La prueba de fuego

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Desde la perspectiva de Adler, todo seguia normal. El trabajo cada mes iba aumentando, quemaba cientos de personas a la semana, todas inocentes. Imaginaba sus vidas antes de llegar a ese final tan injusto. Hombres, mujeres, niños... nadie se quedaba atrás de arder. Desde el día que vio el cadáver de aquella chica que acompañaba a Edith, no tuvo la seguridad de que ella estuviera bien,y menos la pequeña niña.

Las reglas habían cambiado, por lo cuál, los trabajadores de peor rango no podían moverse libremente por el campo, tenían sus limites. Adler no podía ir a los barracones, solo a las cámaras de gas y al crematorio en horas de trabajo, para transportar a los cuerpos.

Nunca pudo decirle a Edith nada desde ese día, ya lejano. No cumplió su promesa y eso le hacia desanimarse aún más, al final, ella le había traído allí.


18 de enero de 1944

Aquel día de enero, frío como todos allí, unos oficiales entraron al crematorio de Adler acompañado de unos prisioneros del campo en una fila y en la otra seis personas que parecían recién llegadas, ya que miraban asombradas y temerosas el lugar repleto de cuerpos y fuego. Los chicos del crematorio se pusieron en fila mientras que los oficiales ponían una persona nueva delante suya. Entonces uno dijo:

- Caballeros, como el campo esta lleno de judios y estamos faltos de guardias para controlar a tanta gente, hemos decidido daros la oportunidad de vuestra vida. Os daremos el gran privilegio de controlar a esas ratas que viven aquí.- todos los trabajadores se miraron sonriendo pensando que saldrían de ese lugar para siempre.- pero, tendréis que pasar una pequeña prueba para ver si servís para esto.- el hombre sacó una pistola y se la dio al primer trabajador de la fila.- matar a la mierda enfrente vuestra.- Adler miró a la persona enfrente suya. Un anciano que se sujetaba con bastón le miró con ojos llorosos, le agarraba de la camisa con fuerza, suplicando clemencia.

El oficial se acercó a la oreja del primer chico y susurró:

- Dispara.- este disparó sin pensarlo y agarró la mano del oficial saludándose. El chico se fue de el lugar con otro oficial. El segundo y el tercero hicieron lo mismo, dando a Adler una idea distinta de la que había tenido en mente durante el tiempo que paso junto a ellos.

Le pasaron la pistola al cuarto, que la agarró y apuntó a la cabeza a su persona de delante. Era un niño pequeño, que se agarraba a su osito de peluche con fuerza. No parecía tener miedo, miraba sonriendo a su futuro asesino.

- No puedo... por favor. A este niño ni a ninguno, por Dios.- bajó la pistola un segundo hasta que el oficial la agarró y volvió a apuntarlo.

- Este desecho parece inocente, pero después crecerá y se hará un judio asqueroso y de mierda que fornicara hasta que expanda esta raza que solo trae problemas y pobreza, y no queremos esto para Alemania, ¿verdad? Mátalo.- soltó las manos de el chico y miró al niño sonriendo, como si todo lo que había dicho antes antes no hubiera pasado.

El niño miró al oficial e hizo una sonrisa avergonzado que con un simple parpadeo de Adler esa sonrisa se llenó de sangre. Una bala atravesó su ojo derecho. Al ser disparado, tiró al oso cayendo a los pies de Adler, que junto con otros segundos hizo caer al niño al suelo , aún con esa sonrisa. El oficial le dio unas palmadas en la espalda al chico entristecido y le señaló la puerta.

Adler miró al suelo y al ver el osito de peluche del niño, lo cogió. Estaba con la cabeza llena de sangre, aparte de faltarle una pata. Giró el muñeco y encontró algo que le dejó paralizado. En una de la patas de abajo tenía un nombre, un nombre que reconocía: Joseph Pfeffer . Miró al niño desconcertado, no podía ser que ese niño que había visto morir hace nada fuera el hermano de Edith. "Es una coincidencia" pensaba, " además debía tener como catorce o quince años en ese momento".

Al levantar la cabeza del peluche, se encontró con el oficial delante suyo que tiró al osito al suelo y le entregó la pistola bruscamente. El quinto chico había matado ya a su víctima y se había ido, aunque no se había dado cuenta de el disparo, vio la marca de la bala en el pecho de esa mujer.

Con miedo, giró la cabeza hacia el anciano que le agarraba la camisa con cada vez más fuerza al chico, pero esta vez se acercó a su oreja y dijo tartamudeando:

- Dale el oso a Edith Pfeffer.- Adler miró al abuelo que dio unos pasos atrás, tiró su bastón y levantó los brazos.- Mátame ya.- Adler estalló en lágrimas mientras que decía que no podía hacerlo. Por un momento no sentía ninguno de los huesos ni músculos. Toda la depresión que tenía en un rincón se esparció por todo el cuerpo,sintiéndose más cansado y asustado como un niño pequeño. Pero una fuerza extraña de su interior le hizo disparar al señor, dándole a conocer y para que recordara porque estaba ahí, por sus antiguas ideas, sus errores del pasado.

Al caer muerto despertó de su trance, quedándose paralizado. Tiró la pistola al suelo y se apoyó en la pared.

- Se te ve preparado. Vamos, vete de aquí ya.- El oficial salió del crematorio, pero antes señaló a los seis hombres que trajo consigo para que se pusieran a trabajar. El oficial salió del crematorio.

Adler pasó unos segundos agarrado a la pared, mirando solo a ese pobre anciano. Solo recordaba el momento en el que él le dio el mensaje del peluche.

Al ponerse recto cogió el peluche y se lo metió en la camisa. Ahora solo tenía que hacer eso, darle ese peluche a Edith.

No es uno de mis mejores capítulos pero hay que pasar por aquí para seguir la historia, además hace mucho tiempo que no se sabe de Adler, ya que me he centrado en la perspectiva de Edith.
Por cierto, dentro de nada me voy a Polonia y voy a ver Auschwitz. Aparte de saber más de este lugar, me hace mucha ilusión ir, sobre todo por esta historia.
Muchas gracias por leer este libro

1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora