XII

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Mientras caminaba por el pasillo noté que varios alumnos me observaban con disimulo y con insistencia, hasta que me encontré con Antoni. La sonrisa que tenía plasmada en su tranquilo rostro se desmoronó al verme.

—Sam, ¿qué te pasó? —preguntó preocupado.

—Nada, solo no llevo mis lentes, ¿tan extraño es eso?

—¿No te viste al espejo esta mañana? ¿Acaso ves tan mal sin tus lentes? —Antoni ladeó su cabeza sin quitarme la mirada de encima—. Vámonos, no puedes ir así a clases, parece que te atacó un animal salvaje. —Él tomó mi mano y me jaló hasta la enfermería.

La enfermera de gruñona expresión me revisó de forma brusca, tenía un moretón en mi frente y en parte de la nariz. Ella se aseguró de que no la tuviera fracturada. Me dio medicamentos para el dolor y desinflamar, después me mandó a casa. Antoni no se despegó de mí, su tranquilo rostro se vio trastornado por una preocupación inminente. En la puerta del colegio me despedí de él y antes de dar un paso hacia afuera, me retuvo con su mano.

—Sam, ¿quién te golpeó? —preguntó con una seriedad que me heló la sangre.

—Discutí con Diana, ella lo tomó a mal... —dije la verdad desanimado.

—La odio —afirmó serio—, es una mimada, tiene todo y no valora nada. No quiero que vuelva a dañarte, no regreses. Ven conmigo. —Antoni estiró su mano.

Él tenía los ojos rojizos y me pareció que lloraría en cualquier momento.

—¿A dónde? —pregunté asombrado para luego tomar la mano de Antoni.

—Ven, vamos a mi casa, ahí podrás descansar tranquilo.

Caminé con él, no tenía ganas de verle la cara a las gemelas. La verdad, no tenía ánimos de nada. En el camino le conté a Antoni el origen de la pelea y lo mucho que estaba preocupado por Clara.

Por alguna razón que estaba fuera de mi comprensión, todo lo que miraba me pareció diferente: los rayos del sol eran opacos, los edificios tenían un aspecto más triste de lo normal y la naturaleza perdió relevancia al fusionarse con el gris plomizo de la ciudad. En mis pensamientos revivía constantemente el sueño que tuve, la horrible pesadilla de la musa.

Cuando estuve a escasos metros de la casa de Antoni, nos encontramos con su madre, ella plantaba nuevas flores en el sendero de la entrada. Me sonrió con mucha calidez y preguntó el motivo de mi moretón, Antoni hizo mala cara y respondió antes que yo: «Diana». Su madre hizo una expresión preocupada con el rostro, dejó los guantes y nos invitó pasar a la cocina para probar la tarta de manzana que preparó. En el camino nos habló de lo mucho que le gustaba plantar flores, por eso no le pedía al jardinero hacerlo.

Por un momento me sentí en casa, acogí la tranquilidad que había olvidado. La madre de Antoni era cálida, como la que tuve. Por un par de segundos volví a recordar lo feliz que fui. Antoni y su madre eran poseedores de un aura pacífica y amable, por lo que el pesar y la angustia que cargaba se desvanecieron cuando conviví con ellos. La madre de Antoni disfrutaba de hacer muchas cosas por su hijo, era sumamente amorosa con él y Antoni era el reflejo viviente de la ternura de su madre.

Comimos de la tarta acompañándola con té mientras conversábamos. La madre nos habló de su trabajo. Era una pianista, daba clases particulares y formaba parte de la orquesta del teatro de la ciudad. El tema nos llevó a hablar de mí, sobre cómo toqué el violín en el cumpleaños de Antoni. Para mi sorpresa, ella me invitó a ser parte de la orquesta como suplente. También me ofreció quedarme a vivir en su casa. Antoni sonrió, no pudo disimular la felicidad que le causó aquella propuesta. No obstante, para mí era demasiado fácil, no quería ser una carga para otras personas, tampoco una responsabilidad. Le dije que tomaría la oferta de la orquesta cuando me graduara, si seguía ahí para ese entonces.

Cuando terminamos de comer la tarta y de platicar, decidí ir al hospital para ver a Clara, con la intención de que no se preocupara por mi ausencia. Antoni insistió en acompañarme y no me negué, me sentía cómodo y tranquilo a su lado.

Cuando llegamos al hospital, Antoni me esperó en la recepción. Fui directamente al cuarto de Clara, ella estaba despierta, sentada en la camilla mientras comía gelatina. Al mirar a Diana sintió la tranquilidad y estabilidad que necesitaba. Sin embargo, su estado pacífico se esfumó por un momento, cuando me miró el moretón en el rostro.

—Samuel, ¿qué te pasó? —preguntó afligida.

—En la mañana no traía los lentes puestos y choqué con un pilar —mentí triste y avergonzado.

—Ten cuidado, no quiero que nada malo te pase. Para mí eres casi como un hijo. —Clara estiró su mano, pidió la mía y le correspondí—. Cuidas bien de las chicas, eres educado. Si algo me pasa, estaré tranquila, sé que cuento contigo. Sam... —quedó callada por un momento—, quiero adoptarte, darte nuestro apellido. Sí, lo haré cuando salga de este hospital. Eres muy buen niño, lástima que mis hijas no son así, en especial Diana. Cuídala en mi ausencia, ¿sí?

—Sí, lo haré, Clara, las cuidaré como si fueran mis propias hermanas de sangre —aseguré.

—Me van a tener aquí en los meses que me faltan, esto es de alto riesgo. Mi marido sigue en su viaje, no puede venir —dijo con mucha tristeza.

Me quedé pensativo. Si yo fuera Burgos, habría viajado inmediatamente para ver a mi esposa. Sin embargo, una verdad se escondía detrás de sus acciones.

Cuando fui a la recepción para verme de nuevo con Antoni, él estaba conversando con las gemelas de manera normal. A mi ver, demasiado normal, sobre todo con Diana, como si la conociera de mucho tiempo.

—Samuel, te estuve buscando en el colegio, pocos alumnos te vieron por el lugar —comentó entristecida Diana cuando me miró.

—Tuve que ir a la enfermería —respondí a secas, un tanto molesto.

—Como sea, vámonos. Hay que ir al oculista, necesitas lentes nuevos.

—No iré contigo, iré con Antoni —aseguré y sin dudar avancé hacia la salida.

Antoni dejó de hablar con Dana y me alcanzó, tomó mi mano con rapidez y se quedó estático por un momento, haciéndome frenar.

—Te lo explicaré cuando estemos afuera —murmuró en voz baja.

Me sorprendió. Fue veloz en sus movimientos. Llevó su mano a mi mejilla, me hizo mirarlo directo a los ojos y, sin dudar en sus acciones, acercó sus labios a los míos. Mi primer beso fue una sorpresa, cambió mi realidad y le otorgó atributos de un sueño. Pude percibir la respiración agitada de Antoni. A pesar de que no mostró dudas, tenía miedo, tal vez, de ser rechazado. Pero él quiso asegurarse de que las gemelas miraran, en especial Diana. Todo pasó rápido, pero a la vez lento. El tiempo se detuvo para mí. Y se rompió aquel sello que se encontraba en mi corazón, el que resguardaba mis sentimientos más profundos.

Sentí que Afrodita entró en mí, cubrió mis ojos con sus manos y me susurró al oído: «Es momento de darle más usos a tu corazón».

No me pude explicar del todo el miedo que Antoni me trasmitió con su beso tímido y a la vez tierno. Pensé en las personas que hacían prejuicios, en las que se fijaban en lo exterior y no en el interior, esas personas que habían marcado, y de alguna manera herido, a sus semejantes con sus comentarios y acciones.

No me importaba lo que fuera Antoni, me gustaba quien era él, es decir, su ser. Se alejó apenado. Pude ver sus vibrantes ojos llorosos. Estaba sorprendido, un tanto fuera de sí. Antes de que pasara una milésima de segundo, que para mí fue más tiempo, volví a sus labios. Correspondí el beso. Sin ocultarme en mis pensamientos, percibí más los labios que se acariciaban con los míos en un encuentro atemporal. Antoni sabía a café y dulce.

Cuando me alejé, pude ver una sonrisa en su rostro, sus mejillas se ruborizaron de más. No quería lastimarlo, no quería que se sintiera rechazado y apenado, fue en lo único que pensé al momento de actuar. Salimos tomados de la mano ignorando el entorno, sobre todo, las miradas pesadas de las gemelas.

Antoni me explicó con brevedad el propósito del beso, deseaba experimentar con la reacción de Dana y Diana; cuando él se quedó hablando con ellas, notó algo extraño que no me pudo decir.


Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora