9. Mía

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Chloe trataba con urgencia de calmar su respiración. No podía creer que unas simples notas la llevaran a ese estado, pero no eran sólo los dichosos mensajes, sino los sueños que ahora eran tan recurrentes en ella. No deseaba tener uno más en su vida y tan pronto como ese pensamiento cruzó por su mente atormentada, texteó a Richard acerca de aceptar la invitación a pasar la noche con el grupo.

Ojalá y aquello funcionase, pensó.


Media hora después llegaban a la casa donde a todos les pareció genial que haya decidido ir. Todos menos una, claro está. Serena.

A pesar de que Chloe no tiene ni la menor idea del porqué la novia de su mejor amigo parece odiarle, el motivo es bastante obvio y típico en estos casos: celos.

Los ojos de ambas chicas chocan en dado momento y Serena no puede evitar apretar la mandíbula mientras la otra aparta la mirada incómoda. Zabdiel, a su lado, intenta pasar uno de sus brazos por encima del hombro, pero su amiga se aparta para ir a sentarse junto a Sophia, al otro lado de la habitación. Ese movimiento le hace bien a Serena, la verdad es que mientras menos tiempo pasaran juntos aquellos dos, mucho mejor. No le gustaba que Zabdiel en reiteradas ocasiones la haya puesto -a ella, siendo su novia-, en un escalón inferior al de Chloe. Aunque al principio de la relación no le molestaba, luego de un tiempo empezó a desarrollar un profundo resentimiento hacia la chica. Le robaba toda la atención y por eso la odiaba.

La odiaba mucho.

Por su parte, Sophia y Chloe, ajenas a éste venenoso pensamiento, se sentaron con las piernas cruzadas en una misma colchoneta. A la segunda le llamó la atención el estampado de mariposas que traía el objeto en cuestión y clavó en él la mirada tratando de no pensar en nada más. Su mejor amiga lo notó y esperó a que su novio se retirara a buscar unas bebidas para preguntárselo.


— ¿Qué pasa contigo, C? —Cuestionó colocando sus manos en la cintura—. Y no te atrevas a decirme que nada, porque estás comportándote de una manera muy extraña últimamente.

Chloe, sorprendida, alzó la vista hacia ella.

—No sé de qué hablas.

La rubia resopló con molestia.

—Al diablo con eso, Chloe —gruñó—. Dime qué te pasa. Sabes que puedes confiar en mí.

La castaña meneó su cabeza. Tenía un debate interno que la hacía declinarse entre dos opciones: hablar y aligerar un poco la carga que llevaba encima durante tanto tiempo o callarse y evitar empeorar la situación. No quería de ninguna manera que su amiga, al ser consciente de la circunstancia por la que estaba pasando, estuviera en igual peligro que ella.

Porque Chloe sabía que estaba en peligro, sólo que no quería aceptarlo.

Le costaba asimilar cómo de un día para el otro la vida, que muchas veces catalogó de aburrida por estar inmersa en una rutina sin fin, ya se trataba de una realidad distinta. Incluso se encontró anhelando volver a los días en donde su única preocupación era evitar que derramaran bebidas en los juegos del parque.

—Es que... —tartamudeó y por ende aclaró su garganta—. Nada. De verdad. Sólo estoy cansada.


Al no decir nada más, Chloe pensó que se había librado del tema, pero en la mente de Sophia no hizo más que crecer la angustia. Pasaba algo, ella lo presentía. Le dolía que su mejor amiga no confiara en ella, pero al mismo tiempo comprendió que era algo lo suficientemente grave como para que Chloe lo callara.

Y ella tendría que averiguarlo de alguna u otra forma.



(...)



Terminó de recortar la nota de prensa en el periódico local y juntó los pedazos de adhesivo que servirían para pegarla en la pared. Aquella pared era especial pues allí se encontraban todas las obras de arte que había realizado a lo largo del tiempo.

Cuando la nueva víctima estaba en el puesto reservado para ella, el victimario dio un par de pasos hacia atrás y sonrió complacido.

Ella era una linda pelirroja. Le gustaba mucho ese color.

Sólo a veces, claro está.

Debía admitir que ese trabajo era una total excepción a la regla. Su norma era encargarse de castañas, pero esa noche, aquella pelirroja tenía esa chispa que tanto le recordaba a su amada. Era de alma noble. Se ofreció a ayudarlo; a él, quien no tenía por qué ser ayudado. No tenía arreglo. Estaba roto.

El chico casi se carcajeó al recordar el episodio. Su risa era histérica, pero frenó en seco al ver una foto en lo más alto de su pared.

Oh... sí, ella.

Qué hermosa es también.

Ladeó su cabeza para admirarla desde un buen ángulo. Su sonrisa era linda y el perfil de su nariz se asemejaba mucho a Alessia. Era ella, la había encontrado y no iba a dejarla escapar.

Estarían juntos, el destino se encargaría de eso. Pero de todas maneras, él tampoco permitiría que fuera de otra manera.

Por ahora, sólo debía tener paciencia.

Se alejó de la pared tocando con sus dedos el dibujo que tenía preparado para cuando el día llegase. Si una persona considerada normal lo viera, quizás pensaría que era retorcido, pero para él era una imagen preciosa. El reencuentro de dos almas condenadas a buscarse y perderse una y otra vez.

Dejó su dibujo a un lado y después de colocarse unos guantes quirúrgicos se giró en dirección a la pila de revistas que había utilizados durante las últimas semanas. Recortó letras y palabras al azar con delicadeza, tratando de ser lo más prolijo posible y armó la siguiente nota.

Se encontró sonriendo a sí mismo al pegar una por una y doblar la hoja para introducirla en el sobre correspondiente. No sabía con exactitud cuando se la enviaría pues esa noche había recibido una. No quería atosigarla, pero tampoco deseaba que se olvidara de su existencia.

Él estaba ahí. Ella debía estar al tanto de eso. Se pertenecían.

Eres mía, Chloe... 

Horror en Magic Fun » Joel PimentelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora