—¿Marie te dijo que yo era un ladrón? Asentí sin decir nada más.
Los dedos de mis pies picaban gracias a la arena en el suelo.
El sonido de las olas rompiendo en la orilla se escuchaba como un singular fondo musical.
—¿Y tú le crees? ¿Me crees capaz de robar algo?
Quería sacudir la cabeza y decir que no, pero ya no estaba segura de nada.
—No lo sé —respondí— ¿Lo eres? ¿Eres un ladrón?
Entonces hizo algo que, en una situación como esta, pensé que no haría:
comenzó a reírse.
—¿Se supone que soy de esos tipos con pasamontañas que asaltan licorerías por la noche? —poniéndolo de esa manera sonaba tonto.
Aparté mi rostro avergonzado.
—Ella dijo que estafabas a la gente. Te acusó de robarle dinero. Harry elevó una de sus bien formadas cejas.
—¿Te dijo que le robé la billetera? Admito que asalté su cocina por un buen tiempo... y sí, me llevé algunas monedas enterradas en el hueco del sofá. Pero...
—¡Me dijo que le robaste la chequera y sacaste todo el dinero que tenía su padre
en el banco! —dije seriamente.
Por si no fuera poco, se rió más fuerte.
—¡Idiota! —grité. Me agaché, un poco dolorida por mi golpe en la rodilla, y tomé un puñado de arena y comencé a lanzársela.
Él se movió con agilidad y evitó la mayoría de mis ataques.
—¡Se supone que no debes reírte! —le lancé más arena pero se escabulló con facilidad.
—¡_____, tranquilízate!
Eso me enfureció más. ¿Por qué siempre me pedía tranquilizarme justo en el momento cuando estaba más desquiciada?
—¿Eres o no un ladrón? Solo responde a eso.
Harry corrió a mi alrededor y llegó detrás de mí; me aprisionó en un abrazo apretado y no se relajó hasta que yo dejé de luchar e intentar salirme de su agarre.
Mis manos llenas de arena cayeron a los costados y la arena se deslizó de mis dedos lentamente. Sinceramente quería llorar.
El idiota aprovechó ese momento en el que me tenía encerrada entre sus brazos, y besó mi cuello, mordisqueó el lóbulo de mi oreja y me habló al oído.
—Solo para que estés tranquila... —sus labios siguieron su camino por mi mentón y
de nuevo a mi cuello— lo único que he robado en mi vida fue una caja de cigarrillos... —su boca descendió por mi hombro y con sus dientes fue deslizando el delgado tirante de mi camiseta sin mangas—... Y eso fue porque tenía trece años y mis padres no iban a aceptar verme fumando.
Sus besos estaban matándome. Primero sus labios hacían contacto con mi piel, luego venía su lengua y por último mordisqueaba levemente con los dientes.
Bien podía estarme diciendo que era un narcotraficante o que estaba metido en la mafia, y no podría importarme menos.
Deslizó por completo el tirante, hasta que lo sentí en mi brazo, y sus besos continuaron por todo mi hombro.
Estaba tan jodida. Jodida porque no me importaba quién era Harry... yo solo
quería sus besos.