Decisiones equivocadas

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La sangre se quedó helada. No sentía nada. Era una sensación que Edith nunca había sentido. Su mundo volvía a los momentos junto a él, pero el guardia le volvió a la realidad.

-¿Estas bien?- la agarró de un brazo. Edith le miró.

- No lo sé- las lagrimas no se podían esperar en salir, enseñando a una chica destrozada por el pasado. El hombre le dio unas palmadas en la espalda.

- Será mejor que vuelvas a la zona donde están las demás.- abrió la puerta.

- ¿Me ayudarás a encontrarme con él?-

- No prometo nada.- Edith salió de el barracón.


- ¿Como has sobrevivido a las cámaras de gas, Rita?- Adler estaba sentado al lado de la niña, le había puesto un camisón de los que llevaban en el campo y unos zapatos de una niña que a saber donde había acabado.

- No lo sé... Todos gritaban y caían al suelo. Se montaban montañas de cuerpos sin vida. Yo acababa aplastados por ellos y al acabar todo, la puerta se abrió entrando un hombre que nos llevo a los carros.- lo decía tan triste y sin ganas. 

- ¿Y tus padres, estaban allí?-

- No, estaba sola. Mis padres los mataron en el gueto, antes de venir aquí.- Adler estaba sorprendido. El partido que apoyaba que quería, había destrozado a familias enteras de toda Europa, incluida la de Edith. Estaba harto de todo lo que ocurría. 

- Lo siento mucho Rita.- se puso delante suyo.- Te prometo que mientras que este contigo no te pasará nada, nadie te hará daño.- la chica por fin esbozó una sonrisa. Después un abrazo acabo uniendo su promesa, que sería eterna.

- Ahora, hay que llevarte a un lugar seguro.- La cogió entre sus brazos y se la llevo hasta su habitación. Allí, la metió en uno de los armarios, que se dio cuenta que tenía doble fondo, para meter las herramientas. Era bastante extenso, lo máximo para meterla.

- Vendré al atardecer. No te muevas.- ella asintió con la cabeza y volvió a poner el tablón. Era el momento de encontrar a Edith.

A las 5 de la tarde, Adler y el guardia del barracón se volvieron a encontrar detrás del crematorio, donde un humo negro caía sobre ellos.

- La he encontrado, esta en el barracón más cercano a la valla electrificada.- 

- Muchas gracias amigo.- el hombre dejo la sonrisa para llevarla a una cara diabólica.

- No te saldrá barato, Adler.- Adler también cambió el rostro.

- No tengo dinero ni para  mantener a mi familia...-

- No pido dinero, Adler. Pido a ella.- 

-¿Qué? Ni hablar, ella ya ha sufrido bastante...-

- Si no me la dejas una noche, en el próximo gaseado ella estará en la lista. Créeme Adler, no la haré casi daño, después será toda tuya.- No se creía que le estuviera contando esto delante suyo, como a la persona que más quería la fueran a violar.

- Si haces eso, no me querrá de nuevo. Sabrá que yo te he dado consentimiento de esto.-

- Me vas a dejar, Adler.-

- Ni de broma.-

- No es negociable.- el hombre se alejaba, pero Adler le agarró de  la cintura. El hombre consiguió soltarse y se giro, dandole un puñetazo a Adler.

- Esto no es negociable, las cosas no las digo dos veces.- ya de nuevo se alejó.

- Dios mio, q-que he hecho.- las lagrimas y la sangre caían por su cara. Ya no podía hacer nada

                                                                         BARRACÓN DE EDITH

La noche acompañaba el silencio. En el barracón el silencio se acabo cuando la puerta se abrió y los pasos de alguien se oían acercándose a Edith y Helena. Edith notó como alguien le tocaba la mejilla y se despertó de repente. El hombre tapó su boca con la mano y con otra la tiro de la litera. 

La llevo hasta las afueras del barracón y al lado de las vallas. Aunque las luces de los guardias lo observaban nada le paro.

La tiro al suelo con desprecio y le dijo:

- Por fin solos.-  el hombre se quito los pantalones, quedándose completamente desnudo. Edith se quedó paralizada, el miedo no la dejaba moverse. En segundos ya era tarde. Ya no podía pararlo. El cabrón estaba disfrutando, se le oía gemir de placer.

- No me pudes dar más sucia judía.- el se reía, mientras ella se sentia muerta.

- Déjame... en paz.- se desenganchó de él como pudo e intento escapar pero él rápidamente la cogió de nuevo y la volvió a la pose inicial. 

Horas después la dejo en paz.

- No ha estado mal, judía. Que disfrutes con tu hombre, sucia.- y la dejó sola, entre el barro y la desesperación.




1945Donde viven las historias. Descúbrelo ahora