Escapada

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Después del viaje en el barco por el río, se fueron andando hasta la catedral de la ciudad, aún Edith apoyada en el hombro. Un paseo tan corto pero interminable para ellos, en el buen sentido.

Se pusieron enfrente de este y Adler tomó la palabra:

- En el viaje había pensado si querías venir conmigo a las afueras de Berlin, por el prado.- Edith sin pensar en las consecuencias asintió y quedaron para las cinco de la tarde, en la puerta de Brandenburgo.

Adler se despidió con un cálido beso acompañado de un abrazo, dejando a Edith embobada mientras se iba.

Al llegar a la puerta de su portal se encontró con su madre esperándola, observando como se acercaba hacia ella. Levantó la mano y agarró a su hija de la muñeca. La llevó escaleras arriba hasta su casa y al llegar la dejó en su cama.

- La comida estará lista pronto. Lávate las manos.- salió de la habitación dando un portazo que hizo retumbar a Edith del susto. Seguía sin entender el enfado de su madre y padre, pero si sabía que en esa situación no la dejarían irse de casa.

Se fue a lavarse las manos y se sentó en la mesa. Su madre les sirvió estofado a toda la familia y se puso a comer, sin decir palabra.

Nadie dijo nada en toda la comida, no dieron el postre siquiera. Solo cuando vieron que acabaron, recogieron los platos. Mientras que su madre fregaba junto a ella, a Edith se le ocurrió una idea que cambio el curso de toda la historia de la familia

- Mamá, el chico es judio.- Dejo de fregar los platos y miro a su hija incrédula.

- ¿De verdad?.- la chica asintió con la cabeza asustada. Entonces esta se acercó a su hija y le dio un abrazo diciendo esto entre sollozos:

- No me vuelvas a asustar así, ¿vale?.- Edith dio una pequeña sonrisa. Su mentira había causado felicidad a su madre desde que le contó sobre Adler y eso hizo que ella pudiera ir a su escapada con él.

Al pasar unas horas, se dirigió al punto de encuentro.Edith salió corriendo a saludar a Adler que llevaba consigo un ramo de flores rojas, dándoselas con todo el amor del mundo. Fueron a por el coche de Adler, que era de un blanco radiante que brillaba con el sol. Empezó a conducir y el pulso de Edith iba cada vez más fuerte, sin saber ella porque.

- El lugar es precioso. Tiene un jardín con un estanque, con muchas flores exóticas.- Se le veía entusiasmado de ir y a Edith también. Alejarse de la abarrotada ciudad era muy buena idea, ya que a los dos les gustaba la tranquilidad y el sosiego.

Una hora después, llegaron al lugar. Tal y como había descrito Adler, estaba en la realidad. Las flores, el estanque, los blancos bancos... Era un ambiente perfecto.

Adler sacó del maletero una cesta con comida y una manta para sentarse. Antes de entrar, un hombre les dijo que si querían una fotografía,los dos entusiasmados dijeron que si. Tan sonrientes y con ganas de diversión siguieron su camino. Se sentaron cerca del estanque. Pusieron la manta y se sentaron en ella. Adler sacó de la cesta una botella de vino y frutos secos para picar. Cogió unos vasos de cristal y los llenó de vino. Edith alzó el brazo:

- Por nostoros.- dijo

- Por nostoros.- respondió él. Bebieron un poco y empezaron a hablar. Edith puso su cabeza en el regazo de Adler, mientras que él jugaba con su pelo.

- ¿Estas mejor?- preguntó Adler. Edith no dijo nada, solo dio una sonrisa nerviosa que Adler tomó como un simple si.

- Ha sido tan rápido enamorarme de ti, Adler...- reflexionó Edith mirándole , con ese brillo en los ojos. Adler se acercó a la boca de Edith, agarrándola de la cintura expresando deseo por ella. La chica se incorporó un poco y agarró las mejillas de Adler.  Su respiración se entrecortaba, sus corazones palpitaban rápidamente, tantas emociones de amor les corroía por dentro.

Adler se acercó al cuello de Edith que suspiro de emoción agarrándose de el pelo de este. Le daba mordiscos y pequeños lametazos, como si la lamiera como un helado.

- Será mejor que nos vayamos.- Edith señaló a la multitud que les observaba disgustada y perpleja. Adler cogió a Edith del brazo y entre risas volvieron a Berlín.

Como un buen caballero, Adler le llevó hasta su casa a Edith, gracias a sus indicaciones.

- Vives por el barrio judío.- dijo Adler mirando a su alrededor. A lo que Edith respondió:

- La cogieron mis padres de oferta. Antes vivíamos en Múnich, pero nos mudamos aquí.-

- Entonces eres del sur... Me encanta.- Se acercó a Edith y la besó. Después, salió del coche y entró en su portal. En su casa le esperaban su madre y padre, sonrientes como si nada hubiera pasado hace unos días.

- ¿No sube él?- Edith negó con la cabeza y cuando iba a pasar a su cuarto, su padre le agarró el brazo.

- ¿Que tienes en el cuello?- Edith se tocó la zona que observaba su padre, recordando lo que Adler le había hecho en el parque. Se sonrojó y tímidamente respondió:

- Fue solo un beso, papá.- se metió en su habitación, no sin antes escuchar el último suspiro de su padre: "Menos mal que es judío".

Se acercó a su ventana y observó como el día se cerraba en la noche, dejándose llevar por el amor.

1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora