12. Sólo yo

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Algo peor que tener un corazón roto, es tener a alguien acechándote sin que te des cuenta.


Serena está totalmente destruida sentada en aquel banquillo, escuchando a medida la música country del único bar decente de todo el pueblo y bebiendo un ponche tan amargo como la decepción amorosa que tanto le pesa. Algunas de las camareras la miran con pesar, sabiendo lo doloroso que puede llegar a ser esa situación.

Por su parte, Zabdiel, aún molesto por lo que le contaron acerca de su novia, le alivia haber encontrado el lugar donde se escondía para poder aclarar unos cuantos puntos.

Su enojo se multiplica al verla en ese estado.


— ¿Qué es lo que pasa contigo, Serena? —Pregunta en cuanto llega a su lado. Ella voltea a mirarlo un segundo y una de sus comisuras se alza de manera irónica antes de apartar la mirada.

—No creo que te importe —responde dándole un sorbo a su bebida.

—Si te lo pregunto es por algo, ¿no? —Insistió el rizado.

Serena dejó el vaso sobre la barra con un estruendo.

—Déjame en paz, ¿sí? —Demandó. Sus ojos cristalizándose por las lágrimas, una vez más—. Ya no vale la pena que me busques, ya me cansé Zabdiel. Ya no puedo más.

El castaño bajó un poco la guardia al detectar lo mal que se sentía la chica en aquel momento.

— ¿De qué estás hablando? —Inquirió frunciendo el cejo.

— ¡No te hagas el idiota! —Exclamó ella fuera de sí—. ¿Crees que no me doy cuenta de que no soy importante para ti? ¿Qué no me afecta cada vez que le quitas peso a mis problemas? ¿Que me llames dramática y exagerada? ¿Que me dejes plantada para ir a socorrer a tu "mejor amiga"? Pues vete al demonio junto con tu Chloe, Zabdiel, yo ya no aguanto más.


Se levantó del banquillo de madera, pero el rizado la sentó de un tirón nuevamente, percatándose de las miradas curiosas de varios clientes sobre ellos. No le apetecía ni un poco tener testigos de esa discusión, pues no estaba acostumbrado a ser el protagonista del cotilleo del pueblo.


—Ahora no estás en tus cabales, Ser, lo mejor será que te acompañe a tu casa —sugirió con voz suave, el tono de voz que utilizaba cada vez que quería conseguir algo—. De este tema hablaremos mañana.

Ella rió con sarcasmo.

—Te equivocas —dijo apoyando su dedo índice en el torso de él. Lo miró a los ojos, esos lindos ojos marrones que tanto le gustaban—. Te estoy diciendo todo aquello que no me atrevía a decirte durante todo este tiempo que llevamos juntos.


Zabdiel no podía creer que aquello estuviera sucediendo. Aunque era verdad lo muy enojado que estaba con Serena por el espectáculo armado en Magic Fun, jamás se imaginó la manera en la que ella se sentía con respecto a su relación. Según él todo estaba bien, pero ahora podía ver con claridad el porqué Serena y Chloe nunca pudieron llevarse bien.


—Insisto en que me dejes acompañarte a tu casa —dijo él, tratando de mediar. Serena empinaba el vaso una vez más, por lo que tuvo que quitárselo y arrastrarla hasta la salida del local, a pesar de que la muchacha se resistía—. Vamos, mi amor, déjame ayudarte.

— ¡Suéltame! —Chilló ella apartando la mano que sujetaba su antebrazo—. Y no te atrevas a llamarme otra vez así. Tú y yo ya no somos nada.


Quitó sus zapatos que tenían un tacón minúsculo y se echó a correr calle abajo, hasta que los gritos de Zabdiel dejaron de escucharse a su espalda. Se tambaleó unas cuantas veces, sus piernas ardían por el esfuerzo y la vista se le nublaba por las lágrimas que inundaban su rostro.

Cuando se enamoró de Zabdiel nunca imaginó que podría existir el momento en el que él sintiera tanta indiferencia hacia ella, pues siempre creyó que los sentimientos eran correspondidos en su totalidad.

Se cubrió la boca con los dedos temblorosos para ahogar los sollozos que le provocan el incontrolable llanto; sin imaginarse que pronto alguien acabaría con todo ese sufrimiento.


Al menos era eso lo que prometía la sonrisa escondida en la oscuridad.


La figura desconocida avanzó lejos del callejón que lo cobijaba y se acercó a la chica arrodillada en medio de la calle. La ha seguido desde el bar y calcula que no falta mucho para que llegue a su casa, así que decide que es el momento ideal para atacar.

El filo de su arma punzante desprende un brillo al reflejarse en una de las farolas y se detiene detrás de la muchacha, quien percibe la presencia del desconocido en ese mismo instante.


Serena intenta levantarse, pero es demasiado tarde.

El hombre la toma por el cuello y ella suelta un quejido bajo, ocasionando la sonrisa del victimario.


—Te metiste con la persona incorrecta, Serena —susurra en su oído—. Chloe es sagrada y esto es por ella.

La chica abre los ojos con impresión antes de que la hoja del cuchillo corte su cuello con una incisión magistral, propia de quien lleva mucho tiempo haciéndolo.

Los guantes negros del hombre se manchan de sangre mientras la toma de los brazos arrastrándola por la calle desierta. El líquido rojo traza un camino delgado antes de congregarse alrededor del cuerpo inerte de Serena.


Él la observa en cuclillas y no puede evitar que un sinfín de recuerdos pasen a través de su mente en ese momento. Desea poder sentir un poco de remordimiento en ese momento, pero no lo consigue. Ella se lo merecía.


Acaricia su cabello una última vez antes de desaparecer por donde había venido, pues, ahora debe completar su trabajo.

Mientras tanto, a unos cuantos kilómetros de distancia, Chloe mantiene un sueño intranquilo, lleno de oscuridad y voces ahogadas. Voces que tratan de trasmitirle un mensaje.



«Nadie podrá hacerte daño otra vez, sólo yo podré hacerlo, es por eso que ahora me he encargado de ella.

Duerme bien, dulce Chloe».   

Horror en Magic Fun » Joel PimentelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora