Mi maleta pesa lo que una pluma. Me detengo en una tienda de camino a Punta Cana. Adam me prestó su carro, un Škoda Fabia color negro de 2012. Es bien cómodo y pequeño. Lo tiene en venta, pero como casamentero —quizás él no opine lo mismo— me lo prestó por unos días diciendo que no tenía nada planeado hasta dentro de unos días. El carro es de su difunta esposa. Ella, al morir, dejó todo para Adam. A él no le interesa, según me pareció, utilizar nada que le recuerde a su mujer muerta.
«Comprensible».
Camino por el lobby del hotel del padre de Julio y llego a la recepción. Tengo puesto un vestido negro discreto. Compré ropa para al menos tres días y varios bikinis por si mis planes se dan como espero, a menos que Julio hubiese pasado página, de modo que no tendré respuesta ni estoy preparada. Una negativa ahora que decidí darle una oportunidad a nuestra felicidad. Me cuesta siquiera pensar que lo perdí.
«¡Solo han pasado unos pocos días!».
Por primera vez, la voz con pancarta en mi cabeza, se pone de mi lado y apoya esta locura. No quise venir con las piezas de segunda mano que compré donde Carla, así que mi tarjeta de crédito se vio abusada por unos cuantos miles de ropa y perfumería.
Voy a quedarme en Santo Domingo.
Es justo que para venir a ver al hombre que quiero...
¡Dios mio! ¿Cómo es que pasó de gustar a querer?
La línea entre la atracción física y el amor debería ser un poco más gruesa y visible, además de llevar un cartel que diga: "Si cruzas, no pensarás en nada más ni en nadie más. No dormirás y no comerás. Llorarás en cualquier momento y lugar si no tienes a esa persona a tu lado".
—Buenos días, señora. ¿Tiene reservación? —me pregunta la recepcionista, una mujer entrada en los cuarenta con una camisa roja y una flor blanca en su bolsillo derecho.
Qué uniforme tan peculiar.
—Hola, sí, a nombre de María López.
Estoy nerviosa.
Miro a todas partes y espero ver a Julio acercarse a mí.
—Bien. Tiene aquí una reservación a nombre de la señorita María López; tres noches, cuatro días, todo incluido. ¿Desea dejar un hold?
Me inquiere sobre un monto específico para dejar en caso de comprar algo en las tiendas y restaurantes, cargo a la habitación o también consumos en el spa del hotel.
—Sí, por favor.
—Listo. —Me entrega la llave de la habitación, una tarjeta plástica de color negro con una barra dorada—. Su habitación es la 109, último piso, justo como solicitó. Si necesita algo más, déjeme saber. ¿Desea que le llame un maletero para que le ayude? —señala mi maleta.
—Oh, no, gracias, muy amable. Yo puedo sola.
Me encamino hacia el ascensor, no sin dar una ojeada por todo el lobby y la recepción.
El hotel es excepcional. Para ser un hotel de playa está surtido con una decoración vintage y antigua; muebles de mimbre destacan a primera vista pintados de negro y combinados con un mueble de cuatro plazas de piel negra también. Tienen unos cojines decorativos con colores tipo acuarela azul, roja y blanca, tal como la bandera dominicana. Hay dos salitas de estar semejantes a esta. La pintura de la fachada es beige con bordes azules. Por dentro parece sacado de una película de los años cincuenta o quizá cuarenta. Las paredes tienen un decapado, y es asombroso cómo lograron combinar tantas gamas. A pesar de no tener puertas detrás, hay muchas cortinas y cenefas por toda la estancia. Parece una sala de una típica casa más que la de un hotel. Dos mesas adornan la salida y entrada del ascensor con unas esculturas de metal en forma de pez —deben medir unos 60 centímetros de alto—, las cuales apuntan con la cabeza hacia arriba y se apoyan en la repisa con la cola.
ESTÁS LEYENDO
Cafe contigo al despertar
RomanceMaría López, abogada dominicana de veintisiete años, decide que no está lista para casarse. Su pareja, Reed, se llena de venganza y odio hacia ella y comienza a crear rumores sobre supuestos sobornos aceptados por María, sobornos de los cuales si...