Dios sabía que adoraba a ese pendejo, pero últimamente estaba fuera de control. Lo mejor era que solo Dios supiera lo que sentía por Carlitos, tanto los sentimientos buenos como los malos, si alguien llegara a saberlos, sobre todo Carlitos, las cosas podrían complicarse para él. No le cabía duda de que el pendejo era capaz de usarlos en su contra para manipularlo más de lo que ya lo hacía.
Aunque en realidad si había alguien que sabía sobre sus sentimientos, y ese era Federico. Comenzó a llamarlo por su nombre cuando comenzó a conocerlo más, el hombre se había convertido en un confidente, en alguien que sabia escucharlo, aconsejarlo y guiarlo. A veces se quedaban toda la noche hablando de sus vidas, del futuro, o de cualquier otra cosa. Ramón se sentía muy atraído hacia su personalidad e inteligencia, también se sentía muy atraído hacia su altura, su espalda ancha y sus facciones marcadas.
Carlitos se estaba mandando una cagada tras otra, casi se le hacía imposible seguir defendiéndolo frente a su padre, quien no tenía idea que había caído en cana, y que encima Carlitos no lo había sacado. El pendejo acababa de acribillar a un pobre viejo y Ramón sentía que todo control de los robos se le estaba yendo de las manos.
-Si el pendejo sigue así, un día de estos nos vamos a la mierda y lo perdemos – le dijo su padre.
La idea de irse lejos y dejar a Carlitos solo le dejaba sentimientos encontrados. Era una solución ante el creciente descontrol del chico, pero Ramón no sabía si iba a aguantar mucho tiempo sin verlo. Estaba emocionalmente y mentalmente agotado, cuando se sentía así la propuesta de Federico cobraba más fuerza, pero simplemente no podía, no podía dejarlo todo aunque quisiera, no podía dejar a sus viejos, pero por sobre todo no podía, y no quería, dejar a Carlitos.
Muy en el fondo sabía que ese pendejo no era bueno para él ni para nadie, era como un ángel de hielo, con ojos brillosos pero vacios, dispuesto a todo, impulsivo, inquieto, hermoso. Sobre todo hermoso. Federico ya le había advertido sobre ese tipo de personalidades, adorables e hipnóticas que escondían rasgos más oscuros, casi imperceptibles. Psicópatas les decían. Ramón lo sabía, lo había visto, y así lo aceptaba, así le gustaba.
El pendejo lo tenía loco.
Hasta el momento había podido evadir bien los avances de Carlitos, los acercamientos y las indirectas, pero no creía que pudiera aguantar mucho más. Siempre que dormían juntos en la pensión amanecían enredados. La última vez despertó con la cabeza de Carlitos en su pecho y una de sus manos sobre el calzoncillo. Estaba seguro que el pendejo estaba despierto y se lo había hecho apropósito.
Siempre que se sentía tentado por Carlitos, Ramón pensaba en las cosas crueles que había hecho, como la vez que estaba hablando con esa chica hermosa en el bar, Carlitos los interceptó a la salida y a punta de pistola se la llevo a un descampado donde le metió siete tiros. O la vez que afanaron esa licorería, en donde Carlitos mató de un tiro en la cabeza al sereno y luego se quedaron tomando el whisky más caro hasta caer en pedo. O cuando había matado a los dueños de un bar mientras dormían y después puso la música al palo y se quedo bailando arriba de las mesas.
Mientras recordaba esos hechos Ramón se miro en el espejo del auto para encontrarse sonriendo. La realidad era que al principio algunos de esos recuerdos se la bajaban, pero después de un rato se la ponían dura como una pared. Eran tal para cual. Porque a Ramón le encantó ese arrebato de celos, esa noche en pedo, y mirarlo mientras bailaba.
El pendejo le había cagado la cabeza.
Ramón llegó a la pensión para encontrarla vacía, Carlitos seguro había salido. No había comido nada en todo el día, estaba cansado, necesitaba relajarse y descargarse. Solo había un lugar en Buenos Aires que podría darle todo eso que necesitaba. Volvió a ponerse su campera de cuero y se puso un poco de perfume, cuando estuvo por abrir la puerta lo escucho.
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PENDEJO /El ángel/
FanfictionCarlitos siempre puede volverse un poco mas psicópata. Ramón lo sabe, y así le gusta.