Calico solía ser un anfitrión excepcional. Todos aquellos que nacían en su territorio -donde sólo se conservaba un hospital- los unía un lazo de hermanad.
Algunos contaban que era una delicia vivir ahí: a los mayores les brillaban los ojos al relatar lo bien que la pasaban tomando cervezas en el bar local y bailando boleros bien apretujados con una dama hasta bien entrada la madrugada. Los niños eran libres de correr por las calles con sonrisas dirigidas a sus cometas en el cielo y las mujeres sentían que era el lugar perfecto para formar una familia.
Los turistas marcaban en sus listas de viajes este pequeño y casi fantasmal lugar y cuando les tocaba retornar a sus hogares, prometían volver.
Sin embargo, eso parecía bastante lejano. Las calles de Calico ahora se encontraban desoladas sin importar la hora que fuese. Nadie se animaba a detenerse unos minutos a hablar con uno de los vecinos y cada uno de los abuelos habían decido guardar sus mecedoras en el ambiente seguro de sus salas de estar. Todos los habitantes notaron el cambio, pero nadie estuvo muy dispuesto a aceptarlo.
Entonces, ¿recuerdas que Calico era un buen anfitrión? Pues ya éste no estaba dispuesto a darle la bienvenida a nadie. De hecho, dadas las noticias que se había esparcido como pólvora sobre este pueblo, cualquiera hubiera dudado que alguien se atreviera a pisar esas tierras de no ser porque viviera ahí, pero hubo alguien: su nombre era Phoebe Joyner.
Venía cargado de unas muy pesadas maletas. Maletas que guardan un secreto. Y una sonrisa fresca como la brisa matutina. Esa sonrisa es peligrosa, ¿sabes? Pero a nadie le importó. Parecía que estaban un tanto agradecidos de tener sobre qué comentar, alejados de temas que tuvieran que ver con un cierto líquido rojo y viscoso.
La primera persona encantada con el muchacho fue Danielle Bush.
—Es un placer conocerte en persona al fin —dijo la muchacha el primer día—. Espero que te adaptes rápido al trabajo y al pueblo... es un poquito aburrido, pero...
—Es perfecto —interrumpió él con esa sonrisa fácil que tenía. No obstante, su mirada de reojo observaba con atención cada lugar de la oficina de Danielle—. Tiene el ambiente que estaba buscando.
—Ah, ¿sí? —Preguntó extrañada—. ¿A qué te refieres?
—No sabría cómo explicarlo —respondió tomando asiento. La postura relajada llevaba un mensaje claro: hacerla sentir en confianza—: Vengo de Los Ángeles, el punto de mira de millones de personas que quieren triunfar. No quiero dar a entender que no deseo lo mismo, pero necesito un lugar más tranquilo... como este.
Danielle no lo comprendía del todo. Ella deseaba, por su parte, no tener un negocio familiar del que encargarse para huir de ese pueblucho olvidado por Dios, pero no podía cambiar su realidad. No si quería seguir disfrutando de la posición económica y social que eso le brindaba.
Sin más, ella asintió.
—Pues aquí eres bienvenido siempre y cuando tengas muchas ganas de trabajar y hacer las cosas bien —usó un tono de voz jocoso para decirlo, pero ambos sabían que ella hablaba en serio—. Lastimosamente el parque ha pasado por algunos eventos poco gratos y nos urge retomar nuestro movimiento y reputación.
—Así será, no tienes por qué preocuparte por mí —dijo él poniéndose de pie.
—Más te vale —dijo más relajada. Tomó las llaves de su oficina y le indicó que la siguiera—. Ven vamos a familiarizarte con el parque y los demás trabajadores.
Ahora sí que las cosas empezaban a ponerse interesantes. Él necesitaba saber exactamente quiénes serían sus compañeros, ya le habían dado algunas advertencias sobre la gente de Calico y la verdad es que hacer las cosas bien hombre precavido valía por dos... y hasta por tres.
Danielle le explicó cuantas atracciones existían dentro del recinto y vagamente le nombró cuántos encargados había por cada una. No mencionó nombres y él ya estaba maquinando la manera de saber cómo preguntárselos.
—Ésta es la montaña rusa, tu puesto a partir de ahora —indicó ella deteniéndose frente al mencionado juego.
Phoebe estiró el cuello para verla.
—Es bastante alta.
—Sí, acaba de salir de mantenimiento y decidimos aumentar la edad de las personas que pueden subirse, debes estar al pendiente de eso.
— ¿Ha habido accidentes? —Inquirió él detectando un hilo de preocupación en la voz de ella.
Danielle calló por unos segundos.
—Sí —respondió finalmente—. Por suerte, nada grave.
Él asintió guardando esa información en su mente.
Siguieron el recorrido y justo al pasar por el área acuática, una chica rubia bastante atractiva y con un tono de voz risueño los saludó.
—Denle la bienvenida a su nuevo compañero, Phoebe —anunció Danielle y el grupito que acompañaba a la rubia se giraron a verlo, un tanto desinteresados.
Ésa vez sí hubo saludos con nombres incluidos y el chico se esforzó mucho en recordarlos.
Le llamó la atención que la mayoría de los trabajadores del parque eran bastante jóvenes.
— ¿Dónde está Joel? —Cuestionó Danielle al finalizar las presentaciones.
Sophia, la rubia, le contestó:
—Creo que está con Chloe en la caseta de tickets.
La jefa, sin decir nada, empezó a caminar y Phoebe asumió que se dirigirían hacia los mencionados, así que se despidió del grupillo poniéndole especial atención a la amable chica rubia.
— ¡Nos vemos después, chicos!
Diagonal a la entrada del parque se encontraba la dichosa caseta de tickets y desde la distancia Phoebe pudo ver a un par de chicos conversando amenamente.
—Esto es una especie de secreto —comenzó Danielle. Él le prestó toda su atención—. Estos chicos son mis trabajadores más preciados porque pueden hacer varias tareas a la vez, de manera que espero que se lleven muy bien entre ustedes. No me gustaría perder a ninguno.
Phoebe regresó la mirada hacia la pareja al tenerlos al frente. Ambos levantaron la mirada interrumpiendo su conversación y echando una mirada de desconfianza hacia él, lo que le impulsó a sonreír con ganas.
—Chloe, Joel, qué bueno que los encuentro —habló Danielle—. Les presento a Phoebe. Arranca a trabajar con nosotros a partir de hoy.
Él le extendió la mano a Joel, puesto que lo tenía mucho más cerca. El choque de miradas entre los dos dijo todo y nada.
—Qué tal. Mi nombre es Phoebe Joyner, pero también pueden llamarme JP.
A Chloe se le cayeron un montón de brazaletes al suelo y ahogó un jadeo. Parpadeó en su dirección, tan blanca como la leche.
Solotres de ellos supieron el motivo de la reacción de Chloe.
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Horror en Magic Fun » Joel Pimentel
Fanfiction¿Y tú, te atreves a subirte a ésta montaña rusa? Ⓒ roycexmaluma, joelconnutella.