inmutado por un momento.

Había olvidado lo que Clara me dijo en el hospital, su deseo de adoptarme. Mi corazón latió con fuerza, no pude seguir viéndola a los ojos.

—No es necesario que te disculpes, era un extraño cuando llegué —la justifiqué.

—Ya le dije a las niñas mi plan —dijo y sonrió débilmente—. Quiero cuidarte como si fueras mi hijo de sangre. Pronto iniciaré el papeleo de la adopción, cuando esté más recuperada. Iré a dormir, me gustó verte y hablar contigo, hijo mío. —Antes de irse, Clara se abalanzó y me abrazó con sus escasas fuerzas.

Correspondí el abrazo, recordé cuando mi madre me abrazaba. Eso me hizo sentir frágil, su honesto afecto.

La propuesta de Diana se esfumó por completo de mi mente al saber que era en serio la adopción. Volví a tumbarme en el césped del jardín y mirar las nubes. De mis ojos escaparon lágrimas, no sabía si eran de felicidad por pertenecer a una familia o de frustración, ya que una parte de mí se ilusionó con Diana. Me quité los lentes y cubrí mis ojos con mi brazo.

Casi todo el día me la pasé fuera de mí mismo, ya no tenía que atender las gemelas. Terminé encerrado en mi habitación, ocultándome de mis fantasmas mentales. Me sentía algo vacío por dentro. No salí de mi cuarto ni para ir a comer, estaba consumido en mis sentimientos, los que no comprendía del todo. Pensé en mi madre, en qué diría ella. Mi madre siempre sabía qué decir, pero en aquel momento no pude ni recordar su voz.

La noche llegó, había desperdiciado el día en ocuparme de mis pensamientos. Tomé un largo baño, después salí de mi habitación para cenar.

Me encontré con Clara en la cocina, aún en su estado débil ella preparaba galletas. Comprendí que Clara intentaba mantener ocupada su mente. Me miró y me regaló una sonrisa cálida, una que me hizo sentir mejor. Ella también la estaba pasando mal, pero a pesar de todo sonreía.

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora