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Narra Chanyeol.

—Pero si es el mafioso del año. –escucho decir al miserable de mi padre mientras pasa a mi oficina como si fuera el puto dueño del lugar. —El majestuoso Rey de Diamantes. –continúa con esa maldita voz que hace que pierda el enfoque de mis asuntos y la irritación venga acompañada de unas incontrolables ganas de matar.

—Largo de aquí. –le ordenó guardando la calma y distrayendo mi furia con la labor de recargar con balas mi beretta. —Como verás, una arma y yo no somos buena compañía para un anciano como tu.

—Solo vine a hechar un vistazo al negocio. –se sienta frente a mi con aires de superioridad. —No veo el problema.

Aprieto los dientes soportando las ganas de sacarlo de aquí a patadas y me esfuerzo por recordar que pese a todo y para mi desgracia es el hombre con el que comparto la misma sangre.

—Justo ahora tengo a la unidad de inteligencia financiera respirandome en la nuca. –suelto. —Y como si fuera poco, hicieron un recorte de nuestra gente en la DEA, ¿Sabes lo que significa eso?

—¿Qué más de la mitad de los oficiales de la DEA ahora son desempleados? –me mira con aburrimiento.

—Significa que tienes que dejar de hacer de padre ejemplar presentandote aquí para pasar tiempo conmigo y fingir que es una de tus cosas favoritas, por que sabes que ninguno de los dos disfruta nada de esto. –me levanto de mi asiento para presentar autoridad. —Así que te lo repito, lárgate.

Sin embargo, pese a lo que acabo de decir, lo único que provocó en el es una sonrisa ladina y siniestra.

Quiere hacerme perder el control.

Toma uno de los papeles de la mesa y comienza a hojearlos

—Me llegaron rumores. –dice distraído y se a donde va esta conversación. —Me dicen que estás tramando algo.

—¿Y a ti que te importa lo que hago? –cuestiono.

—Me importa desde que soy el puto Emperador de este imperio que pone pan en tu mesa. –se levanta también y me enfrenta cara a cara.

—El pan que hay en mi mesa lo ganó haciendo tu maldito trabajo sucio, así que cierra la boca. –refuto.

—Que bueno que lo entiendas entonces, tu eres mi perro y yo soy tu amo, me debes obediencia o el castigo sera apabullante. –me señala con su dedo índice, sube el mayor y crea una pistola con su mano simulando que dispara justo en medio de mi cabeza.

—Lárgate. –repito por milésima vez.

—No hasta que me digas que estas tramando.

Suspira, exhala.

Cuenta hasta tres y...

Al carajo.

—¡Maldita sea! –explota mi furia contenida. —Estoy buscando la forma de colgar tu puta cabeza como trofeo en mi sala de estar, y créeme que me la estás poniendo demasiado fácil al estar aquí en mi oficina. –me dirijo a la puerta y la abro. —Ahora date la vuelta y lárgate de vista.

—Lo que sea que estés haciendo lo voy a averiguar. –asentí rodando los ojos. —Y cuando lo descubra, te destrozare como una torre de naipes.

—¿Te vas? –apresuré.

—Sabrás de mi. –dijo al final y cerré la puerta de golpe.

Sus visitas me provocan dolor de cabeza.

—¡Jack! –llamo a mi hombre de mayor confianza. —¿Quién carajos lo dejó entrar al edificio?

—Señor, el Emperador amenazó a todos con dispararles si no lo dejaban entrar.

N A I P E S (en edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora