El pescado al coco es justo lo que recordaba; la masa blanda y fresca, crujiente por fuera y dorada, con un empanizado de harina de pan y con ligero sabor a coco gracias a la ralladura puesta antes de freír.
Un plato típico de días de playa.
No hay una sola playa del país donde no se ofrezca al público pescado frito.
Disfrutamos del almuerzo con unas cervezas Corona.
Escucho las anécdotas sobre cómo el papá de Julio construyó el hotel con apenas diez habitaciones gracias a unas tierras que su padre le dejó al morir de un paro cardíaco a los 51 años. Eso deja un pequeño temor en mí. Mi madre es joven aún, la vida puede esfumarse de entre los dedos con un chasquido. No sé qué será de mí si pierdo a las dos mujeres más importantes y constantes de mi existencia.
Me es imposible no sentirme mal por Julio cuando, entre cervezas, me narra sobre su madre, el dolor que sintió y cómo se vio afectado al no tener una figura materna en su vida más que a Rosa, quien estuvo con ellos desde que él nació. En un inicio fue contratada como encargada de limpieza de la gran mansión. Luego del cáncer de la madre de Julio, pasó a ser todóloga; lo ayudaba con las tareas de la escuela, le preparaba bocadillos y lo acurrucaba cuando lloraba a escondidas para que sus padres no vieran cuánto sufría. Ella pasó a ser una segunda mamá.
Siento que ya me encariñé con ella sin haberla conocido.
Su padre no se volvió a casar. Según Julio, él cree que el amor verdadero solo pasa una vez. Es hijo único y vivió prácticamente solo, de no ser por primos contemporáneos a su edad, que lo visitaban en vacaciones al ser el único con una playa a su disposición.
—¿Qué hacías en Queens? —inquiero.
Comienzo a sentirme atontada con las cervezas, así que las coloco en la hielera que tenemos a un lado de la mesa. Decidimos movernos a una mesa debajo de una cocotera. La vista es magnífica, atrayente y cautivadora.
Es una brujería. Sí, eso es. Julio me embrujó con sus atenciones y su playa privada.
—Tenía unos negocios que atender. Fue una verdadera casualidad encontrarte en el aeropuerto mientras el vuelo se retrasaba.
Me quedo muda al recordar cada detalle que viví. Nueve horas esperando un vuelo y no me fijé en nadie en particular, más que en mantener mi celular cargado y escuchar música depresiva, al igual que romántica, de Andrés Cepeda.
—¿Me viste antes de sentarte a mi lado en el avión? Dijiste que tu asiento estaba ocupado.
Cruzo mis manos sobre la mesa.
Percibe mi incomodidad y sonríe con malicia.
—Te vi derramar una lágrima mientras tenías los ojos cerrados. Estabas tan lejos y a la vez tan cerca. Despertaste en mí algo que hacía tiempo no sentía.
—Deseo, querrás decir.
Me molesta que él quiera catalogar estas horas juntos como algo más que meramente deseo.
—No, pero eso ya lo sabes.
Deja la frase implícita.
Lo miro largo rato. Entretanto, bebe con tranquilidad su cerveza. Debe llevar unas ocho tomadas.
—¿No fue una casualidad sentarte a mi lado?
Siempre me he considerado cauta, reservada y difícil de engañar. Sin embargo, aquí estoy al lado de un hombre que me engañó.
—Las casualidades no existen, así que debes crear tus oportunidades. Creé la mía cambiando de lugar con la señora que llevaba dos nietos. —Su tono no hace más que golpear el vaso con agua que es mi irritación.
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Cafe contigo al despertar
Roman d'amourMaría López, abogada dominicana de veintisiete años, decide que no está lista para casarse. Su pareja, Reed, se llena de venganza y odio hacia ella y comienza a crear rumores sobre supuestos sobornos aceptados por María, sobornos de los cuales si...