16. Observada

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Chloe.

Junio 10, 2017.



No recordaba la última vez que había dormido cinco horas seguidas durante la noche.

Mientras halaba mi cabello armando una coleta alta, evitaba a toda costa mirarme en el espejo, las ojeras probablemente eran el centro de atención de mi rostro y aunque era consciente de ellas, prefería no verlas.

Salí de casa sin siquiera desayunar y me dirigí directo hacia la comisaria. Había recibido el día anterior la noticia de que Zabdiel recibiría libertad condicional ésta mañana y por supuesto no pensaba dejarlo solo en este momento.

Cuando llegué hasta el lugar, él venía saliendo. Nos miramos a los ojos y agradecí muchísimo abrazarlo sin que los barrotes lo impidieran. Mi corazón se rompió por milésima vez en dos días cuando escuché los sollozos ahogados de mi mejor amigo. Apreté sus costados y siseé palabras tranquilizadoras con la voz rota.


—No me sueltes —rogó entre lágrimas; lo abracé más fuerte—. No me dejes caer, Chloe.

—No lo haré —prometí en un susurro.



~*~



Hay cuatro pétalos blancos sobre la tierra húmeda, dos exclamaciones sofocadas simultáneas y una marea de ropa negra.

Ninguno de los presentes parecemos asimilar que estemos de nuevo en ésta situación, otra vez. Yo miro fijamente las hojillas tratando de entenderlo, pero no lo consigo.

Estábamos en la sepultura de Serena, pero la zona del cementerio está dividida en dos bandos, tal como y como lo estaría un juzgado: las personas que están frente a mí, por ejemplo, son el bando de los acusadores. No los alcanzo a oír con claridad, pero sus miradas indiscretas y cuchicheos en nuestra dirección me dan una señal de lo que especulan. Piensan que los que estamos de este lado, mis familiares, amigos y yo, somos culpables y cómplices de ésta situación. Nada más alejado de la realidad, claro está; pese a eso, los entiendo. Alguien es el responsable y resulta más sencillo lavarte las manos señalando a alguien más.

Si yo estuviera en esa posición, también lo haría. Claro que no puedo hacerlo estando en libertad condicional y siendo parte de la lista de sospechosos.

Unos pasos inquietos me distraen y unos zapatos negros entran en mi campo de visión. Pertenecen a Zabdiel. El ramo de rosas blancas que trae en sus manos son las que desprenden de a poco todos sus pétalos. Evito verlo a la cara porque sé que está destruido y me hace sentir impotente el hecho de que no puedo hacer nada para aliviar su dolor.


—Queridos hermanos —la voz del sacerdote me distrae y clavo su mirada en él, tratando de dejar de pensar—. Estamos aquí reunidos, en ésta tarde lluviosa, para llevar a cabo la sagrada sepultura del cuerpo de Serena Conner: una joven que deja nuestro plano terrenal de forma temprana, drástica y repentina, para ir a un lugar mejor.


Esbozo una sonrisa amarga. Esas son las peores palabras de consuelo que había escuchado en mi vida. Desvié la mirada hacia la madre de Serena que lloraba en silencio, abrazando un portaretrato con la foto de su hija en él. Su llanto se intensificó cuando empezaron a bajar la urna hacia el orificio en la tierra, la llovizna arreció y no pude evitar que mis ojos se nublaran debido a las lágrimas acumuladas.


—No te atrevas a llorar —chistó una voz a mi lado. Con pesadez, la miré. Era Marie, una de las hermanas de Serena. Sus ojos estaban inyectados en sangre—. No tienes ni siquiera el derecho a estar aquí.

La miré un rato más sopesando la idea de responderle.

—Estoy aquí porque Zabdiel me necesita —dije finalmente, señalando con mi cabeza hacia el mencionado.

—Eres una hipócrita —replicó con rabia.

Pude leer en sus gestos las ganas que tenía de golpearme, pero de nuevo, la entendí. El dolor quemaba a fuego alto y ninguno estábamos a salvo de sus llamas.

—Espero que encuentren las pruebas suficientes para incriminarte y te pudras en la cárcel —continuó—. Te lo mereces.

Abrí mi boca para responderle, pero no hizo falta.

—Ya basta —intervino Sophia poniéndose en el medio de ambas—. Si posees todavía un poco de respeto por ella, aunque ya no esté, al menos trata de comportarte como un individuo racional y deja de culpar a personas que no tienen nada que ver.


Dejé de prestarles atención cuando me giré hacia Zabdiel en el momento exacto en el que lo escuché sollozar. Estaba arrodillado cerca de la abertura donde descansaba ahora la caja de madera y soltó las rosas blancas en esa dirección.

De pronto, Marie estuvo frente a él y le propinó una cachetada que le cruzó el rostro. Él ni siquiera hizo el intento de enderezar la cara o levantarse, así que ella aprovechó para darle una más.

Di un paso adelante para detenerla, pero Christopher y un chico más la tomaron de los brazos. El cementerio se fundió en un silencio tan espeso como la lluvia.


— ¡Mira lo que hiciste! ¡Tú eres el culpable de que ella ya no esté! —Gritó histérica, tratando de zafarse del agarre de los chicos. Ayudé a Zabdiel a ponerse de pie—. ¡Tú y ésta perra van a pagar por lo que hicieron!

—No tienes ni idea de lo que estás diciendo —dijo mi mejor amigo en voz baja, sus ojos no habían dejado de derramar lágrimas—. La quería muchísimo.

— ¡Si tanto la querías no la hubieras engañado como lo hiciste con ésta mujerzuela y ahora estaría viva! —Reclamó.

Los susurros de las personas llenaron el aire mientras se la llevaban, sentía miradas afiladas hacia mí y nunca me sentí tan humillada como esa vez. Me arrepentí inmensamente de haber ido y el sentimiento se intensificó cuando me pareció ver una figura oscura oculta detrás de los árboles que estaban cerca del área del estacionamiento. Traté de enfocar bien mi vista para identificarla, pero desapareció.

Era el asesino.

Lo sabía.

Lo sentía en mi alma.

Me sentí observada a partir de entonces y supe que en algún momento, yo sería la siguiente víctima. 

Horror en Magic Fun » Joel PimentelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora