23 de enero de 1944A las siete de la madrugada, cinco guardias junto con Mengele fueron a las habitaciones de los trabajadores nazis del campo. Sacaron a Adler de su habitación y se lo llevaron a rastras por el campo. Desde el momento en que entraron sabía la razón de todo y lo que pasaría después.
Allí esperaba Edith, en la puerta de su barracón. Lo pusieron delante de ella y Mengele tomó la palabra:
- ¿Es este judía?.- Edith le miró de reojo, no oía sus sordos gritos de auxilio.
- Si.- los guardias cogieron las pistolas y lo agarraron de los brazos y justo antes de disparar, Mengele levantó el brazo. Los hombres enfundaron las armas y soltaron a Adler. Entonces, el doctor se acercó a Edith y le dio una navaja. Se la puso en la mano, cerrando los dedos para que la agarrara y le dedicó esa sonrisa.
- Démosle a la señora el honor de matarlo ella misma, solo es un simple guardia para ti, ¿no?- Edith se volvió insegura en un segundo. Miró a todos los lados, intentando no cruzar la mirada con Adler. Cada vez se sentía más culpable de la situación en la que estaban. Al final los errores habían sido de los dos, desde el principio.- Mátalo ya.- Mengele se empezaba a acercar. Las lágrimas empezaron a brotar de ella.
- Edith, se que me he equivocado, por mi culpa estás aquí y no viva.- Mengele se paro en seco.
- ¿Os conocíais?.- Miró a Edith aún con más cara de perturbado que cambió a la rabia.- Que hija de puta. Le dijiste a él que matara al guardia.-
Una vez más, había un error, pero este podía ser el último para ellos. Edith y Adler empezaron a temblar sin remedio. Se veían tan pequeños en ese mundo de monstruos gigantes. Solo podían esperar a que hubiera un milagro que les ayudara, que como se puede percibir, nunca pasó
- Rata judía, dame eso.- Se volvió a acercar a ella y de un golpe reflejo apuntó con el arma a Mengele. Los nazis la apuntaron con el arma.
- Te matarían al instante después. No hagas el tonto, no hay salida al agujero que has hecho tu solita.- Entonces Edith acercó su navaja al bajo vientre
- Esto es lo que te importa, ¿verdad Mengele?- De un modo, Edith se puso a reír descontrolada.- Tus experimentos, nada más.-
- Te matarías a ti misma.-
-Ya estoy muerta hijo de puta.- clavó el cuchillo sin pensarlo. Adler se levantó del suelo y cogió a Edith antes de que cayera al suelo.
- Edith no, ¿por que lo has hecho?- Adler la acaricio los hombros repitiendo la pregunta varias veces.
- Me habría gustado haberle llamado Adler o Edith si fuera niña. Son nombres muy bonitos.- cada vez era más pálida y cada palabra se le trababa más entre la saliva de sangre. - Adler, t-t-te perd-d-dono.- Cogió la mano del chico y la apretó con fuerza mientras que daba pequeños espasmos, temblaba y cada vez sus ojos se cerraban más.
- No te duermas Edith, te necesito.- Se puso de pie y acercó a Mengele, poniendo su cuerpo junto a este.- Por favor, cúrela, sálvela. No la deje morir.- Después de mirarla unos segundos, se fue alejando poco a poco y con un gesto de la mano, los guardias apuntaban a la cabeza de Adler. Rápidamente se puso de espalda a ellos y la miró por última vez.
- Te quiero.- varias balas atravesaron su cabeza y garganta, acompañados de un grito ahogado y sin voz de parte de Edith. De la fuerza de la bala, los brazos fuertes de Adler se convirtieron en cristales rotos, que tiraron a Edith al suelo, cayendo después él. Había muerto en el acto.
Los guardias se fueron entre la niebla y la lluvia que empezaba a caer. Edith no podía moverse. Todo le daba vueltas y cada vez lo veía todo más negro. La poca luz le cegaba y sus oídos pitaban. Solo giraba la cabeza, donde veía a Adler, lleno de sangre y con la cara desfigurada de las balas. Su cuerpo deseaba acercarse pero le era imposible. Lloraba por su impotencia, lo que hizo que girara la cabeza al otro lado, donde se encontró unos pies. Al levantar la cabeza, vio los rubios mechones de Rita, su cara y sus ojos azules, de los que salían lágrimas. Se arrodilló al lado suya.
- Edith, no te vayas, no me dejes sola. Me lo prometiste.- Agarró su mano con fuerza.
- Esconde las cosas, no dejes que las encuentren.- Rita afirmó con la cabeza. Con la otra mano acaricio la mejilla de la niña y dio una leve sonrisa.- Mi niña, mi pequeña hijita, mi Edith.- Después de esas palabras, dejo de respirar. Había muerto delante suya. Ese frío día de 23 de enero de 1944. Nunca llegaron a 1945, por lo menos ellos dos.

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1945
Historical FictionUno no es dueño de su destino, si cuando cae, hace que caiga otra persona junto a él. Esta historia se basa en la confianza y en la desconfianza, en el amor y la traición, en la seguridad y en la inestabilidad, pero entre ellos se asoma el resultado...