Ella me desconcierta.
¿Cómo puede ser tan ciega? ¿Cómo es que no puede confiar en mí como para entregarme su corazón?
No dudo de lo que ella me inspira.
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo no enamorarme de esos ojos marrones y esa figurilla de atleta con mucho culo?
Lo que me hizo desearla, debo reconocer, no fue su físico.
Antes me fijaba en qué tanta pierna tiene la mujer, cómo contonea las caderas al caminar, cómo se coloca una blusa una talla más pequeña para que sus senos se destaquen más y cómo se tiñen el cabello de colores llamativos, como rubio platino, rojo sangre o negro azabache. Tres tonos que destacan y llaman la atención de cualquiera. El color rojo en los labios y las pestañas postizas sumamente largas y tupidas. Sí, sé más que suficiente sobre el comportamiento de las mujeres para cautivar a un hombre.
Sin embargo, la visión de esa mujer sentada en el asiento del aeropuerto, con ligeras lágrimas que corrían por sus mejillas, me cautivó. Se las retiraba cuando las sentía frías sobre sus cachetes. Lo hacía con fuerza. Le dolía y molestaba llorar. Miraba al frente con los ojos brillantes, pero no veía nada. No lo hacía porque estaba concentrada en alguna otra cosa. En su mente ella debía estar matando a alguien, lo sabía por cómo se mordía los labios y apretaba los puños. Estaba a seis sillas de ella en la misma hilera. Con su blusa beige y sus jeans ajustados que resaltaba su figura, pero dejaba espacio a la imaginación. Debió haber dejado sus maletas en algún lugar, ya que solo podía ver que tenía una cartera en su regazo.
María López se volvió en un enigma para mí en el instante en que la vi en Queens, una revelación que hizo palpitar mi corazón y mi entrepierna. Esa conexión no la había sentido nunca. ¿Qué hombre tiene conectado su corazón y cerebro de abajo? Ninguno.
Me río de mí mismo.
Estoy sintiéndome atraído por una mujer que obviamente trae una mierda pesada sobre su espalda.
Estoy acostumbrado a obtener lo que deseo siempre, sin dudas ni reparos. Nací teniendo poder suficiente; económico y del amor, el amor a la familia, a mis padres enamorados... hasta que mi madre nos fue arrebatada a destiempo. Un cáncer. No duró ni dos meses desde el diagnóstico. Rosa me escuchaba llorar cada noche. Mi padre no tuvo tanto tacto al decirme que mi madre moriría. Seis años recién cumplidos preocupándome por cosas como carros para Navidad y viajes a Nueva York para hacer muñecos de nieve. Mi felicidad se fue en el instante en que mi padre se sentó en mi cama una noche y con el rostro cenizo me dijo: "Tu madre está enferma, por lo que no estará mucho tiempo con nosotros", luego se levantó de la cama y me dejó allí, hecho un mar de lágrimas. Rosa entró a los pocos minutos y se quedó a mi lado hasta que me dormí del cansancio, quizá de deshidratación por la pérdida de lágrimas, mocos y babas.
Con treinta y tres años vuelve a invadirme el dolor. Estoy a punto de sentir una pérdida irremediable.
Dos días con esa mujer y ya no puedo imaginarme cómo viví tanto tiempo sin ella.
Papá siempre se opuso a mi matrimonio con Alexandra, decía que no me veía enamorado. Y así era, no lo estaba. Alexandra era una bola de electricidad que me había electrocutado el cerebro de arriba y solo podía pensar con el de abajo. Tenía veintinueve años cuando la conocí en una cena de gala en Cuba, un viaje de negocios que se convirtió en dos semanas de sexo y exploración de un Julio que desconocía. Ella caló en mí hondo. La forma en que se reía y cómo me miraba... Sabía lo que era capaz de hacer con esa boca en forma de corazón que tenía. Ella se hizo completa; los cirujanos dejaron su firma tatuada en su cuerpo perfecto. Senos copa D y cintura de avispa tal vez de 60 centímetros, caderas anchas y un trasero talla grande. Era alta y elegante, casi de mi estatura. Una mujer fuerte que sabía lo que quería y cómo hacer que los demás terminasen queriendo lo mismo que ella. Sí, era una víbora de cascabel. Nunca había conocido a una mujer como ella. Viajé hasta Italia, Francia y posteriormente España para estudiar la carrera de Negocios inmobiliarios, Administración de empresas y todo lo relacionado con el ámbito hotelero. Me había dedicado a comprar empresas minoristas, acondicionarlas y venderlas a un mejor precio. Era —y soy— bueno al arreglar los negocios desastrosos de pequeños empresarios. Luego de un año saliendo con Alexandra y llevándola a los lugares más paradisíacos, decidí que era momento de casarnos. Ella no quería esperar mucho para hacerlo y a mí me iba tan bien en mis negocios que dije "¿Por qué no? Después de todo, ella me hace feliz".
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Cafe contigo al despertar
RomanceMaría López, abogada dominicana de veintisiete años, decide que no está lista para casarse. Su pareja, Reed, se llena de venganza y odio hacia ella y comienza a crear rumores sobre supuestos sobornos aceptados por María, sobornos de los cuales si...