Olympia trata de no entrar en pánico cuando se ve rodeada por una docena de soldados reales, con tan solo un par de cuchillas bajo su guante derecho, y la espada que agarra con fuerza con su mano derecha, como si se estuviese aferrando a su propia vida.
Metafóricamente, esa espada es su vida, es lo único que puede sacarla de esa encrucijada en la que se encuentra.
Siente como el sudor comienza a empapar sus manos, es propio de su nerviosismo y de llevar toda la mañana corriendo de un lado a otro para pelear con sus, actualmente, enemigos.
Los gritos del hombre al mando de ese pequeño grupo de soldados resuenan por todo el callejón. Parece determinado a seguir con su misión y le está transmitiendo dicha determinación al resto de hombres ahí parados.
O eso es lo que piensa antes de ver como el hombre detiene el paso.
No recuerda por qué decidió hacerse la heroína, ella no lo es. Por mucho que vaya a ser reina, que tenga dos reinos apoyándola, ella no es la heroína, es solo un símbolo para la unificación y la victoria.
Actuar de forma tan imprudente puede significar el final de ese símbolo.
Ahora está segura de que debería haber escuchado a su padre y debería haberse quedado junto al resto por su propia seguridad, aunque por cabezonería se ha visto envuelta en todo aquello.
- Hora de entregarse, Olympia – habla el hombre.
- Soy la reina, disfrutaría de un poco de respeto incluso en la situación en la que nos encontramos. Usted sirvió a mi padre hasta el día de su muerte, vio como crecí durante dieciocho años, ¿no me tiene ni una pizca de respeto?
Ve como el hombre tiembla en su lugar. Está segura de que acaba de recordar a su padre, al antiguo rey, un hombre lleno de confianza, valentía y sobre todo un líder nato, un hombre que reinó maravillosamente durante más de treinta años desde que su abuelo abdicó.
Él si era el rey que Peirl necesitaba, no Eitan. Ese hombre lo sabe a la perfección.
Eitan hasta ahora solo ha logrado llevar al reino al profundo caos y a la destrucción. Si Olympia se encuentra en esa situación es porque ha decidido intervenir en unas de las revueltas que estaban ocurriendo en el este de su reino, donde los soldados no hacían más que matar aldeanos y quemar sus hogares.
Parecen barbaros ante los ojos de la reina.
Está totalmente y profundamente defraudada.
- Me temo que todo el respeto que le tenía por ser la hija de su difunto padre la perdí en cuanto mi señor, Eitan, se convirtió en rey y la declaró traidora de la corona.
- Un rey no puede estar permitiendo tales actos como los acontecidos en este lugar, le ruego que se marche junto a sus hombres antes de que acabe estando más arrepentido de lo que debería sentirse a día de hoy. Aunque sea solo por el recuerdo de mi padre, le aconsejaría que se alejase de esta pequeña área y regresase al castillo.
El hombre suelta una pequeña carcajada.
- En todos los años que viví en el castillo jamás la vi hablar tan formalmente con nadie, solía detestar ser tratada como alguien de la familia real.
- Eso era antes cuando no tenía ningún tipo de responsabilidad con mi reino, en este momento soy la reina Haer y espero ser igualmente la de Peirl, además, ha pasado un año desde aquello.
- ¿Ha pasado un año ya desde su huida del castillo? – echa una mirada a los hombres que se encuentran tras él, se percata de inmediato como todos le miran como si estuviese cometiendo un grave error - ¡todos fuera, yo me encargaré de ella!
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Lucha de coronas
FantasyA veces aquellos en los que más confiamos, son los primeros en traicionarnos. Eso es algo que aprendió Olympia cuando menos lo esperaba y eso le marcó todo su futuro. Su vida entera. Odiada por el rey de su reino, su propio hermano, tiene que tomar...