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—¿Qué prefieres, troyano o tigre?

Mi madre me hace esta pregunta mientras prepara tortitas de maíz en la plancha. Es el último día para hacer la matrícula del instituto antes de que mañana empiecen las clases. Sé que pretendía hacerlo antes, pero ha estado ocupada estableciendo relaciones con algunos comerciantes de la ciudad, tratando de convencerlos para que anuncien su servicio de predicción del futuro y vendan su material de ocultismo. Por lo visto, hay una fabricante de velas a las afueras de la ciudad que ha aceptado añadir a sus productos una mezcla específica de aceites, algo así como velas encantadas en una caja. Venderán estas creaciones por encargo en las tiendas de la ciudad y mi madre también se las enviará a sus clientes telefónicos.

—¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Tenemos mermelada?

—De fresa y de algo llamado bayas de Saskatoon que tiene aspecto de arándanos.

Pongo cara avinagrada.

—Tomaré de fresa.

—Deberías arriesgarte. Prueba las bayas de Saskatoon.

—Ya me arriesgo suficiente. Pero, ¿qué es eso de troyanos o tigres?

Mi madre coloca un plato con tortitas y tostadas delante de mí, cada una cubierta con un montón de lo que espero desesperadamente sea mermelada de fresa.

—Compórtate, jovencito. Son las mascotas de los institutos. ¿Quieres ir al Sir Winston Churchill o al Westgate Collegiate? Aparentemente, estamos cerca de los dos.

Suspiro. Qué importa. Iré a clase, aprobaré los exámenes y luego me cambiaré a otro, como siempre. Estoy aquí para matar a Jimin. Aunque hay que reconocer que Sir Winston Churchill es un nombre bastante ridículo para un instituto. Además, debería mostrar algo de atención para complacer a mi madre.

—A papá le hubiera gustado que fuera un troyano —digo en voz baja; ella permanece quieta un instante delante de la plancha antes de deslizar la última tortita sobre el plato.

—Entonces, me decantaré por el Winston Churchill —dice ella. Vaya suerte. He elegido el ridículo. Pero como ya he dicho, no importa. Estoy aquí por una razón, por algo que cayó en mi regazo mientras buscaba infructuosamente al autoestopista del Condado 12.

Llegó de un modo encantador, por correo. Un sobre manchado de café con mi nombre y mi dirección y en su interior, un pedazo de papel con el nombre de Jimin. Escrito con sangre. Recibo estas pistas de todo el país, desde cualquier punto del planeta. No existen muchas personas que puedan hacer lo que yo hago, pero sí una multitud que reclama mis servicios y me busca preguntando a quienes me conocen o me siguen el rastro. Nos movemos mucho, pero si me buscan, es suficientemente fácil encontrarme. Mi madre publica un anuncio en Internet cada vez que nos mudamos y siempre les decimos a algunos de los viejos amigos de mi padre hacia dónde nos dirigimos. Cada mes, de manera rutinaria, un montón de fantasmas se deslizan sobre mi escritorio metafórico: un correo electrónico sobre unas personas desaparecidas en una secta satánica en el norte de Italia, un recorte de periódico sobre misteriosos sacrificios de animales en un túmulo funerario ojibwe. Pero solo confío en unas cuantas fuentes. La mayoría son contactos de mi padre, miembros del aquelarre al que perteneció en la universidad o estudiosos que conoció en sus viajes o gracias a su reputación. Ellos me ayudan a no implicarme en búsquedas inútiles: hacen bien sus deberes.

Pero con el paso de los años, he conseguido algunos contactos propios. Cuando vi aquellas letras rojas garabateadas sobre el papel como si fueran arañazos de una zarpa, supe que tenía que ser una pista de Rudy Bristol. Por su teatralidad, por la fantasía gótica del pergamino amarillento. Como si me fuera a creer que el fantasma hubiera escrito su nombre con la sangre de alguien y me hubiera enviado la tarjeta a modo de invitación a cenar.

Jimin vestido de sangre [kookmin] (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora