Marie y yo compartíamos departamento. El lugar era sencillo y estaba ubicado en una zona céntrica y bien desarrollada.
Su padre se lo había regalado en su décimo octavo cumpleaños (el mío me regaló un llavero de My Little Pony que brillaba en la oscuridad, y una tarjeta prefabricada que decía: ¡Felicidades, es un niño!).
Esa noche, cuando me dirigía hacia la puerta de entrada, noté un persistente olor a chocolate en el aire.
Amargo, espeso y fuerte chocolate que provenía de nuestro departamento.
Antes de entrar decidí tocar la puerta, no vaya a ser que Marie esté en paños menores con uno de sus dos novios a cuestas.
Llamé insistentemente pero nadie me contestaba. Finalmente introduje la llave en la cerradura metálica, y abrí con cierto temor por encontrar alguna escena no apta para todo público.
Cierto, ya tenía dieciocho años, pero aun no me acostumbraba a las diversas
ideas que tenía mi prima como diversión (algunas me dejaban traumada).
Una vez la encontré usando un disfraz de venado; cuando le pregunté la razón, me dijo que al chico con el que estaba saliendo, le gustaban las chicas inocentes. Así que pensó: ¿qué más inocente que un ciervo amansado?
Ese día reí hasta que caí doblada al suelo.
Lo primero que noté al entrar al departamento fue que la luz estaba encendida. Eso era algo bueno, las cosas malas sucedían en lo oscurito, ¿cierto?
Lo siguiente fue escuchar una melodía de piano como fondo, el volumen era bajo y seductor. Y el olor, oh el olor a chocolate se sentía cada vez más potente desde aquí.
¿Será que ella preparó un poco? Aunque estaba completamente segura de que no lo pudo haber hecho sola: a Marie se le quemaba hasta el agua con sal.
Tal vez ya esté en su habitación, así solo tendría que correr y llegar a la mía; sin necesidad de encontrarme con alguno de sus hombres.
Pero ni siquiera terminé de entrar a la sala cuando escuché el sonido de besos salivosos.
Me detuve al verla, sentada en el mullido sofá de cuero, con el cuello descubierto, y a un chico de cabello oscuro salivándole en la clavícula.
Harry.
Estaba de espaldas hacia mí pero definitivamente era de su misma complexión. Era él.
No sé por qué pero se sintió como si me clavaran una aguja en el corazón; de todas formas, ya sabía que Harry era un idiota que aceptaba ser el plato de segunda mesa para Marie. Que me llegara a enamorar de él era sumamente estúpido... y de mal gusto.
No tenía por qué sorprenderme, pero sobre todo, no tenía por qué sentirme
cómoda estando a su lado. ¡Era un mujeriego de lo peor!
Marie, al notar mi presencia, se separó de Harry. Había chocolate untado en su cuello, y los primeros botones de su camisa habían sido arrancados; se pasó una
mano por su salvaje cabello naranja y me miró de manera nerviosa. Sus ojos azules perforando los míos.
—No sabía que ibas a llegar temprano —dijo ella, la culpa se deslizaba por su voz.
—Siempre llego a esta hora, ¿por qué?
Marie se miraba nerviosa, no dejaba de doblar sus nudillos y su rostro se puso rojo tomate.
—¿Qué ocu...? —Me callé inmediatamente al ver que, el chico que le lamía el
cuello, no era Harry, era un desconocido.