Prólogo

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Día 823.

Miraba por la ventana anhelando, otra vez, con volver a ser libre, con las cosas que realizaría si pudiera salir de aquí. Planeaba, una vez más, fugarme. Jugaba con el yesquero que le había quitado al Dr. Pierce cuando vino a verme la última vez, él estaba fumando y no se había dado cuenta que al guardar el encendedor se le había caído. Cuando se fue, lo recogí e ideé, espero, lo que sería la fuga perfecta.

-Tic, toc, tic, toc –Me encontré a mí misma imitando el sonido del reloj que colgaba en la pared mientras me paraba-. Tic, toc.-Encendí el yesquero y lo acerqué a la cortina.

Lentamente, aparecieron las llamas y así como empezó se esparció rápido e inmediatamente me sacaron de la habitación dos enfermeros. Cuando estábamos lo suficiente lejos del cuarto pero cerca de la salida, los pateé y a la fuerza pude escaparme de los brazos musculosos de los dos. Corrí rápido hacia la salida de emergencia mientras escuchaba:

-¡La paciente Collins se ha escapado!

Seguí corriendo hasta que tropecé con un chico cuyos ojos miel me sorprendieron. Me paré rápido y entonces caí en cuenta de que faltaba poco: El aroma de la libertad ya casi lo podía oler. Los planes que tenía después de salir de este centro psiquiátrico atravesaron por mi mente como un flash. Grité al sentir que me tomaban por los brazos.

-¡Suéltenme!-Soltaba patadas y me hubiera complacido bastante poder haberle pegado puñetazos al bastardo que me agarró.

De repente, mi visión se nubló y noté que me habían sedado. Terminé de cerrar los ojos y no supe más de mí.

Volví a estar consciente y sentí unas correas en mis brazos y piernas al intentar pararme. Abrí los ojos y volví a encontrarme con aquellos atractivos círculos acaramelados.

-Volvernos a vernos chica en fuga.-Su voz... Dios, por dos segundos pensé que me encontraba en el cielo pero recordé que en realidad vivía en un purgatorio que de por sí era un infierno.

-Vaya pero si es el chico que se atravesó en mi camino.-le dije.

-Tú fuiste la que chocó conmigo, chica en fuga.-Bufé.

-Bien, obstáculo, ¿Qué haces aquí?

-Soy nuevo psicólogo, Jefferson Stan a sus órdenes.- ¿Qué?, pensé. ¿Él era mi nuevo psicólogo? Genial, simplemente genial.

-¿Y el doctor Pierce?

-Digamos que tu intento de escapar sacó algo bueno: Lo acusaron de haber cooperado de iniciar el incendio al hacerte entrega de su encendedor.-Bufé.

-Y pensar que se le cayó accidentalmente. –Suspiré.- ¿Y qué piensan hacer conmigo?

-Pues, ahora yo me encargaré de usted. –Vi que tenía un bloc de notas. Ya sabía lo que vendría, estaba más que habituada a esto, él debía ser el quinto doctor que me asignaban. Y, honestamente, es el más joven de todos. Mi historia la contaba a medias, la inventaba o me negaba hablar.-Y su mirada me dice que ya sabe lo que haré, ¿No es así?-Demonios, su sonrisa no debía ser real.

-La sonrisita no funcionará conmigo, obstáculo.

-Llámame Jefferson, entremos en confianza de una vez.

-Bien, Jefferson... -Sus ojos me distraían y comencé a odiar más el momento en que chocamos.- ¿Qué quieres saber sobre mí?

-Su nombre no estaría mal, señorita Collins.

-Vaya, pensé que lo sabía.-Había algo raro aquí: Mis anteriores doctores por lo menos, antes de tratar conmigo, sabían lo básico.

-En lo absoluto, solo me dijeron que me encargaría de usted. No sé su historia, ni su nombre, ni de cómo terminó aquí: Simplemente no tengo idea de quién pueda ser usted.-se encogió de hombros.

-Me llamo Elizabeth, Elizabeth Collins. Tengo diecinueve años y llevo aquí un buen tiempo: Dos años y, creo, cuatro meses.

-Vaya, eso es bastante tiempo.-Su mirada recorrió todo mi cuerpo y anotó algunas cosas. Genial, debe haberle excitado el hecho de que estuviese amarrada pues, se había mordido el labio creyendo que no me daría cuenta.

-Cuénteme sobre usted, obstáculo.

-Dígame Jefferson, señorita Collins.

-Creo que ambos sabemos que no tengo la confianza suficiente como para llamarlo así.-Sonrió.

-Entonces llámeme como usted quiera. –Su mirada estaba fija en las correas.- ¿Le gustaría que se las quite?

-Por favor.-bufé. Debe de estar bromeando, pensé al ver que se paró, dejando sus papeles en la silla, y se agachó en frente de mí. Pensaba que no iba en serio, que intentaría chantajearme.

-Con una condición.-Oh, olvídenlo, sí va a extorsionarme.

-Sí, sí, que no me escape.-rodé los ojos.

-No. –Su respuesta me sorprendió.- No actuarás de forma automática, no hablarás para hacerme callar. Sé honesta, seré tu amigo.

-Todos dicen eso y nunc...-puso un dedo en mis labios y prosiguió lo que yo iba a decir.

-Y nunca cumple lo prometido, terminan lavándote el cerebro y te mienten; lo sé, he pasado esto por antes. –Retiró su dedo.- Eso era lo que ibas a decir, ¿Verdad? –Asentí asombrada y me di cuenta que este doctor ocultaba un secreto.- Tus ojos me dicen que te sientes sola, necesitas que te escuchen. Pues bien, yo seré los oídos que necesitas, yo te escucharé y no permitiré que te toquen. –Puso sus manos en mi mano derecha y desamarró la correa. Hizo lo mismo con la otra.- Ahora que sabes mi nombre, te diré que tengo veintiséis años y llevo trabajando aquí desde hace año y medio. –Desamarró las correas de mis piernas, dejándome libre. Pude haberlo empujado y volver haberme salido con la mía, pude haberlo insultado, que dejara la falsedad pero...- Así que, Elizabeth –Volvió a sentarse en la silla.- ¿Algo que decir antes del dar el siguiente paso?

-Gracias. –Me sorprendí de mis palabras. ¿Por qué le agradecí? Él se metió en mi camino y soné como si se lo hubiera agradecido. Apenas caí en cuenta que estaba en una nueva habitación, una de paredes verde menta para ser exactos, así que me senté en mi cama apoyando mi espalda contra la pared. Observé que estaba sonriendo.- Quite esa sonrisa, me hace pensar que es un pervertido.-Se rió.

-¡Primera vez que me llaman así! Realmente me gustaría aprovechar estos momentos con usted chica en fuga. –Puse los ojos en blanco al verlo sonreír.- Bien, bien, no más "Sonrisa de pervertido"-hizo comillas con sus dedos y ahora era yo la que sonreía. Él se dio cuenta de eso al ver cómo me sonrojaba y cubría rápidamente mi cara con mí pelo.

-Tienes suerte obstáculo.-murmuré amargamente. ¿Por qué le sonreí? ¿Y por qué lo llamaba afortunado? ¿Qué carajo me pasaba?

-¿Por qué?

-Eres el primero que me ha hecho sonreír de verdad desde que entré aquí.-Nos que-damos en silencio varios minutos.

-Vaya. –Jugueteó con su bolígrafo unos segundos.- Entonces, ¿Empezamos?








Nota del autor: Espero que les guste

16: La vida de Elizabeth Collins y Jefferson StanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora