—_____, hoy saldré con Harry —fue lo primero que me dijo Marie cuando entró a mi habitación sin siquiera llamar a la puerta.
No hice ni el más mínimo esfuerzo por despegar la vista del libro que estaba leyendo, se trataba de un chico y una chica que eran amantes y mantenían una bella relación, hasta que ambos murieron en un trágico accidente, pero reencarnan veinte años después en distintos cuerpos en donde terminaron siendo hermanos.
—¿Para qué necesito escucharlo? —dije casi sin prestar atención, ya iba en donde las cosas se ponían buenas en el libro. Oh, hombre, ambos hermanos se estaban viendo a los ojos, ¡Se reconocieron! ¡¡Se besaron!! ¡¡¡No había nadie en casa!!! ¡¡¡¡Las cosas se empiezan a poner candentes!!!!
—¡______! —gritó Marie al ver que no le daba importancia a lo que decía. Ella me quitó el libro y ojeó la cubierta.
—¿Relaciones Prohibidas? —leyó el título con cierto escepticismo—, ¿en serio? Todo el mundo sabe que cuando le añades "prohibido" al tema, terminas cediendo.
Saben que no deben pero igual lo hacen. Realmente odio que el título lleve una advertencia.
Lanzó el libro hacia el pequeño escritorio de madera que se encontraba en la
esquina opuesta de la habitación.
Me crucé de brazos.
—¿Qué quieres entonces? —pregunté molesta.
—Ya te dije, hoy es mi noche dedicada completamente a Harry —sonrió con picardía—. Si viene Eder en mi ausencia, le dices que estoy con mamá. Él es demasiado caballeroso como para llamarla para comprobarlo. —Se puso frente a mi armario y comenzó a examinar la poca ropa que tenía.
—¿Por qué crees que voy a ayudarte? Ya sabes lo que pienso del hecho de que veas y te acuestes con dos tipos a la vez. Es asqueroso.
Ella se giró para verme mientras yo me acomodaba en la cama y abrazaba una
de mis almohadas.
—Porque, _____, no querrás que tus padres sepan el vergonzoso acto de delincuencia que cometiste el otro día.
Desvié la vista hacia otro lado, fijándome en el patrón geométrico de mis cortinas azules.
—Me estás chantajeando —afirmé, era increíble lo mucho que mi prima había
cambiado. Pasó de ser esa niña de rizos rojos que siempre compartía conmigo sus juguetes cuando la iba a visitar, a esta chica de mirada fría y de pensamientos egoístas.
—No pienses en esto como un chantaje —dijo sentándose en la cama conmigo—. Piensa que es un recordatorio de lo mucho que fui de ayuda en ese momento, y de cómo ahora yo soy quien ocupa cobrar el favor.
Todavía me daba vergüenza recordarlo. Hace tres meses acompañé a Marie a una tienda de ropa exclusiva y carísima; al salir por la puerta principal, los sensores de alarma se dispararon y al instante dos guardias de seguridad estaban sobre mí, revisando mi bolso y mirándome como una condenada delincuente. Pensé que me deberían una disculpa después de eso porque obviamente yo no tomé nada, pero la sorpresa me la llevé yo al ver que sacaban de mi cartera una brillante y sedosa blusa de color turquesa. Una que yo precisamente había mirado con anhelo desde que había entrado a la tienda. Lo siguiente que supe fue que Marie estaba pagando la multa que me habían impuesto, y pagó por el precio de la blusa en cuestión.
Lo juro, ni siquiera supe cómo llegó eso a mi bolso. En ningún momento me despegué de Marie y de sus incesantes cambios de ropa. Pero nadie creyó en mi