Estaba sentada con las piernas cruzadas, leyendo un libro sobre los cambios que tendría mi cuerpo después de dar a luz, cuando, Harry se coló a mi lado y besó mi vientre todavía plano ya que apenas estaba en mi séptima semana de embarazo.
En estos días visitamos al médico, y nos aseguró que aún no era capaz de ver el sexo del bebé. En el último momento Harry me convenció de mantenerlo en sorpresa hasta que naciera, así que le pedimos a la sonriente y simpática doctora Bagda que no lo dijera. El muy traidor logró poner a Nicole de su lado, una Nicole que todavía no entendía cómo yo, una chica de diecinueve años, se pudo embarazar si supuestamente eso estaba predestinado únicamente para las dichosas mujeres de veintisiete. Harry tuvo que inventar una mejor historia para explicarle. Finalmente toda la familia estuvo de acuerdo en que fuera secreto hasta el día del nacimiento, lo malo era que yo me moría de la curiosidad y no podía soportar escuchar a Rita decir que Mirna ya había lanzado algunas apuestas en el restaurante.
Tal vez le pediría a la doctora que me diera alguna pista de lo que iba a ser. Al parecer yo le caía muy bien, y no se podía negar que Harry también había ganado su corazón cuando me pidió matrimonio por cuarta vez frente a ella. Y así como las otras cuatro veces anteriores yo lo rechacé. Sinceramente lo hacía porque en parte creía que estaba jugando, pero cuando ésta mañana dejó sobre mi cama una cajita aterciopelada de color negro, supe que probablemente la cosa iba en serio. Obviamente la cajita contenía un exótico anillo de compromiso hecho con oro blanco y algunas piedritas que me negaba a reconocer como diamantes porque sino lo golpearía demasiado fuerte por gastar tanto dinero.
Pero había algo que me impedía casarme con él, era una sensación de malestar que se revolvía en lo profundo de mi estómago, eso o eran las náuseas presentándose una vez más.
Tal vez el que mis padres pasaran peleando la mayor parte de mi niñez me arruinó más de lo que creía, o puede que fuera el hecho de que estaba aterrada de que mi matrimonio fracasara como el de ellos.
Pero sea lo que sea, me negaba a aceptarlo sólo por el hecho de estar
embarazada y cargar con su bebé.
De pronto, sentir a Harry comenzar a dar besitos en mi estómago mientras una de sus manos sujetaba mi cintura, me trajo de nuevo al presente.
—¿En qué estás pensando, nena? —preguntó acomodando su cabeza sobre mi regazo. Inmediatamente comencé a acariciarlo y a pasar mis manos por su abundante cabello negro, dejé mi libro a un lado.
No iba a comentarle que estaba conspirando en secreto para saber el sexo del bebé primero que él, tampoco iba a darle una respuesta a su silenciosa propuesta de matrimonio de esta mañana. Así que dije lo primero que se me vino a la mente en ese momento:
—Pensaba en que no he sabido nada de Marie por un tiempo. Toda mi familia sabe que estoy embarazada —culpaba de eso a mi mamá— y me sorprende que
ella no haya venido a regodearse de mi estado actual.
—Supongo que no sabe que estás viviendo con tus compañeras de trabajo.
—No, no es eso. Si ella quisiera bien podría conseguir mi dirección en un instante. De hecho, no he sabido de ella desde que me jugó la broma pesada esa.
Harry no dijo nada; sus ojos fijos en el techo, lo noté extraño, como si se debatiera internamente entre decirme lo le pasaba por la cabeza o mejor ocultarlo.
—De acuerdo —dijo dando un largo suspiro—. Creo que yo tengo algo que ver
con eso.
Dejé de acariciarlo para ladear mi cabeza y alzar ambas cejas hasta el nacimiento de mi pelo.