Capitulo 9

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¿Cómo es que puedes entregarle tu alma a alguien que sabes que no te pertenece? ¿Cómo es que te sientes en tu hogar con alguien que apenas conoces?

Preguntas y más preguntas rondan por mi cabeza mientras subo las escaleras.

Después de sacar las toallas mojadas del maletero, me sentí acongojada, triste y desolada.

Tuve sexo en un carro en medio de una carretera a mitad de la noche.

¡Sexo en la calle!

Le hice sexo oral a un hombre del cual me siento dueña y señora. Sé que no tenemos un futuro, solo unas horas del presente que se escapan de mis manos.

Quiero llorar, pero no puedo. No puedo porque, si dejo que las lágrimas crucen por mis mejillas, no podré parar su fluir. Mi corazón se aprieta.

Llego a la habitación de Julio y entro en el baño. Me doy una ducha rápida.

Necesito salir de esta casa y de la vida de Julio de una vez por todas.

Mientras seco las gotas de agua de mi cuerpo, pongo el celular en altavoz.

¿Se puede saber dónde estás?

Mi madre está fuera de sí.

Las lágrimas salen al escuchar su voz.

«¡Ay, mamá, si pudiera abrazarte ahora mismo para que me consueles por perder algo que nunca ha sido mío!».

Respiro profundo dos veces. Inhalo y dejo salir el dolor sin hacer el menor ruido posible. Julio debe estar en la recámara, pues se escuchan pasos.

—Mamá, sigo en Punta Cana. Lo siento, se me ha escapado el tiempo. Ahora es que veo la hora. Llamaré un taxi a ver si pesco una compañía de carros en alquiler a esta hora.

Estás siendo irresponsable. Tú no eres así, Daniela. ¿Qué es lo que te pasa? Estás diferente desde ayer que hablé contigo. Noto que estás extraña. Háblame, mi hija, por favor.

Agarro la encimera y oigo su preocupación.

Ella me conoce mejor que nadie. No quiero agarrar el celular porque temo dejarlo caer, ya que mis manos tiemblan. Mi seguridad y mi fuerza de voluntad por contener las lágrimas flaquean.

—No pasa nada que no haya buscado yo sola. Te explicaré cuando llegue. Ya son las ocho de la noche. Te veo en unas horas. Te amo, mamá.

Cuelgo.

Me enderezo frente al espejo; veo la tristeza en mis ojos.

No entiendo cómo alguien que conocí ayer puede ser tan necesario para mí. Mi cuerpo pide a gritos una sonrisa de los labios de Julio y mis oídos quieren escuchar de su boca que todo estará bien.

¿Me estaré enamorando de Julio?

Claro que no.

Sacudo la cabeza y peino mi cabello con el cepillo pequeño que siempre llevo en la cartera. Salgo del baño envuelta en la toalla y busco la ropa con la que llegué. Miro el otomán; la ropa que Julio consiguió para mí aún está doblada y sin tocar. Siento el deseo de ponerme una de las piezas, pero me resisto. Mejor irme como llegué, sin nada más que la decisión de vivir la vida de forma diferente al menos por un instante. Giro en todo el armario. No veo mi ropa en ningún lugar. Me envuelvo otra vez en la toalla y guardo la punta entre mis senos. Abro la puerta con temor de ver a Julio y no poder negarme a hacer el amor. No está. Camino por la estancia y atisbo mi blusa beige doblada sobre la mesa de noche. Me acerco con el corazón desbocado y tomo las piezas. Corro de nuevo al baño y me tranco. No tengo fuerzas para despedirme estando desnuda. Busco en mi cartera el panti extra que siempre llevo conmigo y me lo pongo, seguido del sostén y la blusa. Me coloco el jean y recojo la cartera de la encimera del baño. Me encuentro pálida y ceniza. Estoy hecha polvo por dentro y por fuera. Respiro hondo y saco el bulto de maquillaje. No puedo verme tan arruinada.

Cafe contigo al despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora