7. Oscuro

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Chloe.

Junio 2, 2017.



No me permití dormir en toda la noche. Sabía que si lo lograba sólo le daba el pase vip a mis pesadillas para que hicieran lo que quisieran con mi mente.

Cuando me vi en el espejo esa mañana vi el reflejo de alguien más, esa de allí no parecía ser yo. Esos ojos vidriosos, esa mirada vacía y esos círculos violáceos debajo de ellos no eran propios de mí.

Oh Dios, ésta situación estaba volviéndome miserable.

No salí de casa durante tres días. Ni siquiera fui al entierro de Noah, no me sentía bien. Estaba aterrorizada. Mamá me había contado que todos los habitantes fueron cargando flores y lanzando miradas de lástima a la madre de Noah, quien daba alaridos de dolor por su pérdida.


«—Me erizaba la piel escucharla —mencionó mamá. Me tomó de las manos y los ojos le brillaron por las lágrimas—. Me puse en su lugar y el sólo pensamiento de perderte en una circunstancia así fue...»


No terminó de hablar y salió de mi habitación. La prueba de que algo malo podría sucederme estaba en el cajón de mi peinadora, pero cada vez que pensaba en confesarle a alguien lo de las dos extrañas notas, el miedo me apretaba con saña la garganta.

Al cuarto día, cuando decidí levantarme para ir a trabajar, traté de convencerme a mí misma de que no era nada. Esas amenazas eran vacías, eran producto de un juego de los niños de la casa de al lado. Nada más.

Salí de la casa rumbo a Magic Fun. El sol brillaba y la tímida brisa matutina removía los mechones sueltos de mi coleta malhecha.

Había silencio en las calles, pero todos los vecinos trataban de volver a la rutina de manera normal. Me encontré a mí misma buscando gestos sospechosos en alguno de ellos, pero no lo logré. Todos parecían estar bien.


— ¡Hey, Chloe! —Un grito cortó el ambiente tranquilo y me giré en dirección a la voz. Sophia corría hacia mí—. Por fin te veo, ¿por qué has estado evitándome, eh?

Reanudamos nuestra marcha. Yo me encogí de hombros.

—No lo hice adrede —mencioné—. No me encontraba bien durante estos días; necesitaba un respiro.

La rubia asintió luego de unos segundos.

—Eso tiene sentido —concordó pasando las manos por el tirante de su pequeño bolso—. Fueron días muy difíciles, pero de igual manera no pude evitar preocuparme por ti.

Sus ojos azules me buscaron, trataban de encontrar algún indicio de la verdad oculta. Sophia y yo habíamos sido amigas durante mucho tiempo. Años de amistad en donde encontramos en la otra la hermana que ninguna de las dos pudo tener. Supuse que ella entonces intuía que había algo más que no le estaba diciendo y estuve, por un minuto, dispuesta a contárselo.

Pero no pude.

—Gracias —susurré desviando la mirada hacia la entrada del parque de diversiones—. Ya estoy bien.


Traté -por mi propio bien-, de ignorar el punto donde Noah fue hallada por las autoridades y pasé a través de la reja directo hacia mi lugar de trabajo. Saludé a mis otros compañeros con aire ausente, concentrada en mis alrededores.

Había poca clientela ese día, pero un grupo de adolescentes se congregó en el lugar al final de la tarde. Parecía una excursión escolar pues aun cargaban con sus mochilas. Después de que todos tuvieron sus brazaletes respectivos, se adentraron en la diversión que sólo ese parque podría brindarles.


Me dediqué a llenar formularios e imprimir tickets para la feria de la comida hasta que, en algún punto de la noche, el sonido de la montaña rusa, me distrajo. Fruncí el ceño y levanté la mirada hacia el juego; se suponía que no había nadie encargado de esa atracción.

Solté todo lo que tenía en mis manos y troté hacia ahí. Me asomé en la casilla de control, pero no había nadie. Los gritos de euforia me aturdieron por un momento y corrí a través de los escalones para saber si alguien se encontraba allí, sintiendo la adrenalina correr por mi sistema.

Tampoco había nadie. ¿Entonces quien puso a andar el juego?

Entré en pánico, así que volví al cuarto de control y reduje la velocidad de la atracción. Vi el aviso de que se encontraba en mantenimiento la montaña rusa al mismo tiempo en el que escuché el grito de horror de algunos chicos, junto con el sonido de un impacto.

Mi corazón latió rápido cuando observé que uno de los carritos se había salido del carril. Todos los chicos se apresuraban a quitarse los cinturones y saltar lejos del juego, mirando asustados a los que aún se encontraban dentro de la colisión.


— ¿Qué sucede? —Preguntó con voz agitada Danielle al llegar a mí. Yo temblaba como una hoja.

—Alguien puso a andar la montaña rusa sin el consentimiento de nadie —dije llamando a los paramédicos. Los lloriqueos me aturdían y no me atrevía a acercarme—. Creo que hay heridos.

Danielle se mordisqueó las uñas mientras el equipo de primeros auxilios ayudaba al par de chicos atrapados en el carrito accidentado. Al final sólo uno de ellos, de nombre Andrés, presentaba traumatismos severos e su brazo izquierdo. Los demás estaban ilesos, gracias a Dios. Se representaba un alivio enorme para todos.


No fue sino hasta que escuché las declaraciones de una de las chicas que sentí miedo, crudo y espeso, de nuevo en mí.

—Había un chico en la caseta —dijo hipando. Sus manos temblaban al sostener el vasito de agua—. Él nos dijo que podíamos subir.

— ¿Viste cómo era? —Preguntó Danielle preocupada. No era para menos, todo aquel jaleo era responsabilidad nuestra.

La adolescente meneó la cabeza.

—Estaba muy oscuro ahí dentro y vestía de negro —se limitó a decir.


Todos los trabajadores nos vimos las caras sabiendo que ninguno portaba nada negro. El uniforme era morado y todos cumplíamos con eso a cabalidad.

Supe desde ese momento que Magic Fun no volvería a ser el mismo de antes.

Horror en Magic Fun » Joel PimentelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora